Santa Teresa, protagonista de la exposición de literatura y arte del Seminario de Oviedo

La muestra relaciona 17 textos del fondo bibliotecario de la institución con otras tantas obras del Museo de la Iglesia

Sinergia entre las letras y el arte eclesiásticos de Oviedo por el Día del Libro. El Seminario Metropolitano y el Museo de la Iglesia aúnan fuerzas en la exposición "Imagen y palabra". La muestra, que se puede visitar desde hoy hasta el 27 de abril en la biblioteca del seminario, consta de una selección de 17 libros de los fondos de la institución religiosa con un código QR. Este se asocia a otras tantas obras de arte de la galería diocesana, que tienen que ver con el santo en cuestión y se visualizan así de forma virtual. La protagonista del evento es Santa Teresa, una escritora "de raza", que "sin preparación ni medios" fue muy prolífica en variados géneros literarios. "Destaca el epistolario. Los especialistas dicen que habría escrito más de 18.000 cartas", detalló Roberto Gutiérrez, prior y párroco de la iglesia de Santa Teresa de Oviedo, la de los Carmelitas. La selección, que se inauguró ayer, la preside una imagen de la beata datada de 1658 del escultor Luis Fernández de la Vega.

"El año pasado celebramos el centenario de Santa Teresa e intentamos unir aquí dos ideas: el libro y la imagen, representada en obras de arte, que es muy importante a la hora de acercarnos al conocimiento de los santos", explicó en la inauguración el rector del seminario, Sergio Martínez. Las obras de arte religiosas muchas veces tienen símbolos que portan en sus manos y ese el nexo de unión que han utilizado como inspiración. El rector anima de esta manera no solo a visitar la biblioteca de su centro, sino a descubrir los fondos de la pinacoteca de la Iglesia. "El 18 de mayo es el Día del Museo y, cuando toque, desde allí se hará a la inversa y relacionarán piezas con los libros".

La bibliotecaria del seminario, Judit Hidalgo, concretó que la muestra la componen nueve santos ligados a diferentes libros. Además de Santa Teresa, hay obras de Santa Lucía, San Agustín, Santa Catalina, San juan Evangelista -"casi siempre se le representa joven, pero el arte bizantino a veces lo hace como anciano"-, Santo Tomás, San Antonio de Padua, San francisco y San Jerónimo. "Por último, preparamos un pequeño juego de preguntas e imágenes para identificar a los santos dependiendo de sus atributos", anunció, mientras mostraba varios carteles y etiquetas del reto de adivinanzas.

La directora del Museo de la Iglesia, Otilia Requejo, entró en detalle sobre la figura de Santa Teresa, que fue beatificada en 1614. Su representación es con hábito de carmelita y con un libro en la mano izquierda. "En la derecha llevaba una pluma, que ha desaparecido", concretó sobre la obra de de la Vega, amputada. "La expresión que tiene es extasiada por el Espíritu Santo que la inspiro en sus escritos", completó. También mencionó a Gregorio Fernández, autor de la figura "más bella" de la santa, que atesora el Museo de Escultura de Valladolid. Dicha imagen ha servido de modelo a lo largo de la historia para elaborar otras similares sobre la doctora eclesiástica y patrona de España.

Teresa de Jesús, escritora

Padre Roberto Gutiérrez González, ocd,

Párroco de Nuestra Señora del Carmen de Oviedo

 

De Teresa se ha dicho que es «escritora de raza». Comenzó a escribir desde muy joven. Sin preparación literaria. Sin previo entrenamiento de pluma. Sin medios. En géneros literarios variados: narrativo, expositivo, humorístico, introspectivo, poético, epistolar. Con estilo marcadamente personal y original. Con gran agilidad de pluma: el Padre Gracián dice de ella que manejaba la pluma con la velocidad de los escribanos de entonces. Con imaginación. Capaz de acuñar nuevos vocablos y símbolos literarios. En diálogo franco con el lector: «Iré hablando con ellas (las lectoras) en lo que escribiré», asegura en el prólogo de «Las Moradas».

 Es capaz de redactar sus libros en directo, sin borrador ni esquemas ni apuntes previos. Así, por ejemplo, todo el libro de «El castillo interior». Si redacta por segunda vez un escrito, lo hace porque se lo imponen. Escribe con espontaneidad, sin rebuscos verbales, sin efectismos. Azorín lo glosaba así: «Su lenguaje es doméstico... De que estemos tentados por el demonio de la altisonancia, de la retumbancia, pensemos en santa Teresa y leamos una página de sus libros». Teresa disfruta escribiendo y releyéndose. Para una mujer de aquel siglo, el número de páginas escritas por ella es un hecho singular.         

Casi todos sus escritos nos han llegado autógrafos. Salpicados de tachas, borrones y enmiendas de los censores de turno, pero todas ellas de fácil depuración. De suerte que a distancia de cuatro siglos seguimos en posesión de sus textos, limpios de contaminaciones, casi exentos de problemática crítico-textual. Única excepción, su opúsculo de los «Conceptos», glosas libres del «Cantar de los Cantares».

