Somos víctimas de lo que permitimos

Todos tenemos un lugar donde el control es nuestro; si lo dominas, dejarás de sentirte víctima recurrente de tóxicos y personas que te absorben la energía

Somos víctimas de lo que permitimos

Somos víctimas de lo que permitimos

Javier García / Sonia Pardo

No. Éste no es un artículo para decirte que si te pasa algo malo es culpa tuya, y te fustigues y sientas que te lo mereces. Que, si no lo has conseguido, o sale mal, es que no has hecho lo suficiente. No. No tenemos recetas mágicas. Pero sí. Te invitamos a hacer una reflexión para hacerte consciente de que siempre, siempre, tienes un área en la que el control es tuyo, y nada más que tuyo.

Te pueden pegar, te pueden insultar, pueden pisar tu confianza, convertirla en mil trizas y formas (desde infidelidades de pareja a socios que te chupan hasta la sangre). Pero, en algún punto, aunque seas un esclavo (como decían los estoicos), hay algo que tú puedes controlar. Puedes controlar las decisiones que tomas con lo que te pasa. Lo que permites te impide ser libre y acabas convirtiéndote en tu propia víctima.

Poner límites a lo que estás pasando y, sobre todo, cómo reaccionas a ello siempre está bajo tu control. Te pueden pegar una vez, pero no dos. Te pueden insultar una vez, pero a la segunda debes saber reaccionar; te pueden utilizar o pisar como a un felpudo, hasta que dejes de permitir que lo hagan.

Todos tenemos un lugar donde el control, el timón, la decisión, la libertad de acción es nuestra. Si la dominas, dejarás de sentirte una víctima recurrente de tóxicos y personas que te absorben toda la energía, dinero y calidad vital.

Sí. Descuidamos un entrenamiento básico y fundamental que necesitamos cada día y en cada decisión: nuestro interior. No tenemos problema en asumir que, si queremos quemar grasa, definir músculo, tener una mejor salud coronaria... sabemos que hay que sudar, disciplinarse y entrenar –y no una vez, sino con una cadencia y una constancia a veces vital.

Que las personas que te rodean no formen parte de los problemas, sino que te den energía para construir soluciones

No. No hay resultados sin esfuerzo, sin una mente abierta, humilde, que evalúa, decide y marca límites entre lo que nos pasa y lo que hacemos con lo que nos pasa. No podemos pilotar un avión, operar a corazón abierto ni soldar una pieza de hierro o cocinar una receta, sin una vocación, interés y energía por aprender y esforzarse.

Sí. Enfrentarse a uno mismo es un reto desafiante. Básicamente porque el aprendizaje no ocurre en una playa mirando al sol o en un pub. Mentalmente aprendemos cuando las cosas son más difíciles: en el dolor de una ruptura, en el dolor de una deslealtad, en el dolor de un agravio, un insulto, un maltrato, una quiebra o un camino donde parece que no hay salida. En esos momentos, si no tenemos el entrenamiento adecuado, nuestra capacidad para evitar que nuestra autoestima se destruya a pedazos será muy débil. El esfuerzo que requiere romper y reenfocar lo que te genera ese dolor es titánico si no tienes muy cuidado (entrenado) tu interior.

Si nunca has ido a correr al parque, vives en el sofá con un fuerte sobrepeso y tu analítica sanguínea está en niveles desastrosos... comprar el mejor equipamiento deportivo posible y ponerte a trotar, sin más, en ese parque no arregla mucho. A los cinco minutos pueden pasar dos cosas: o te da un infarto –y terminas en urgencias– o acabarás asfixiado y no serás capaz de hacer nada que tenga cierto impacto en tu salud. Y abandonarás.

Entrenar requiere empezar con un paso, después otro, un día, después otro, y ser consciente de que el esfuerzo es algo necesario. Y, sobre todo, no decaer porque tu mente te dirá una y mil veces algo así como: "No vayas a entrenar, eso duele, eso no sirve y es más cómodo seguir haciendo lo mismo". Si no lo vences, no creas hábitos deportivos. Y eso es algo que cualquiera que se disciplina –en el deporte, la nutrición o la formación– lo sabe.

Lo mismo ocurre con nuestro entrenamiento mental. Y es ahí donde el título de nuestro artículo cobra sentido. Somos víctimas de lo que permitimos porque no estamos entrenados. Y este entrenamiento no es fácil, requiere mucha disciplina.

Supone cuidar las relaciones que construimos:

1) Trata de alejar de tu vida a personas que restan tu energía. Fácil. Si después de estar con esa persona te sientes como si salieras una sesión de spinning mental... ahí lo tienes. Que las personas que te rodean no formen parte de los problemas, sino que te den energía para construir soluciones.

2) No permitas que invadan en todo momento tus espacios de libertad, por ejemplo, cuando te juzgan a cada paso.

3) Cuídate de quien para dar uno necesita recibir diez.

4) Marca distancia con quien no tiene ningún interés real en construir a largo plazo, sino que busca algo inmediato y no muestra una vocación por aprender, respetar y tener una comunicación sana (centrada en la solución).

Supone poner líneas rojas inquebrantables:

5) No aceptes que controlen tu móvil (mensajes, llamadas o ubicación).

6) Preocúpate de quien te marca el territorio de juego y te chantajea para saber todos tus movimientos, con quien hablas o no, qué estudias o no, el control férreo de tus gestos o palabras, el insulto fácil... Ni que decir tiene, de quien usa la violencia física (una sola vez es suficiente).

7) Haz una lista de tus valores inquebrantables. Si tienes dudas, los valores son las cosas que harías incluso cuando nadie te ve; cuando nadie te paga por ello; lo que te mueve por dentro y sientes que es tu mejor versión.

8) Analiza con bisturí qué te define en mejor versión que aspiras de ti. Qué te hace (o haría) vivir en paz y en equilibrio entre lo que piensas y lo que sientes. No te mientas y analiza si un tercero "te saca" de ahí, con sus palabras, con sus acciones, con lo que te transmite... Si ves que te vas apagando y anulando como cuando tu móvil se queda sin batería... en ese momento empiezas a ser víctima de lo que permites. Invaden tu zona de control y no estás haciendo lo correcto para evitarlo.

9) Fija esa área de control: con unos valores, unos sentimientos (un primer paso: determina lo que jamás quieres volver a sentir), unas acciones en las cuales sólo tú pilotas (lo que puedes hacer o no hacer y sólo tú decides). Si se meten en esa zona de tu control, y sientes que cedes el timón, empiezas a ser víctima de lo que permites.

10) Crea tu lugar seguro. Tu gimnasio mental, tu lugar donde reflexionar, entrenar, relajarte, alejarte de la realidad y analizarte. Y entrena, una y otra vez. Visualiza aquello que permites y no te gustaría tener en tu vida. Evalúa con precisión si tu área de control, tu lugar seguro, es cada vez más grande o pequeño.

Trabaja contigo mismo para hacer que tu lugar seguro, tu espacio para dirigir el GPS de tu vida, te pertenece a ti. Porque si se lo das a otra persona, aunque tenga muy buenas intenciones, empiezas a caer en el lado oscuro de convertirte en una víctima de lo que permites. Es cuestión de entrenar. Empieza por una primera acción, por un no (para decir sí a lo que tú necesitas), por una decisión... Verás cómo poco a poco le irás quitando los ruedines a la bicicleta de tu vida.

Sonia Pardo es periodista. Javier García es editor de Sintetia. Ambos son socios de 21x21 Comunicación y autores de "Reiniciar(te)"

Suscríbete para seguir leyendo