Alma de Oviedo
El ovetense que cambió la psiquiatría por los animales al ver el horror de la droga de los 80
Pedro Quirós se salió de la tradición familiar
Chus Neira
Hubo un tiempo en que era fácil cruzarse en la calle San Antonio con un hombre que la recorría arriba y abajo, una y otra vez, pregonando que allí vivía don Pedro Quirós: "El que me curó a mí". Que ir al psiquiatra, en Oviedo, fuera acompañado de ese nombre y apellido, un privilegio de marca de la familia, debió de añadir una presión extra al tercero de la generación cuando decidió dedicarse a tratar a otro tipo de animales.
Y eso que Pedro Quirós, hijo de Quirós Corujo, nieto de Quirós Isla, vino a nacer, precisamente, a esa calle donde el paciente vociferaba las bondades de su abuelo, una casa con galería asomada a Trascorrales. Ejerció mucho de nieto y en las horas que pasó con él en la Isla, en Lastres o en Colunga, escuchó todas esas historias de la época en que las patologías mentales eran la cara oculta de la luna y en la consulta, a preguntas como qué tal iban aquellos supositorios, se podía escuchar aquel: "Sentar, sentáronme bien, ¡pero qué mal saben!". Entre esa costa y la de Cadavedo, con los abuelos maternos, el resto del tiempo era la ciudad, de septiembre a mayo, y la casa de Valsera, en Las Regueras, de mayo a septiembre, donde sus padres habían buscado un entorno rural para sus seis hijos lo suficientemente cerca de las obligaciones médicas. Ese mundo donde antes de que llegaran ellos no había agua corriente ni teléfono se recorría en bicicleta, caminando o corriendo. Había cierta actividad social ligada a la casa cuando los médicos del Hospital y la Residencia organizaban un torneo en la cancha de tenis y reinaba una "pax rural" que contrastaba con la preocupación cotidiana que atormentaba el futuro de aquel chaval. Los años en que debería haber asumido su dedicación a la psiquiatría por la vía paterna –"hubiera sido muy difícil hacer otra especialidad"– fueron los del boom de la heroína. Pedro Quirós hijo vio a los pacientes más jóvenes de su padre irse al garete con toda la vida por delante. Salir de las drogas y volver a caer. La clínica San Rafael de la familia acechada por algún adicto que venía a buscar a sus amigos. La llegada habitual de la Policía.
"Fue dantesco, realmente preocupante, trascendía la actividad médica y había cierto riesgo que ahora ya hemos olvidado pero que a mí me marcó; decidí que no estaba dispuesto a semejante grado de sacrificio y lo más próximo que encontré a la medicina fue la veterinaria".
Hoy, desde su pequeña consulta veterinaria en la Losa, Pedro Quirós se explica con una mirada resuelta, expeditiva, más del que está satisfecho con el rumbo que ha logrado imponer a los acontecimientos que del que se siente aguijoneado a seguir ordenando el tiempo. Aquella infancia en Valsera también estaba llena de esos otros animales a los que dedicó su profesión. El padre siempre quiso que hubiera un perro grande, para imponer, y uno pequeño para despertar al grande. Los beagle fueron tradición. "Drugo", "Teo", "Trucha" y "Trucho", "Zar", "Chispa" y ahora "Peludo", acogido durante sus años al frente del albergue de Oviedo, un ejemplar que algo debe de tener de pastor catalán, de gos d’atura, y que le recuerda, pelos y mirada, al mismísimo Puigdemont.
Atrás quedan más de veinte años de profesión en los que asistió a una transformación sin precedentes, desde aquel Oviedo en el que se estableció cuando solo estaban Astudillo y Canga, a este momento, en que los pequeños animales cuentan con centros de equipos avanzados similares en número y técnica a los humanos. Él llegó a tener cuatro clínicas, las vendió a los fondos y ahora mantiene una consulta donde echa pocas horas. La semana le da para comer con su madre en Valsera, cuidar vides y manzanos, ver a los amigos y solidarizarse con la tractorada. Todo bien.
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