La violencia de género puede impactar sobre las competencias de crianza de las madres afectando a sus hábitos y a su capacidad para cuidar y proteger a sus hijos e hijas. En este caso, también la sociedad machista culpabiliza a las mujeres olvidando que ellas precisamente son las víctimas directas de la violencia. Sin embargo, ser víctima de esa violencia, no significa que se queden paralizadas y no realicen todos los esfuerzos posibles por proteger activamente a sus hijos e hijas intentando favorecer su desarrollo mitigando su sufrimiento (Fontanil, Fernández, Gil, Ezama y Diez, 2013).

Así, tal y como asegura Cristina Díez Fernández, autora del capítulo dedicado a los menores de la “Guía para la prevención y actuación ante la violencia de género en el ámbito educativo” editada por el Instituto Asturiano de la Mujer, los profesionales que quieren ayudar a los niños y niñas expuestos a la violencia de género, deben de apoyar a sus madres enfrentándose con los mitos que aún circulan sobre su estado y que acaban culpabilizándolas de la situación familiar en la que se encuentran. Entre otras: “Las madres son las encargadas del bienestar de los hijos e hijas”, “Una buena madre no priorizaría la relación con el maltratador y protegería a sus hijos e hijas”, “Si quisieran buscarían ayuda” o “Ninguna mujer maltratada puede cuidar bien de sus hijos e hijas”.

Por todo ello, y por el bien de sus hijos e hijas, es necesario que se les ayude. Estos menores necesitan para su tratamiento una intervención directa y una intervención indirecta, la cual se facilita a través del trabajo con las madres, generando un contexto que refuerza su propio proceso de mejora.

Trabajar con las madres por el bien de los hijos

Trabajar con las madres por el bien de los hijos

A la hora de plantear el trabajo con los niños y niñas es básico trabajar con la mujer, siempre que sea posible, la necesidad de hacer una exploración con cada uno de sus hijos e hijas. Es importante que esta no sienta cuestionado su rol de madre sino todo lo contrario, que pueda vivirlo como un apoyo de los profesionales hacía ella en la difícil tarea de acompañar a sus hijos e hijas en su recuperación. Debido a la situación de desvalorización y desautorización que ha vivido, es probable que en algunos momentos pueda sentirse cuestionada y presentar ciertas resistencias o dificultades. Muchas de ellas se sienten culpables de no haber podido proteger a sus hijos e hijas y por ello es importante dedicar el tiempo y la atención que sea necesario en este momento del proceso.

Una intervención con el niño o la niña desvinculada de la madre sólo debe darse en situaciones muy concretas como, por ejemplo, un trastorno mental o drogodependencia de la mujer que no permita el acompañamiento a sus hijos e hijas, que la niña o el niño esté abandonado, que la madre también ejerza violencia de forma sistemática sobre sus hijos e hijas o cualquier otra situación de alto riesgo para el o la menor.

Las mujeres que han sido víctimas de violencia de género suelen tener su autoestima muy deteriorada y eso influye en su percepción sobre su propia capacidad de autonomía. Muchas de ellas no se sienten suficientemente fuertes como para hacer frente a las necesidades de sus hijas e hijos por lo que a veces optan por “aparentar que no pasa nada”. Detrás de este tipo de actuaciones suele haber mucho miedo y es importante que las y los profesionales le recuerden a la mujer que de la misma manera que la han acompañado van a poder acompañar a sus hijos e hijas. En muchas de estas ocasiones las madres se sienten desesperanzadas por lo mucho que les queda por hacer, por las situaciones judiciales que decidirán sobre los regímenes de visitas y por remover momentos de su vida que quieren dejar atrás. Para ayudar a la mujer a atravesar este momento es importante recordarle la importancia de fortalecer los vínculos afectivos con sus hijos e hijas, así como ayudarla a establecer una lista de prioridades a trabajar dentro de las múltiples necesidades que surgen en este tipo de situaciones. Es básico que estas madres no tengan la expectativa de cambiar al padre de sus hijos o hijas, de considerar una resolución judicial favorable como la única solución, entre otras, ya que esto hace que sitúen los esfuerzos fuera de ellas y fuera de la relación con sus hijas e hijos. Toda la energía y motivación que tengan en este momento deben dirigirla hacia ellas mismas y hacia la relación con sus niñas y niños.

Diferentes posturas de las madres

Diferentes posturas de las madres

Debido a toda esta carga emocional que llevan las mujeres víctimas de violencia de género, no siempre acceden a iniciar una intervención con sus hijas e hijos en el momento en el que se les propone. Por ejemplo, hay madres que creen que no es necesario intervenir con sus hijos e hijas porqué están preservados y no se dan cuenta de lo que sucede.

