Opinión | Las crónicas de Bradomín

El paquete

Una juerga con accidentado resultado

Arturo y José María "Chema", habían nacido casi al mismo tiempo en un popular barrio ovetense, hijos ambos de populares comerciantes en la zona. Amigos de correrías desde la infancia, compartieron durante años un común espíritu de rebeldía que habría de conducirlos al colegio San Luis de Pravia, del que no saldrían muy bien parados. En plena juventud la contienda civil habría de separar sus caminos. Bastantes años después volverían a encontrarse en Oviedo, ya casados y trabajando en la función pública, habiendo alcanzado el puesto de trabajo de "aquella manera", que era la forma más socorrida de conseguirlo en aquellos tiempos.

Andarían por la cincuentena cuando los conocí a finales de los sesenta del pasado siglo, un día con Cayo Fontán en Casa Perucha, en el Rosal, donde quedaban a diario a la salida del trabajo. Supe más tarde que eran bebedores de fondo, en especial del morapio. Solían frecuentar varios bares cercanos: Bango, Casa Amparo, La Caleyina, Bar Cesáreo, rematando casi siempre en Casa Lito y Casa Manolo; siendo frecuente que llegaran a casa bien entrada ya la tarde.

Un veraniego sábado, ambos amigos quedan en verse con la intención de celebrar el nacimiento del primer hijo de Arturo. Se citan para comer ese mismo día en Casa Manolo. Arturo acude a la comida provisto de una bolsa de deporte: "¿vienes del gimnasio?", pregunta con ironía su amigo. "No es broma, se trata de un encargo que tengo que entregar hoy sin falta", asegura Arturo. El paquete que llevaba en la bolsa era algo mayor que una caja de zapatos, forrado con tela arpillera, fuertemente atado con cuerda y sellado con lacre con iniciales SG; del mismo colgaba una etiqueta con fecha y una referencia numérica. Chema le echa un vistazo: "Tiene pinta de ser algo comestible...". "Desconozco el contenido", remachó Arturo.

En la barra tomaron dos vermús antes de pasar al comedor. Dieron buena cuenta de una suculenta fabada con almejas acompañada de un buen vino de Rioja, casadielles de postre, coñac y dos buenos Montecristo. Pasadas las cinco de la tarde dieron por terminada la comida. A la salida de Casa Manolo, convinieron tomar alguna copa para rematar la celebración. La tarde-noche se les fue disparando, al tiempo que la melopea iba in crescendo, hasta terminar la velada en El Suizo. Esa madrugada, al portador de la bolsa se le pasó parte de la borrachera al pensar dónde habría quedado el paquete.

Domingo. En un principio no quería alertar a su amigo, para lo cual se puso en marcha bien temprano con la intención de recordar los locales donde habían hecho parada. A medio día había visitado parte de los que recordaba haber estado. Nada. Finalmente decidió ponerse en contacto con Chema: "No recuerdo dónde pudo haber quedado", aseguró su amigo. "Déjame hacer un recorrido mental y dentro de un rato vuelve a llamarme". Resultado: la bolsa había quedado olvidada en la Cantina del mercado del Fontán. Tuvo que esperar hasta el lunes para recogerla.

Desenlace: tres días antes, la esposa de Arturo había dado a luz gemelos, uno de ellos había nacido sin vida. El Sanatorio Getino (SG), donde había tenido lugar el parto, no se hacía cargo de los trámites del entierro corriendo a cargo de los progenitores su traslado al cementerio. Ni carne, ni pescao: el paquete contenía un fiambre en toda regla.

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