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Jorge García Monsalve

Nostalgias de aquella otra política

El peso de la actual clase dirigente

El pasado 22 de febrero asistí, en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo, al acto de homenaje al que fue rector de esa institución Leopoldo Alas Argüelles. En un emotivo acto, los distintos ponentes, entre los que se encontraban el actual rector, Ignacio Villaverde, y el catedrático de esta Universidad y nieto del homenajeado, Leopoldo Tolivar Alas, fueron glosando la figura de aquel insigne jurista que fue fusilado, hace ahora ochenta y cinco años, ante los muros de la cárcel de Oviedo. Todos ellos destacaron, de forma unánime, la bonhomía, el compromiso ético y el enorme prestigio profesional del que fuera la máxima autoridad de la noble institución entre 1931 y 1936.

Lo cierto es que este evento coincide con mi lectura de las interesantísimas memorias del expolítico democristiano, catedrático de Derecho Constitucional y abogado, Óscar Alzaga Villamil. En más de 500 páginas, profusamente documentadas, Alzaga lleva a cabo un elegante ajuste de cuentas con muchos de sus coetáneos, compañeros suyos de andanzas en aquella efímera Unión de Centro Democrático, a la que fueron a parar una gran parte de los jóvenes cachorros del tardofranquismo, junto a algunos otros, como el propio autor, destacados miembros del antifranquismo moderado. Especialmente ácido es su retrato del “niño prodigio” del régimen, Rodolfo Martín Villa, el sibilino leonés que comenzó sus andanzas como jefe nacional del sindicato estudiantil franquista, el SEU, en los primeros años sesenta y culminó su carrera, como ministro del Interior del primer Gobierno de la democracia, ordenando la destrucción de todos los archivos que los servicios de represión del régimen tenían de la oposición. Una ingente documentación que acabó reducida a cenizas en las calderas de la Dirección General de la Guardia Civil, adonde fue transportada, en decenas de camiones, por orden del señor ministro de la Gobernación. Fue este, según nos dice el autor, el postrero intento de borrar su pasado por parte de un grupo de políticos que se acostaron franquistas y se levantaron, al día siguiente y sin solución de continuidad, demócratas de “toda la vida”.

Ambos, el rector Alas y el catedrático Alzaga, tan dispares en su trayectoria vital e ideológica, tienen, sin embargo, algo en común. Son los exponentes de una “clase política” que surgió en la Restauración, alcanzó su cénit con el parlamentarismo de la II República y tuvo su canto del cisne en aquellos turbulentos y apasionantes años de la Transición. Una pléyade de servidores públicos de todas las ideologías que, con sus luces y sus sombras, hicieron todo lo posible por sacar a este país de su endémica crisis moral y de su secular atraso. Y el contraste con la situación actual es aún mayor cuando contemplamos cómo el principal partido del centro-derecha español se desangra por las pueriles luchas de poder de unos dirigentes que se encuentran a años luz en cuanto a formación e integridad de aquellos grises y aburridos políticos de la II República y de la Transición. Así, mientras aquellos personajes llegaban a la vida pública tras una sólida formación y una dilatada trayectoria profesional o académica, más o menos exitosa, estos jóvenes representantes de la “nueva política” alcanzan la gloria amamantados por la loba capitolina de los partidos políticos, de cuyas ubérrimas ubres llevan alimentándose desde que, apenas alcanzada la adolescencia, tuvieron la fértil idea de afiliarse a las nuevas generaciones de sus respectivos partidos.

Por ello, mientras veo a dos “jóvenes promesas” de la derecha española enfangándose más y más en una impúdica lucha por el poder, con final fácilmente previsible, me viene a la cabeza el recuerdo de aquel hombre íntegro, ante un pelotón de fusilamiento, afrontando una muerte injusta con la dignidad que solo pueden tener los hombres de bien y siento una mezcla de pena y aversión, a partes iguales.

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