En estos casos es necesario que la mujer tome conciencia del sufrimiento de sus hijas e hijos y hay que acompañarla en este proceso, que suele ser lento y doloroso. Es básico reforzarle la importancia de su rol como madre y del vínculo que la une a sus hijas e hijos, y también se le puede ayudar explicándole las consecuencias que la violencia puede tener sobre los menores.

En estas situaciones, a veces es útil hacer la comparación con sus propias secuelas y devolverle ejemplos de la vida cotidiana que ella misma explica donde se ve el sufrimiento de sus hijas e hijos; fomentar la empatía con sus hijas e hijos hablando de cómo ellas se sentían durante la historia de maltrato y ver qué consecuencias creen que ha tenido esta situación en ellas; facilitar que hablen de las necesidades que ellas tenían en ese momento (que las escucharan, que no las juzgaran, etc.); hablar con la madre sobre qué consecuencias o efectos cree que ha tenido la violencia en sus hijos e hijas y, entonces, extrapolar lo que ellas sentían que necesitaban en ese momento con lo que pueden necesitar sus hijos e hijas ahora; o reflexionar y cuestionar los mitos que la madre presente respecto a sus hijas e hijos y la violencia como, por ejemplo, que no se enteraron porque cuando discutían los menores estaban durmiendo.

Otro perfil de madre es el de aquella que tiene mucho miedo de lo que pueda suceder si se trabaja con sus hijas e hijos por las repercusiones que pueda tener. En estos casos la mujer suele vivir la propuesta del profesional más como una amenaza que como una oportunidad, y éste es el primer punto a trabajar con ella. Asimismo, es importante que, siguiendo su ritmo, pueda explicitar sus miedos y su desconfianza. Entre los principales miedos que pueden sentir las mujeres víctimas de violencia de género ante una propuesta de intervención con sus hijos son:

- Que su rol materno se sienta cuestionado. Las mujeres que han sufrido situaciones de violencia de género han vivido en una relación donde la propia autoridad y la posibilidad de establecer límites se han ido anulando; esto lleva a la mujer a sentirse inútil en cualquiera de sus facetas.

- Que sus hijas e hijos salgan más dañados después de hablar de lo que han vivido y de lo que sienten. Hay mujeres que creen que en el momento en que sus hijas e hijos empiecen a hablar de la situación vivida, su relación va a empeorar. En estos casos, hay madres que comparten muchos mitos sociales sobre lo qué explicar a los hijos o hijas, sobre la idea que es mejor no hablar de lo sucedido para que no salgan los sentimientos de rencor o rabia.

- Que se les retire la custodia de sus hijas o hijos. Una de las repercusiones más temidas por las mujeres víctimas de violencia de género es que la justicia les retire la custodia de sus hijas e hijos. Este miedo se debe a las amenazas que los agresores ejercen sobre ellas, transmitiéndoles la idea que si quieren pueden quitarles a las hijas o hijos, que ella no será capaz de cuidarles sola y que él la denunciará por ello.

Un tercer perfil de madre es el de aquellas que delegan a los profesionales la responsabilidad de la recuperación de sus hijas e hijos. Detrás de este posicionamiento suele haber sentimientos de impotencia, la tendencia a colocar la responsabilidad fuera de ellas o la sensación de decepción porque el hijo o hija no responde como ella desearía. En estos casos es imprescindible trabajar con la mujer para que pueda explicitar estos sentimientos ya que es la principal forma de conseguir su colaboración, hay que reforzarle su papel activo en la recuperación de sus hijas e hijos. Estas madres suelen sentirse muy desbordadas y a veces no pueden conectar con el sufrimiento de los menores, aunque también es posible que no puedan sentirse implicadas en el cambio de sus hijos o hijas, o piensen que son éstos los que tienen el problema.

El cuarto y último perfil es el de aquellas madres que pueden colaborar con la intervención desde el primer momento y que son capaces de expresar su preocupación por sus hijas e hijos, así como mostrar una capacidad empática importante hacia el dolor que ha creado la situación de violencia en su entorno. Estas mujeres suelen presentar una historia en la familia de origen con menos índice de violencia o, por lo menos, han tenido la posibilidad de vivir con modelos de relación no violentos. Han podido aprender lo que significa el respeto y el cuidado de las hijas e hijos y, como consecuencia, no normalizan determinadas acciones y pueden responder ante indicadores de malestar de estos y estas.