Opinión | Crítica / Música

Orgullo, valor y garra

Rolando Villazón, una leyenda de la lírica, regresaba a Oviedo –como él mismo recordó, 22 años después– para protagonizar la penúltima cita de la temporada de los "Conciertos del Auditorio". Sin embargo, el mexicano evidenció que los años pasan para todos y, en su caso, el tiempo ha ido erosionando su voz hasta conferirle un sorprendente y hermoso timbre de barítono.

Villazón dio sensibles muestras de incomodidad en el aria mozartiana "Va, dal furor portata", sin encontrar la colocación óptima de la voz y con una emisión demasiado seca. Los agudos, sin la brillantez y pujanza de antaño, serían su talón de Aquiles –bien es cierto que las arias entrañaban también otras dificultades como la amplitud del registro, las coloraturas o el reto de traspasar a una nutrida orquesta– obligando al mexicano a medir, con mucho oficio, cada uno de los saltos hacia el agudo. Aun así, dejó momentos de cierta belleza. El cuerpo que ha ganado su voz con el paso del tiempo le permitió matizar con expresividad el recitativo "Dov’e quell’alma audace" y ganar confianza en el aria "In un mar" (ambos de Haydn). En el arreglo de Berio sobre "L’esule" verdiano, Villazón recordaría, por momentos, el lirismo que ha marcado buena parte de su carrera.

No deja de ser sintomático que su propina fuera la romanza para barítono "Amor, vida de mi vida", de la zarzuela "Maravilla" de Moreno Torroba, pieza donde se mostró más acertado a pesar de que Vásquez apurara demasiado la parte central, impidiendo su lucimiento en la bella musicalidad que encierra la partitura. Con todo, Villazón conserva el carisma y el aura propias de las grandes estrellas que tanto gustan a los melómanos ovetenses y supone un orgullo que figure en la programación de la capital del Principado.

Asumir la dirección del concierto era una labor, cuanto menos, comprometida. Sustituir a la mediática Alondra de la Parra era todo un reto que Christian Vásquez resolvió con buena nota y mucho valor. Tras una primera mitad con alguna sombra, el venezolano se reivindicaría con una extraordinaria segunda parte, manejando a la orquesta con mucha habilidad e inteligencia y demostrando una gran sintonía con cada una de las secciones.

La orquesta "Oviedo Filarmonía" continúa en estado de gracia. La celebración del 25.º aniversario de su creación no ha podido llegarles en un momento mejor y, sin duda, no se olvidarán fácilmente de una temporada donde han acompañado a figuras como Ermonela Jaho, Javier Camarena o el propio Villazón. Aunque la obertura de "Las bodas de Fígaro" tuvo algún ligero desajuste, la OFIL exhibiría un nivel espléndido en la segunda parte, enfrentando la "Sinfonía número 8 en sol mayor" de Dvorák y el "Danzón número 2" de Márquez.

Reforzada con media docena de alumnos del conservatorio, la OFIL supo exprimir con acierto cada uno de los temas que forman el "Allegro con brio" inicial, a cuyo término, el público no pudo reprimir algún aplauso. Equilibrados y bien ensamblados, los metales y las maderas se mostrarían especialmente entonados y demostraron una gran complicidad con Vásquez, atento a marcar cada entrada a pesar de dirigir toda la segunda mitad sin la necesidad de partitura. El "Adagio" estaría definido por una gran delicadeza no exenta de cierto dramatismo como resultado de la acentuación de los silencios. El "allegretto grazioso" que hace las veces de Scherzo, también fue una página ejecutada con exquisito cuidado y elegancia, mientras que en el "allegro ma non troppo" final las melodías estuvieron contrastadas con efectismo y la orquesta se mostró muy poderosa y compacta en sonoridad, sellando un trabajo espléndido, lleno de "garra" sinfónica.

El "Danzón número 2" de Márquez –que entendemos como una concesión a Villazón y Alondra de la Parra– quedó descontextualizado tras la sinfonía. Repleto de vitalidad y frescura, estuvo bien interpretado, con unos balances bien manejados por Vásquez y un color siempre atractivo. Al igual que el lema del Real Oviedo, el concierto del jueves estuvo marcado por el orgullo de contar con Villazón en la programación, por el valor de Vásquez a la hora de sumarse al proyecto y por la garra proyectada desde los atriles de los músicos de la OFIL.

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