Opinión | Crítica / Música
El talento de la tierrina
El joven Carlos Forcelledo exhibe todo su potencial al piano en el recital de La Castalia
Veladas como la del pasado domingo sirven para reflexionar acerca del inmenso talento que posee Asturias –en sus diferentes ámbitos y disciplinas– y del potencial de nuestros jóvenes músicos, quienes responden a las mil maravillas cuando se les concede una mínima oportunidad. En un panorama tan globalizado y exigente como el actual, asociaciones culturales como La Castalia adquieren un significado especial. Su apuesta por los artistas locales es más necesaria que nunca y ha ido aparejada a unos estupendos resultados artísticos en el recital del pianista, de tan sólo 19 años, Carlos Forcelledo.
La "sonata en re menor" de Scarlatti fue una delicia. El pianista delineó con mucho gusto cada uno de los fraseos, resultando una interpretación con una articulación aseada y una velocidad siempre exigente y constante que no inquietó el equilibrio exhibido por el joven asturiano.
El dramatismo Romántico llegaría mediante el "Papillons", de Schumann. Aquí, el de Muros de Nalón no tuvo inconveniente en plasmar las densas texturas que subyacen en algunos de los números de esta obra, recurriendo para ello a un gran virtuosismo nada reñido con la enorme musicalidad de su mano derecha, plena de lirismo durante toda la velada musical. Su elegancia se evidenció en el repertorio de Liszt: "Liebestraum" y "Liebeslied". El joven pianista, siempre muy concentrado y con una posición erguida y trabajada, mostraría una sutileza espléndida, manejando el pedal y la pulsación con mucha habilidad para ofrecer una gama de intensidades ciertamente atractiva. No deja de sorprender su acertada concepción de cada una de las piezas –más allá del nivel técnico o la pura ejecución–, lo que demuestra su madurez y profesionalidad a la hora de encarar el recital.
Tras una pequeña pausa, el público se recreó escuchando la segunda parte, casi monopolizada por piezas de Chopin. Algunas de ellas –como sus Estudios–, brillantes ejercicios técnicos bien solventados por Forcelledo. El asturiano demostró que este repertorio se presta especialmente a sus habilidades ya que aúna un elevado nivel técnico con una velocidad incesante y un lirismo arrollador. Su pulsación, siempre muy limpia, y su forma de manejar el tempo en, por ejemplo, la "Balada número 1 en sol menor", generaría una atmósfera onírica y fantasiosa donde los asistentes paladearon cada nota de la expresiva interpretación.
Cerraba el programa el "Asturias" de Albéniz, una de las obras para piano más conocidas del repertorio. El de Muros del Nalón, pleno de confianza, dominó cada registro del piano, con una acentuación correcta y una gran sensibilidad en el desarrollo de las melodías centrales de la obra del compositor de origen catalán.
Las propinas también estuvieron elegidas con habilidad. En primer lugar, "Adiós, muchachos", de Gardel. Un arreglo donde a la célebre melodía –siempre perceptible– se suman una armonía enriquecida y el expresivo e inconfundible ritmo del tango. Para finalizar, una interesante versión propia del "Asturias, patria querida" que puso en pie la sala de cámara del Auditorio Príncipe Felipe.
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