La Nueva España de Siero

La Nueva España de Siero

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ezequiel enseña a pensar: la filosofía de un maestro de Valdesoto que lleva 40 años dando clases de ajedrez

Un maestro sierense relata en el libro “Ajedrez desde el mirador de la infancia” su experiencia con "el rey de los juegos"

Ezequiel Martínez, con su su libro en la mano | I. G.

Hay tres cosas en las que se da la circunstancia que los niños pueden dar lecciones a los adultos: la música, las matemáticas y el ajedrez. Ezequiel Martínez lo aprendió a través de la experiencia, dando clases del “juego rey” (o “el rey de los juegos”) durante alrededor de cuarenta años. Todo lo recoge en su libro “Ajedrez desde el mirador de la infancia”, donde, como una triada, intercala dibujos infantiles, lecciones y un prólogo de un amigo ya fallecido.

“Hay una frase muy famosa que dice: yo soy como el soldado que sujeta la tercera lanza empezando por la izquierda en el cuadro de ‘La rendición de Breda’. Está, pero no se ve. Los que salen en primera fila de la fotografía nunca batallaron a diario, en las trincheras”, se define el ajedrecista, que toda su vida la dedicó a la enseñanza. Martínez nació en Valdesoto, en el año 1957 e hizo lo que cualquier niño normal: “Enredar y jugar”. Eso sí, en el pueblo, tenía un vecino que lo apodaba “el tranquilo”, porque se podía pasar muchas horas mirando las vacas.

Comenzó a jugar a los 18 años gracias a su padre, que se llamaba Adolfo y al que a día de hoy sigue admirando. Fue porque llegó un andaluz, que sabía “mover las piezas”. Justo por esa época inició sus estudios en Geografía e Historia, que era lo más cercano a la Filosofía que había en aquel entonces en Asturias, la carrera que a él le hubiera gustado estudiar. “Yo recuerdo cuando era un niño, que vino a Pola de Siero a jugar uno de esos maestros de ajedrez y yo me quedé ahí, mirándolo, porque ya me llamaba la atención”, cuenta.

Cuando comenzó a jugar, se enganchó: “Antes era un juego de reyes y ahora es el rey de los juegos”. No puede explicar del todo por qué le gusta. Tiene que ver con pensar, con el arte del silencio, y con la seducción. “Quedas atrapado. Te abstrae de los problemas cotidianos y te absorbe”, dice. Pero también se dio cuenta de que ya no podría ser un prodigio. Había aprendido demasiado tarde, pero la verdad es tampoco quería serlo.

Llega un punto donde la concentración es tal que “las piezas te hablan”, dice, parafraseando a uno de los grandes maestros del ajedrez. Pero no es al único al que le pasaba lo mismo. Cuenta la historia de uno de sus alumnos, al que le habían diagnosticado hiperactividad. Era de esos niños que no podían estar sentados en una silla más de cinco minutos. Sus padres estaban desesperados. Entonces aprendió el “rey de los juegos”. Y poco a poco, le sustituyeron los tableros por los libros y el niño se sentó a estudiar.

“Para educar hay que pensar. El sistema, para que funcione, hace que la gente no piense. Eso es todo lo contrario al ajedrez”, concluye. Al final, todo se reduce a eso, al pensamiento, y aprender desde que son niños, como un mirador hacia el futuro.

Compartir el artículo

stats