La artista polesa María José García Rodríguez, “María José Siero”, como firmaba sus obras, falleció este 30 de diciembre a los 87 años en el hospital de Cabueñes, en Gijón. Matriarca de una gran familia que regenta la conocida “Bodega de Máximo”, en la capital sierense, compaginó su faceta de madre con la artística y con la docencia, entre otros lugares, en el instituto poleso.

Realizó numerosas exposiciones individuales y colectivas desde 1968 y su obra se encuentra en varios países. Persona vital, optimista y entrañable, no dejó de pintar nunca ni de cultivar distintas técnicas pictóricas, entre ellas, la acuarela, en la que destacó.

María José García, en una imagen reciente

Hace solo unas semanas, María José García relataba para LA NUEVA ESPAÑA la historia de la "Bodega de Máximo", que dio forma a un reportaje publicado en este periódico el pasado 19 de diciembre. Durante la conversación fue surgiendo también la historia de su faceta como artista y la de una persona caracterizada por la vitalidad, el optimismo y el talento, una mujer que fue adelantada a su tiempo y que nunca dejó de formarse y aprender en la que fue una de sus grandes pasiones, la pintura. 

María José García, cuando pintaba, era María José Siero, el nombre de la artista y tras el que hubo una vida apasionante en la que compaginó su vocación artística con la docencia, su propio afán por seguir aprendiendo siempre y la dedicación a su familia. Con Máximo de Río -impulsor del negocio poleso en su actual forma, aunque lo heredó de la familia de su esposa como vinotería- tuvo siete hijos. Cinco mujeres y dos chicos que llegaron los últimos. Como anécdota, cuenta la familia, que cuando nació el primer varón, que llevaría el nombre de su padre, Máximo, fue todo un acontecimiento en la Pola. Pacita Vigil, La Guaxa, la popular repartidora de prensa, “fue la que dio la noticia” a primera hora de la mañana, mientras entregaba los periódicos del día, recuerdan.

Pese a haberse casado pronto y ser madre de familia numerosa, nunca se apartó de su vocación. En realidad, esta no solo fue la pintura, también la enseñanza. Fue profesora de dibujo desde 1968 y ejerció, entre otros lugares, en el instituto de la Pola. “Siempre he querido aprender cosas y enseñar lo poco que yo pudiera saber”, explicaba hace solo unas semanas a este periódico García, que se graduó en Artes Aplicadas y se diplomó, ya casada, en Técnicas de Expresión y Comunicación por la entonces Escuela de Expresión de la Generalitat de Cataluña, en Barcelona. 

Su primera exposición individual la realiza en la Casa de Cultura de la Pola en 1966. Entre otras muchas, en 1984 muestra su obra en la Sala del entonces Banco Bilbao, en la calle San Francisco, de Oviedo. “En Asturias, abundante en pintores de paisaje, las obras a la acuarela escasean y por ello las de María José Siero tienen mayor interés, mostrándonos como la luz y el aire, el agua y su frondosa naturaleza son capaces de servir de pretexto a su cuidada y numerosa obra (…) Su luz bebe en nuestras brumas, pero el color sobrepasa la anécdota y la identificación a lugares conocidos. Estas acuarelas frescas, húmedas, con la luz envolviéndolo todo son el resultado de un largo camino en su desarrollo artístico”, escribiría en marzo de 1984 José Luis Prado en el materia promocional de la muestra del entonces Banco Bilbao.

 Participaría a lo largo de los años en varias exposiciones colectivas y sus pinturas llegaron a prestigiosas galerías madrileñas. “Recuerdo que me había comprado un mural grande un oculista, creo que se apellidaba De La Fuente, que estaba en la calle Uría, encima del cine Aramo. Lo puso en su consulta. Y por allí pasó un día un señor que era un marchante de la Casa del Greco de Madrid, en Príncipe Vergara. Lo vio y me contactó. Me dice que si yo quiero trabajar para ellos tengo que comprometerme a hacer 12 murales de ese tipo mínimo al año. Yo ya estaba dando clase, tenía a las niñas, lógicamente aquello era inviable. Pero lo que hizo fue cogerme obra y la llevó en unas exposiciones itinerantes que había por toda España y ahí vendí muchísima obra”, rememoraba García, cuyo domicilio estaba lleno de obra de años pasados y de las que aún seguía haciendo, a sus 87 años, con una pasión que nunca se había apagado y que siempre la llevó a seguir formándose en nuevas técnicas. 

Uno de los paisajes de la pintora

En el negocio familiar, primero en el almacén de vinos y luego en la “Bodega de Máximo”, “yo poco pude estar, porque me dedicaba a dar clase, a estudiar y a la familia, aunque tenía ayuda con unas chicas maravillosas”. “Máximo fue maravilloso, una persona estupenda, nunca me quitó la libertad de estudiar, de tener la ayuda que necesitase en casa para seguir formándome, para ir a Madrid o a Barcelona a convalidar cosas”, contaba.

Obra de María José Siero

En su casa hay obra de Casimiro Baragaña, con quien compartió amistad además su amor por el arte. “Intercambiamos cosas, él me regaló algunos cuadros y yo le regalé otros. Cuando yo empecé a exponer, comencé a tratarlo más y siempre fue mi amigo. Era mucho mejor que yo, claro, y yo además estaba empezando. Él era mi maestro, podríamos decir”, explica.

¿Y por qué María José Siero para firmar su obra? “Estudié en las Ursulinas, en Oviedo, y que cuando alguien nos llamaba por teléfono, cuando daban el aviso a mí me mencionaban por el lugar de origen para distinguirme de otras compañeras. Me decían ‘María José Siero’ para que acudiera al teléfono y de ahí viene”, explicaba la pintora.

Obra de María José Siero

"No sé qué clase de magia tiene la pintura para todos aquellos que nos sentimos atraídos por esta forma de expresión. Lo que sé es que cualquier técnica me sirve cuando siento ese feliz impulso que me obsesiona y me ata a pinceles y colores desde niña. Aunque me gusta expresarme con técnicas diversas, le tengo un amor especial a la acuarela, gracias a la cual se enriqueció de matices mi universo infantil. Ignoro cuando empezó mi afición a dibujar y a pintar pero recuerdo que no abandonaba mi bloc y el maletín lleno de pinturas variadas. Con este material fantaseé toda mi niñez dibujando personajes irreales, hadas con poderosas varitas mágicas o casas encantadas. Más tarde mi entusiasmo pasó a los bosques, nubes y brumas, a los rápidos cambios atmosféricos de mi preciosa tierra asturiana y a los diversos matices de ese sugerente y espléndido mosaico de rubios trigales, ocres, negros, verdes o rojos de las también queridas llanuras leonesas y castellanas. Captar al ser humano me fascina. Creo que la observación de las formas y el color ha constituido lo esencial de mi educación artística. Colores y formas se metamorfosean en mi mente y surgen del recuerdo", escribía ella misma acerca de su pasión por la pintura.

La artista, en su juventud