Hace unos días el presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces, se refería a la inversión cultural como «inversión productiva» y uno de los más importantes retos de su Gobierno. Estoy plenamente de acuerdo con esta afirmación. En nuestra sociedad la cultura se ha convertido en un gran motor económico, en un sector indispensable que genera empleo y, además, contribuye a dar valor añadido a cada espacio geográfico. Sólo le veo un punto débil a este discurso, el paso de la teoría a la práctica que no se acaba de sustanciar con claridad en determinados ámbitos culturales. Especialmente en el mundo de la música clásica en Oviedo y, más concretamente, en el de la ópera.

La temporada de ópera de Oviedo es, se ha repetido hasta la saciedad, la segunda temporada en antigüedad de España, aporta al Principado un valor añadido cultural de primera línea y es una industria cultural de solvencia nacional e internacional. Sin embargo, el ciclo está a punto de caer de categoría y pasar a una segunda división por el crecimiento de la oferta de otras ciudades y el frenazo que se está intentando dar al ciclo ovetense con la complicidad, más o menos activa, de las instituciones. Mientras que las temporadas de otras comunidades cuentan con ayudas estatales inmensas y aportaciones regionales firmes, aquí estos dos rangos son muy débiles comparativamente hablando. De hecho, de los gobiernos autonómicos españoles la aportación del Principado a su propia temporada es la menor, ranking que también encabeza a nivel europeo si se analizan los países de nuestro entorno. Esto no hay quien lo entienda. Además, ahora la crisis viene como anillo al dedo para atornillar aún más a un ciclo que está al límite en la oferta y a miles de aficionados que, con el precio de sus entradas, soportan uno de los porcentajes de cuota de pago más altos de España. Y aquí todos a callar, los políticos porque así desvían el dinero a otros asuntos y la propia ópera para no molestar a nadie no vaya a ser que le quiten tres duros o que se enfade no se sabe quién por explicar la verdad con claridad.

Y lo que se debe decir de manera contundente es que si la temporada se desmorona también lo hará todo el empleo que genera de manera directa e indirecta -¿pueden las dos orquestas sinfónicas sobrevivir sin la actividad de la temporada?-. O lo que es lo mismo, más gente al paro, menor recaudación de IVA y otros impuestos, menor consumo en hotelería en la ciudad y así un efecto dominó en varios sectores. Ante este panorama mirar a otro lado es un delito. Estos meses se van produciendo hechos llamativos que siembran la inquietud. ¿Por qué nadie explica con claridad la resistencia de las instituciones públicas a entrar en el patronato de la entidad? La ópera de Oviedo maneja cuantiosas subvenciones pagadas por los impuestos de todos, y Ministerio, Principado y Ayuntamiento deben estar en el órgano de gobierno de la Fundación. ¿Por qué en Sevilla, Barcelona o Madrid sí y en Oviedo no? ¿Qué somos más feos en Asturias o menos simpáticos que los sevillanos? ¿Por qué se está dejando el Campoamor morirse escénicamente y tan sólo se realizan arreglos epidérmicos de «chapa y pintura» en la sala y nada en el escenario? ¿A quién interesa que sea el teatro de ópera peor dotado de España? ¿Por qué el Ayuntamiento no lidera la reforma o bien la construcción de un nuevo equipamiento ahora que «llueve» tanto dinero de «planes E y A» que parece esto la multiplicación de los panes y los peces? Tanto que están nuestros políticos todo el día con la murga de los estériles localismos entre Oviedo y Gijón, ¿por qué no se toma ejemplo de la magnífica reforma que está acometiendo el teatro Jovellanos precisamente con ayuda del «plan E»?

También la propia Ópera de Oviedo debe mover ficha. En primer lugar promoviendo un ajuste riguroso. Creo que lo primordial, el objetivo básico, ha de ser mantener los cinco títulos al máximo nivel posible. Si no hay dinero, todo el interesante programa paralelo debería pararse lo antes posible para no generar sangría económica. Que las instituciones quieren segundos repartos, ópera en difusión por otros canales, títulos para niños, conciertos «alrededor de» o recitales, pues que los paguen. No entiendo que cuando se contraen las ayudas públicas a la ópera que ésta detraiga recursos del ciclo principal para salvar la cara a unos políticos que dejan en cuadro la actividad cultural de la ciudad. Además, la propia ópera debe dar ejemplo en el rigor de gasto, en la contratación de personal y en los costes del mismo que se deben justificar hasta el último céntimo. De hecho, la asociación tiene una junta directiva que, en su mayor parte, se implica lo justo. Siempre he pensado que algunos llegan a la directiva de la Ópera de Oviedo con vocación de floreros, para adornar mucho. No es momento para juegos florales. Hay que trabajar y defender la entidad con convicción, esfuerzo y ganas. Para estar en la misma calentando un asiento y limando las uñas mejor se va uno a su casita o se inscribe en una asociación de corte y confección.

La gravedad del momento exige dureza e ideas claras en la defensa de la principal actividad cultural asturiana, asentada en más de sesenta años de historia. Y que la sociedad -los miles de aficionados que asisten a las funciones- conozca a fondo los nombres de los responsables del solapado aniquilamiento y de las maniobras torticeras que, de tapadillo, tratan de enterrar una empresa cultural que se ha ganado el reconocimiento del resto de España, con aciertos y errores, pero de manera bastante seria en su longeva trayectoria.