La mítica joyería ovetense de dos hermanos que ha cerrado para siempre: "Vetusta, no me olvides"

Los motivos son la delicada salud que mina al joyero desde hace años y que la hermana se niega a continuar atendiendo el negocio en solitario

Guadalupe, «Popa», y José María Álvarez, en el escaparate del comercio.

Guadalupe, «Popa», y José María Álvarez, en el escaparate del comercio. / Luisma Murias

Un "no me olvides" es una pulsera, similar a una esclava, en la que se graba normalmente el nombre de un ser querido. Tienen eslabones, una placa donde figura la inscripción y están hechas de algún metal precioso, oro o plata, generalmente. José Manuel y Guadalupe Álvarez de Benito, hermanos, cerraron ayer la joyería que abrieron juntos, Arte Joya Vetusta, un buque insignia del comercio de la avenida de Galicia. Los clientes y amigos les han demostrado con su cariño y despedida que no les hará falta un "no me olvides" para perdurar en la memoria de la ciudad. Eso sí, es un echar la persiana agridulce, porque los motivos son la delicada salud que mina al joyero desde hace años y que la hermana se niega a continuar atendiendo el negocio en solitario, como venía haciendo, durante un tiempo.

El local vivía ayer sus últimos momentos y era evidente. Mostradores desmantelados, mercancía empacada, luminarias desmontadas. Los que no faltaba eran clientes entrando sin parar. Guadalupe, "Popa", se afanaba en atenderlos a todos con la misma sonrisa, simpatía y ganas del primer día. "Tienes que buscarte otra ocupación", le decía una clienta con la que ya tiene una larga amistad. "Lo voy a echar de menos", le contestaba "Popa", mientras despachaba el collar que había elegido la señora y lo introducía en una bonita bolsa con un lazo. Ella es la que ha dado la cara detrás del mostrador desde 1990. Mucha escuela, buen hacer en las ventas y un excelente trato con el cliente que aprendió en su juventud, en la joyería que su padre, Pedro Álvarez, regentaba en Uría. En estas, José María, que andaba por allí, hacía de guía al corazón del inmueble.

El local de la avenida de Galicia es mucho más grande y profundo de lo que parece. El camino a la trastienda es serpenteante, repleto de expositores y muebles para la mudanza. También hay cuadros, que se apilan aquí y allá; tienen su historia. Al fondo, el pasillo alcanza una gran sala. Allí está el taller, ya desmantelado, donde José María trabajaba hasta hace algo más de un lustro, que fue cuando su estado de salud le impidió continuar y tuvo que desligarse del negocio.

Dos clientas, hablando con Popa, en el mostrador. | Luisma Murias

Dos clientas, hablando con Popa, en el mostrador. / Luisma Murias

El artesano empezó a crear con poco más de veinte años. Montó su primera joyería en la calle del Rosal. Antes ya era artista: le fascinaba la pintura, de ahí los lienzos. Pero "de aquello no se podía vivir", así que se tiró a por las joyas. Su talento, innegable. Ha ganado varios premios nacionales, que le abrieron las puertas a otros certámenes internacionales y a que el mismísimo Jean Paul Gaultier le galardonase en el Pompidou de París. Varios reconocimientos se dieron gracias a su habilidad con las perlas.

"Aquel ruido era impresionante", recuerda, "abrían los sacos, gigantes, y las volcaban para pesarlas. Nunca lo olvidaré". El sonido de la venta al por mayor de las perlas australianas y de Tahití le marcó. La melancolía de los viajes a las ferias de Italia, Basilea o Tailandia se le nota en el talante, y enlaza con la que siente por el gusto por las joyas que se tenía "antes". "Cuando llegó la crisis la gente cambió, no están dispuestos a gastar tanto y prefieren algo parecido pero más barato".

Mientras vivía aventuras en el extranjero en busca de materias primas, su hermana experimentaba las propias. Como aquella vez que una pareja de árabes se hizo pasar por magnates del petróleo para robarles. "Iban de marcas caras hasta arriba, ella llevaba pluma y todo". Ambos, y el niño que les acompañaba, intentaron llevarse las piedras preciosas del escaparate, por la fuerza, pero no lo consiguieron gracias a la bravura de la dueña". "Tengo tantas anécdotas… Y las mejores no se pueden contar".

Al igual que la producción de José María cesó hace tiempo, desde ayer su hermana también dejó de despachar. "No sé lo que voy a hacer cuando salga por esa puerta", dice. "¡Os deseo lo mejor!", exclamó una compradora al salir. Ellos devuelven el piropo y dicen que han tenido unos clientes maravillosos: "Han sido lo mejor de la profesión".

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