Don Ramón

El maestro de Córdoba clave en el futuro del futbolista Manolo Sanchís

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

La semana pasada escribí sobre un gran maestro que se nos fue hace unos días. La anterior también tocó contar algo acerca de los enseñantes, y algún amigo me preguntó si lo que conté en ese artículo sobre los plátanos, las manzanas y los capones fue real. Le contesté que sí, claro. Y a raíz de esa pregunta, ya no pude evitar que la cabeza me volviera a los años de infancia y escuela.

Y me acordé de Don Ramón, el profesor que me tocó en 2º de EGB, en el colegio La Salle, en Córdoba. Uno de esos maestros capaces de crear, con su ejemplo, hábitos de humanidad en sus alumnos. Físicamente, para situarnos, tenía cierto parecido con Pepe Isbert, el actor de los años cincuenta. Siempre iba con traje oscuro y parecía de mala leche; pero después no, era un tío muy entrañable. Los capones que soltaba eran con cariño. Y era seguidor furibundo del Real Madrid. Total.

Y recuerdo que entre los compañeros de clase había uno que era hijo de un jugador de fútbol que jugó en el Madrid y el Córdoba. Para Don Ramón, la cuenta. Pero aquel crío no parecía destinado para el deporte. Los que nos quedábamos a comer en el colegio, entre los que estábamos aquel chaval y yo, antes o después de la comida aprovechábamos para jugar algún partidillo. Y aquel rapacín era realmente malo; y además como era quien era, los demás nos reíamos mucho cada vez que iba corriendo y se tropezaba o le iba a dar al balón y le pegaba al aire. Una vez no pudo aguantar más y se echó a llorar. Coincidió que pasaba por allí cerca Don Ramón, que vio aquello, se acercó, le puso la mano en la cabeza, lo arrimó a él, y para animarle le dijo: "Tranquilo hijo, no llores; los que no saben son ellos. Tú puedes acabar siendo capitán del Madrid y de la selección española. Ya verás. Se lo vamos a demostrar. Para que después se rían". Y a partir de aquel día, aunque el chaval jugara horrible, lo puso a jugar con el equipo de fútbol de la clase. Y poco tiempo después, en cuanto el chaval empezó a darle un poco mejor al balón, ya lo hizo capitán del equipo. Y cada poco, como para darle seguridad, le repetía: "Venga, que lo haces muy bien; tienes que enseñarles a estos que puedes acabar jugando en el Madrid y en la selección. Ya verás que sí". Y ciertamente, aquel chaval, ya con confianza en sí mismo, cuando terminó el curso era uno de los mejores del equipo.

Me acuerdo también de un compañero que entró nuevo a mitad de curso. Venía de Argentina y se apellidaba Massó. El primer día, le tocó leer algo y había una palabra que empezaba por "elle", que los argentinos pronuncian con un un deje propio; y aquello fue la risión de la clase. Y el chaval se avergonzó y también se echó a llorar. En ese momento llegó la hora del recreo y Don Ramón pidió a aquel crío que se quedara con él. Cuando volvimos a clase, Don Ramón se nos quedó mirando a todos, y le dijo a Massó: "Venga, si quieres, hazlo". Y Massó subió a la tarima, abrió un pequeño diccionario para escolares, y leyó una a una todas las palabras que empezaban por la letra "elle", primero entre el silencio y después la admiración de todos los demás críos de la clase. Cuando finalizó, Massó era la persona más feliz del mundo. Me acuerdo. Ah, esto sí que se me olvidaba: aquel chaval que jugaba al fútbol se llamaba Manolo Sanchís; y, sí, unos cuantos años después acabó siendo capitán del Real Madrid y de la selección española de fútbol.

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