"Hacer cataclán", la cerámica como terapia de autoconocimiento

La bióloga Maider López dejó una multinacional para montar el taller de El Cuto (Siero) en el que da clases muy personales

El poder sanador de la cerámica

Lucía Rodríguez

Lucía Rodríguez

El primer contacto que Maider López tuvo con el mundo artístico fue gracias a su hijo, hace nueve años, cuando el pequeño contaba con cinco años de edad. "Un día salí de casa y me lo encontré jugando con barro debajo del hórreo, aprovechando los restos que habían quedado de una obra que hicimos", recuerda. "En aquel momento, yo acababa de separarme y no estaba pasando por un buen momento, y esa actividad me pareció una buena idea para conectar más con el niño", añade. Así que hicieron las maletas y se fueron los dos a un curso a Astorga. "Descubrí algo que no solo me encantó, sino que tiene una cualidad sanadora y te ayuda a gestionar tus emociones y al autoconociento", detalla.

Sin embargo, no fue hasta hace cuatro años, cuando se vio metida en una ambulancia camino del hospital por un ataque de ansiedad, cuando decidió abrir su propio taller, en el Cuto (Siero). "Llevaba 17 años trabajando como bióloga en una multinacional. Estuve cuatro meses de baja y me reincorporé por miedo a perder mi puesto de trabajo". Sin embargo, una vez de vuelta, López se dio cuenta de que "aquel no era mi sitio y tenía que tomar una decisión”.

"Hablé con el departamento de Recursos Humanos y si un viernes terminé mi relación con la empresa, el lunes a las ocho de la mañana ya estaba trabajando en mi taller", rememora. Al principio, intentó elaborar cosas que tuvieran una finalidad práctica y no fueran meros elementos decorativos. "Así que comencé haciendo urnas para funerarias", relata. "Sin embargo, me di cuenta de que hay un porcentaje muy bajo de personas que se llevan las cenizas de sus familiares a casa y, para encerrarlas dentro de un nicho, la gente no invierte dinero", añade.

La ceramista reconoce que "los primeros dos años fueron muy duros y lloré mucho". Y es que admite que "el oficio es muy difícil, aunque desde fuera se vea muy romántico". Lo primero que aprendió fue que "de todas las piezas que se hacen, va a haber muchas que se van a romper o a estropear". Por eso, en cuanto alguien se apunta a sus clases, lo fundamental es tener claro que "cada proceso lleva su tiempo, que aprendan a utilizar la técnica como una herramienta de autocontrol y a aprovechar cada fallo como una oportunidad". De ahí nació el "hacer cataclán". Consiste en que "cuando una pieza sale mal, hay que aprender a soltar, y esto lo hacemos tirando el objeto al suelo para que se rompa en mil pedazos", detalla.

Maider López imparte clases actualmente a un total de veinte personas, que acuden a su taller asiduamente. Sin embargo, también cuenta con alumnos que acuden de manera ocasional. "Hay gente que viene cada 15 días o una vez al mes, e, incluso, que pagan solo una sesión". Entre las actividades que ofrece también están los talleres para familias, las despedidas de soltera y los maratones, consistentes en "pasarse ocho horas elaborando piezas".