Su primer ensayo de pluma fue una novela de caballerías. Compuesta por ella entre adolescencia y juventud (quizás a los quince años), no tardaría en destruirla. De suerte que los escritos que integran sus «Obras completas» son fruto de su edad madura, a partir de los cuarenta y cinco de edad. Pero justamente es la época en que ella se siente «renacida»: ha iniciado «otra vida nueva», dice (V 23, 1). Con vigor juvenil en los trazos de su grafía y en la firmeza de pensamiento o en la frescura de las imágenes. Vigor literario en neto contraste con sus incertidumbres e inseguridades escritorias.

Ella no sabe de vocablos técnicos (V 18,2). Se queja de lo menguado de su entendimiento: «En cosas del cielo o en cosas subidas, era mi entendimiento tan grosero, que jamás por jamás las pude imaginar» (V 9,5). Se lamenta de que su escribir es ampuloso y desconcertado: «Mas ¡qué desconcertado escribo!» (CE 22,1). «¡Válgame Dios, en lo que me he metido! Ya tenía olvidado lo que trataba... Irá todo desconcertado...» (M 4,2,1).

Escribe convencida de que sus cuadernos deberán soportar el cedazo de los letrados. Acata fácilmente las intromisiones de éstos. Cuando uno de ellos desaprueba que ella, una mujer, glose la Escritura, Teresa no duda en arrojar al fuego lo que ha escrito. Pese a lo cual, es libre escribiendo. A veces, libre y osada. El caso más palmario es el ya mencionado proyecto de comentar versos de los Cantares bíblicos. Teresa se atreve a emprender el comentario en un momento crucial, cuando fray Luis de León atraviesa un largo período de penalidades por haber afrontado la traducción literal de ese libro bíblico.

Se siente libre escribiendo y glosando: «No hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor» (Conc 1,8), es decir, las riquezas contenidas en el libro bíblico. Libre también para arrojar su escrito al fuego, sin gesticular. Más de una vez escribe en la más recelosa intimidad: barrera de sumo sigilo, abatida por la prensa y los editores. En el «envoltorio» de alguno de esos escritos íntimos, anotó: «Es cosa de mi alma y conciencia. Que nadie la lea, aunque yo me muera». O bien: «Son cosas de conciencia» (R 40). Cápsula confidencial eliminada por la letra de molde. ¿Advertirá el lector de hoy que se adentra en la conciencia de Teresa?

Teresa nos ha legado sólo cuatro libros de un cierto volumen: «Vida», «Camino», «Fundaciones» y «Castillo Interior». Nos ha legado otros cuatro escritos menores, que podríamos llamar opúsculos: «Conceptos de amor de Dios», «Exclamaciones», «Constituciones» y «Modo de visitar los conventos». Los escritos restantes son piezas sueltas. Destaca entre todas, la serie de «Relaciones y mercedes», documentación íntima, indispensable para seguir el itinerario místico de Teresa.

Pero entre todas las piezas sueltas, la más importante en absoluto es el epistolario teresiano. De los millares de cartas que ella escribió en las dos últimas décadas de su vida, nos quedan apenas cuatrocientas cincuenta, y un manojo de fragmentos (en total, cuatrocientas ochenta y seis unidades epistolares en mi última edición de sus Cartas). Por fin, Teresa nos legó un poemario reducido: unos treinta y un poemas; de ellos, muy pocos autógrafos.

Estamos en tiempo en que se predica que las mujeres tomen su rueca y su rosario, y no curen de más devociones. Se puede entrever un guiño de ironía de las palabras de Teresa cuando afirma que ella escribe «...casi hurtando el tiempo y con pena porque me estorbo de hilar, por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones» (V 10, 7).

El manuscrito de «Vida», de cuatrocientas páginas, es impensable en alguien a quien le piden que escriba sus favores en la oración y lo haga pensando que podía dedicarse a algo mejor.

Sobre todo, cuando leemos en «Camino de Perfección» la crítica valiente a quienes impiden que la mujer practique la oración mental, alegando razones como éstas: «No es para mujeres, que les podrán venir ilusiones», «mejor será que hilen» (C 21, 2).

Pero como sabe que carece de autoridad, Teresa trasvasará, estratégicamente, la responsabilidad de lo que dice a aquellos que leerán y censurarán su obra: los confesores. Además, afirmará que cualquier cosa de valor que escriba, será Dios quien se la haya inspirado: «Que muchas cosas de las que aquí escribo no son de mi cabeza, sino que me las decía este mi Maestro celestial» (V 39, 8).

Aun así, se ganará la amenaza de excomunión y este reproche del Nuncio Felipe Sega, entre otras razones, por «enseñar»: «Fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventa malas doctrinas, andando fuera de clausura, contra la orden del Concilio Tridentino y de los Prelados, enseñando como maestra contra lo que S. Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen».

Hubo que esperar hasta el año 1970 para que a Teresa se le diera públicamente reconocimiento magisterial, al ser declarada Doctora de la Iglesia por Pablo VI.

La inspiración es la clave interpretativa de su estilo: «Me dijo el Señor…». Es frecuente en la iconografía teresiana, junto a los atributos de la pluma y el libro, encontrar la figura de una paloma que representa al Espíritu Santo, esa divina inspiración que, según la hagiografía, era responsable de lo que ella escribía.