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Pablo Siana

Crítica / Música

Pablo Siana

Piano espectacular y potente

Martín García demuestra su madurez como intérprete con un concierto muy trabajado

Un lleno espectacular en el Auditorio, este domingo, para disfrutar del mejor piano romántico con el gijonés Martín García García (1996), que sigue madurando como el buen vino. Esta vez le vimos ante dos compositores, Chopin y Rajmáninov, con los que se encuentra cómodo, confiado, entregado, sin perder aún la pasión juvenil y dejándonos unas interpretaciones siempre con un toque personal –no importan algunas imperfecciones mínimas–, llegando y emocionando. Aunque, eso sí, tengamos que seguir sufriendo un amplio repertorio de toses en todas las tesituras, tonalidades (domina el "flemol"), caídas de paraguas y bolsos, luces más tonos de móviles incluso con conversaciones… Hasta niños que preguntan o se suman al coro de estertores en su registro más agudo, haciéndome anhelar aquellos conciertos de aforo reducido y mascarillas (deberían volver) que llegué a pensar, inocente e ingenuo de mí, vendrían para retornar a la escucha de la música desde el silencio, el respeto, la educación… y la salud.

El Covid sigue, la gripe nunca se fue pero la esperanza en el necesario civismo que nos permita disfrutar como se debe, ya se ha perdido del todo convirtiéndose en la verdadera pandemia.

Dos románticos para degustar ocupando cada una de las partes del concierto con el piano protagonista absoluto, iluminación cenital y resto en penumbra. Chopin toda la primera, bien organizada, comenzando con las cuatro "Mazurkas, op. 33" muy contrastadas en aires y "rubati" muy apropiados, una brillante "Barcarola en fa sostenido mayor, op. 68", cuatro de los "Preludios op. 28" igualmente ordenados por sus "tempi" buscando ese ambiente contrastante y hasta lúgubre de los días en Valldemosa, donde la tisis pareció contagiar en el túnel del tiempo al "coro de asistentes". Para cerrar luego con la conocida "Sonata n.º 2 en si bemol menor op. 35", a cuya famosa "Marcha fúnebre" del tercer movimiento, Martín García le dio toda la pasión y visión personal. A sumar el Presto final donde el virtuosismo es necesario pero la musicalidad aún más.

Fueron momentos casi sinfónicos con pasajes que el polaco utilizará en sus dos conciertos para piano junto al intimismo de otros en buena conjunción e interpretación del asturiano.

Y el "Chopin de Broadway", Rajmáninov, que comparte con el polaco la nostalgia desde el exilio, las añoranzas por "la amada Polonia" o "la madre Rusia" transmitidos en su piano de tragedias y depresiones volcadas por un Martín García pletórico, potente, amplio de dinámicas. Desde los dos "Momentos Musicales" op. 16, primero el n.º 3 en si menor, después el n.º 2 en mi bemol menor, nuevamente buscando los claroscuros románticos en el último de los intérpretes virtuosos además de compositores, el melodismo inimitable del ruso canturreado por el gijonés, al igual que con el polaco, como otra seña de identidad de nuestro joven virtuoso. Pasajes inconfundibles que evocan también las páginas con orquesta (en especial las "Variaciones sobre un tema de Paganini").

Todavía quedaba la "Sonata n.º 1 en re menor op. 28" para rematar la faena, sonido muy trabajado, ímpetu e introspección en perfecto equilibrio, música a borbotones, juventud con recorrido y mucho estudio para un recital titánico que levantó a todo el público de sus butacas con bravos y hasta un merecido e inoportuno "¡Grande!" rompiendo la unidad del "momento", y es que las emociones no entienden de buenos modales.

Sin chaqueta salió Martín para agradecer el entusiasmo que levantó y nos regaló tres propinas en una línea argumental acorde con este concierto puramente romántico por todo lo que escuchamos, incluyendo el "coro de ruidos".

Primero el "Étude-Tableau, op. 39, n.º 8 en re menor", limpio y cristalino; después el "Preludio n.º 3 en re menor", poderoso, enérgico, arriesgado "tempo di menuetto", elefantiásico cual las manos de Serguéi transmutado al gijonés como si comenzase el concierto dos horas después; y si se me permite la expresión, desmelenado pero reposado volviendo a la intimidad con la camisa sudada y la tercera del ruso, de sus siete piezas de salón, la op.10 n.º 6, una delicadísima "Romanza en fa menor" cuyo "Andante doloroso" más que "mosso". Solo lo rompió un infantil estornudo que no empañó un concierto para el recuerdo que las notas al programa, felizmente en papel, de mi compañera Andrea García Torres tituló "El virtuosismo expresivo".

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