Alma de Oviedo

Hablar, entender a la gente: la abogada que fue pionera en mediación familiar en Asturias

María José García-Vallaure juntó en la abogacía la tradición paterna y la vocación socializadora

María José García-Vallaure.

María José García-Vallaure. / Irma Collín

Chus Neira

María José García-Vallaure Rivas (Oviedo, 58 años) es abogada, especializada en derecho matrimonial, bancario y de consumidores. Licenciada en Derecho en Valladolid, empezó a ejercer en el despacho de su padre, donde hoy sigue junto a su hermano Pablo, en Cervantes. Entre los años 2005 y 2008 fue pionera en el primer proyecto de mediación familiar en los Juzgados de familia de Gijón. Está soltera pero ejerce de tía con sus sobrinas Cristina, Alicia y Estrella y casi de abuela con el más pequeño, su sobrino Juan.

La gracia de María José García-Vallaure, una locuacidad amena que funciona como una locomotora interna muy autoconsciente –"ya ves que hablo mucho"–, permite imaginar a los clientes de su padre riendo las ocurrencias de aquella niña cuando apenas era capaz de encaramarse a la cancela que separaba el recibidor del resto del pasillo en la casa familiar de la avenida de Galicia. El abogado Pablo García Vallaure tenía en aquel extremo de la vivienda el despacho y el recibidor, y unas cortinas, además de aquel cierre, ocultaban el resto de la vida familiar a los que venían por los servicios profesionales. Así que la afición de sus dos hijos mayores, Pablo y María José, entonces muy pequeños, era ocultarse tras aquel telón de la vigilancia materna pero a la vista de los clientes, subirse a la verja donde podían mantener un pequeño balanceo y empezar a pegar la hebra hasta que Loli Rivas desactivaba el espectáculo de sus hijos.

Hablar, entender a la gente

En el centro, con su abuelo José Rivas, junto a su hermano Pablo y con su abuela Ludi, que lleva a su hermana Ana en brazos. / LNE

La vida en la infancia eran todos los hermanos –sumados Ana, Eulalia y Andrés–, los juegos en el campo de maniobras y los abuelos. De un lado, en la calle San Francisco, estaba la vivienda donde se había criado su padre con una familia muy extensa, y donde peregrinaban a ver a la abuelita Eulalia, una señora mayor de vida frugal y mucha bondad, "de esas que no tienen pecado original", subrayaba su madre. Del otro, en Lugones, en uno de los chalés de la Didier, donde trabajaba, estaba el abuelo José Rivas, señor pulcro y gobernante, y Ludi Álvarez, su mujer, una gallega lo suficientemente joven como para ejercer de superabuela que lo mismo cocinaba para todos los nietos el domingo que se los llevaba a esquiar o, en verano, a Candás.

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Ingreso en el Colegio de Abogados con sus padres, a la derecha, y sus abuelos maternos, a la izquierda. / LNE

María José tuvo siempre una voluntad socializadora, don de gentes, y puede que ese afán acabase por inclinar la balanza de forma definitiva a la abogacía. El otro peso decisivo fue el vínculo paterno, un lazo muy estrecho entre padre e hija que se puede intuir incluso en las fotografías del bufete y que en su biografía aflora en cualquier anécdota. María José ya había estudiado Derecho en Valladolid, comenzado a preparar judicatura y regresado a Oviedo para incorporarse al día a día del despacho cuando empezó a acompañar a su padre a la Cámara de la Propiedad. En aquella especie de seguridad social inmobiliaria, alojada en un precioso edificio de Julio Galán, en la calle Cabo Noval, se pasaba consulta por turno hasta tarde. Ella acudía de oyente y a última hora, cuando padre e hija volvían a casa, lo hacían invariablemente por el camino más largo, desviándose por el paseo de los Álamos, para llenarse los bolsos de castañas asadas o compartir una bolsa de churros.

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Con las amigas del Peñaubiña, una reunión habitual en los últimos años. / LNE

Así comenzó, y fue precisamente la resolución de un contrato de arrendamiento su primer caso, en el que aprendió que no todo era tan evidente en aquel mundo de la justicia. Era un asunto muy fácil y obvio, pero su clienta se equivocó y lo dijo todo al revés y el juez que les había tocado, Fernando Miyar Villarrica, estaba algo sordo. A pesar de todo, su señoría se había dado cuenta de la situación y el nerviosismo de la demandante y ganaron el juicio. Pero fueron los asuntos matrimoniales y, ahora, los de segunda oportunidad los que más le han reafirmado en su profesión. La capacidad de resolver algún problema a los demás, ofrecerles salida, acompañar a clientes cuyos divorcios lleva viendo tanto tiempo que casi podría ponerlos en una plantilla.

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Toda la familia García-Vallaure. / LNE

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