Oviedo,

Pablo ÁLVAREZ

Era un sábado más de un invierno primaveral. María José Villanueva salía de su casa con su marido y sus dos hijos. Botas, forro polar y mochila componían la indumentaria para pasar lo que ella denomina «uno de esos felices días de montaña en familia». Sonó su teléfono móvil. Era su prima Pilu muy agitada. «Nada más descolgar la oí gritar, angustiada, que su madre estaba inconsciente en el baño y que su hermano Nacho estaba llamando al 112 para que le enviaran ayuda», relata. El mensaje era perentorio: «Josina, ven, que mamá no responde y se nos muere?».

La doctora María José Villanueva conoce a la perfección el sistema de emergencias sanitarias que se activa con una llamada al 112. Desde hace cinco años, ella coordina las UVI móviles de toda Asturias. Antes, había acumulado una considerable experiencia, principalmente en el área de Avilés, como médica de estos dispositivos. Incluso en los años que lleva al frente del SAMU ha procurado realizar funciones esporádicas en estos vehículos, empeñada como está en «no perder el contacto con la realidad que cotidianamente viven mis compañeros».

Sin embargo, este episodio iba a permitirle conocer más a fondo lo que hay más allá del mostrador del servicio de Urgencias. Lo que ocurre en las tripas de un hospital cuando el equipo de la UVI móvil, cumplido su trabajo.

El relato se había interrumpido cuando una mujer, Teresa Ordóñez, estaba tendida, inconsciente, en el baño de su domicilio de Oviedo. La doctora Villanueva salió de casa a toda velocidad. «Por mi cabeza sólo pasaba llegar pronto para hacer, al menos, reanimación cardiopulmonar básica y dar tiempo a que llegara la UVI móvil».

Estaba en juego la vida de una señora de 64 años, viuda y con un hijo discapacitado. Una mujer corajuda, que pocos meses atrás se había dirigido a LA NUEVA ESPAÑA para denunciar que, pese a tantos anuncios triunfalistas, a su hijo no acababan de concederle las ayudas que establece la ley de Dependencia.

Cuando la doctora Villanueva llegó al portal, vio la UVI móvil aparcada delante. Aliviada, comprobó que sus colegas habían reaccionado con reflejos: sólo tardaron siete minutos en llegar. «Tenía la esperanza de que fuera un problema menor, pero no; vi que tenían abiertos todos los maletines y que la doctora Ana Fente pedía todo el material necesario para intubar a mi madrina». Fue entonces cuando constató, una vez más, «¡qué distinto es estar de familiar que de trabajador!».

Se apartó. «Sólo intenté no molestar, tranquilizar a mi madre, que es hermana gemela de mi tía, y a mis primos, y pensar que mi tía estaba en las mejores manos». La primera batalla fue ganada. «Los primeros en salvarle la vida fueron Ana, Juanjo, Glenn y Bros, que lograron sacarla de una parada respiratoria y mantener su tensión hasta valorar qué demonios estaba pasando». Todo apuntaba a lo más temido: una hemorragia cerebral.

Superado el primer trance, llegaba el segundo. Escenario: el servicio de urgencias del Hospital Central de Asturias. «Todo fue rapidez y amabilidad», señala María José Villanueva, quien recuerda la atención de los doctores César Bazó, Pablo Rubianes y Amador Prieto. Este último se hizo cargo del diagnóstico radiológico, crucial en el resultado de los pasos posteriores. También desempeñaron un papel relevante los especialistas Dolores Escudero y José Antonio Gonzalo.

El enemigo ya tenía nombre: hemorragia severa por rotura de un aneurisma cerebral? Temible adversario. Llegaron entonces lo que la médica ovetense califica de «momentos desalentadores y llenos de miedos y tristeza». La angustiosa incertidumbre. Aparecieron nuevos protagonistas: los doctores Toni García (antes médico de UVI móvil, ahora uno de los subdirectores del Hospital Central), López y Alberto Gil. El gran desafío consistía en lo que la doctora Villanueva denomina «hacer realidad el milagro»: embolizar un aneurisma sin tocar el cráneo y, luego, implantar un dispositivo que controlase la hidrocefalia que se preveía que iba a surgir.

El desafío fue superado. «El equipo nos transmitió confianza» y la paciente fue trasladada a la UVI, donde había de desarrollarse la siguiente batalla. Se trataba, según María José Villanueva, de «intentar estabilizar el caos que presentaban el cerebro y todo el organismo, neutralizando a cada enemigo que ineludiblemente iría apareciendo».

En este capítulo, la médica ovetense elogia el trabajo del doctor Luis Cofiño y de todos los médicos y enfermeras «que lucharon incansablemente a la cabecera de aquella cama». Fueron 18 días y 18 noches en la UVI, 18 jornadas de lucha contra la muerte. Fue entonces cuando Tere pudo abandonar la unidad de vigilancia intensiva.

Pero la historia no estaba concluida. Entraron en danza nuevos actores: los neurocirujanos, con singular protagonismo de los doctores José María Torres y Ramón Fernández de León. «Estuvieron siempre disponibles, ágiles en la información y las soluciones, sin mirar el reloj», indica la doctora Villanueva.

En virtud de este largo e intenso periplo hospitalario, que se inició el pasado 16 de febrero, la responsable de las UVI móviles vio materializados algunos conceptos que a menudo emplea en sus clases y conferencias: la gestión centrada en el paciente, la cadena de supervivencia... Cadena configurada por una suma de eslabones que han permitido que hoy, cuando han transcurrido poco más de dos meses, Teresa Ordóñez vuelva a ser la de siempre: la mujer luchadora que ha de seguir peleando por sacar adelante a su hijo discapacitado y al resto de su familia.

La doctora Villanueva recuerda que hubo momentos de desesperación en los que todo indicaba que el catálogo de alternativas viables se agotaba. Pero el final de la historia fue feliz. «Dicen que lo que no mata te fortalece, y nuestra familia ha salido fortalecida tras esta lucha», subraya.

La médica no ignora que, al leer estas líneas, muchos pensarán aquello de que «claro, si eres pariente de un médico...». Pero ella enfatiza una y otra vez que la calidad humana y profesional de la inmensa mayoría de sus compañeros están «muy por encima de este tipo de consideraciones porque, por encima de todo, aman profundamente su trabajo». Esa es la conclusión de una dura experiencia de una jornada primaveral que iba a ser de montaña y terminó siendo de aprendizaje, sufrimiento y gratitud.