Oviedo, M. S. MARQUéS

Asturias tuvo su propiahistoria antes de Roma y ese mundo indígena empieza a darse a conocer tras casi dos décadas de excavaciones arqueológicas centradas en buena parte en el occidente asturiano.

Hasta entonces las fuentes historiográficas eran parcas y no siempre eran bien interpretadas a la hora de definir un tiempo que se adentra casi diez siglos antes del cambio de era. Todo ello contribuía a ofrecer una imagen de ese momento como un período oscuro y desconocido protagonizado por tribus indígenas de costumbres un tanto bárbaras.

Ante esta pesimista lectura del pasado autóctono, no era extraño que los historiadores vieran a los antiguos astures como gentes belicosas en gresca continua con las tropas romanas. Pero ni la confrontación debió ser tanta, ni tan salvajes los pobladores de la Asturias trasmontana.

A desmontar viejos tópicos están contribuyendo de manera decisiva las campañas arqueológicas. El hallazgo de materiales y estructuras constructivas abre una rica vía de información sobre los modos de vida de los astures prerromanos, de sus costumbres y cultura y de la pervivencia de su sistema de poblamiento en torno al castro.

Pero a su vez el mayor conocimiento del registro arqueológico permite descubrir la importancia de la romanización en Asturias y defender que la presencia romana en tierras del Principado era mucho más abundante de lo que se venía suponiendo. Los datos proporcionados por la arqueología hablan no ya de conquista y de imposición de una cultura dominante sino de integración y de influencia.

Las nuevas teorías sobre la confrontación de astures y romanos descartan la resistencia a ultranza de unos indígenas «libres y heroicos» frente al ataque invasor. Los romanos utilizaron en las tierras del Norte una estrategia diferente de la acostumbrada en otros lugares y lo hicieron obligados por la división en grupos diferenciados de los habitantes de este lado de la Cordillera. La arqueología no refleja signos de confrontación generalizada en los poblados, más bien lleva a pensar en una ocupación en muchos casos pactada y guiada por el control del territorio. En todo ello tuvieron mucho que ver los yacimientos auríferos. Los mismos que hicieron del Chao Samartín, en Grandas de Salime, -un asentamiento fundado a finales de la edad del Bronce (800 a C.)- un gran centro administrativo desde el que se ejercía el control de la producción de las minas de su entorno.

Está claro que la consolidación del dominio romano provocó una profunda transformación en los núcleos de población existentes, algunos originados ya en el Bronce final, como fue el caso del Chao Samartín, San Chuis (Allande), Os Castros (Taramundi) o El Picón (Tapia). Se sabe que a partir de esas fechas surgen asentamientos delimitados por cinturones defensivos, poblados prerromanos bien protegidos que se irán transformando y que perdurarán hasta la época romana.

Muchas son hoy las evidencias que demuestran una antigüedad negada. La arqueología ha sabido dar la vuelta con sus demostraciones a las viejas teorías que consideraban el fenómeno castreño como consecuencia de la implantación romana en los territorios auríferos del Navia y el Narcea. Esta concepción ya no se puede sostener hoy, cuando las pruebas radiométricas demuestran una ocupación muy anterior al cambio de era. El último ejemplo lo puso de manifiesto el castro de Coaña, donde los análisis del carbono 14 acaban de situar la ocupación del yacimiento al menos en el siglo IV a C. Un dato más en defensa de la cultura indígena asturiana.