Juan Carlos Gea

El pintor, arquitecto y escultor Joaquín Vaquero Turcios, uno de los nombres más destacados del arte asturiano de la segunda mitad del siglo XX, falleció ayer en Santander a los 77 años de edad como consecuencia de larga a enfermedad que padeció durante los últimos años. El artista, cuya capilla ardiente está instalada en el tanatorio santanderino del Alisal, murió rodeado de sus familiares más cercanos: su esposa, la poetisa santanderina Mercedes Ibáñez Novo, y sus cuatro hijos, Joaquín, Tomás, Juan y Andrés, que lo despedirán en una ceremonia estrictamente privada en la casa que la familia posee en Santander y en la que, por expreso deseo suyo, el artista pasó los últimos días de su vida.

Nacido en 1933 en Madrid, pero vinculado a Asturias por su ascendencia –era hijo del artista ovetense Joaquín Vaquero Palacios-, por su obra y por sus afectos, Vaquero Turcios fue un creador polifacético, culto y cosmopolita que destacó en el campo de la abstracción pictórica y la escultura pública o integrada en proyectos arquitectónicos, actividad ésta en la que destacan sus intervenciones en la central eléctrica de Grandas de Salime o los murales realizados para el Teatro Real y la Fundación Juan March en Madrid, o el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo.

Con todo, las dos obras que le dieron quizá más popularidad entre sus paisanos fueron la gran pieza conocida como "El Cuélebre", ubicada en la actualidad en un tramo de la autopista Y próximo a San Andrés de los Tacones (Gijón) y la escultura en acero cortén "Nordeste", que ocupa un estratégico enclave en el barrio gijonés de Cimadevilla.

Al igual que su padre, Vaquero Turcios fue un incansable viajero y un hombre curioso que incorporó a su obra elementos de la cultura clásica y de los países que conoció y de las ciudades en las que residió, entre ellas París y Nueva York. Entre sus premios y reconocimientos destacan el de la Bienal de París, la Bienal de Salzburgo o el premio de Grabado del Museo de Budapest. Fue Académico de Número de la de Bellas Artes de San Fernando y de la Accademia Fiorentina delle Arti del Disengo, y actualmente estaba pendiente del desarrollo de su proyecto de reforma para el estadio del Molinón.

Su primera infancia transcurrió en Oviedo, pero el joven Joaquín pronto se abrió a un mundo completamente nuevo, acicateado por los traslados profesionales de su padre y su espíritu inquieto y por los orígenes centroamericanos de su madre, Rosa Turcios Darío, sobrina del poeta nicaragüense Rubén Darío. Nicaragua y, sobre todo México, donde entró en contacto con el muralismo, marcaron una impronta que el joven pintor y escultor empezaría a desarrollar en Roma en la década de los 50.

La influencia de la arquitectura clásica, los frescos y los mosaicos, empiezan a definir un mundo plástico que, tras la época de los grandes retratos y las estatuas togadas, derivaría cada vez más hacia la síntesis abstracta que caracterizó la obra madura de Vaquero Turcios.

En el aspecto de investigación y docencia, escribió libros como "Maestros subterráneos", sobre el arte paleolítico, y ejerció como profesor asociado de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid.

Además de su legado artístico, Joaquín Vaquero Turcios deja cuatro hijos que continúan con la veta creativa familiar: Joaquín, arquitecto; Tomás, pintor y músico; Juan, fotógrafo, y el menor, Andrés, diseñador.