Oviedo, M. S. MARQUÉS

La factoría de salazones de la Plaza del Marqués, en Gijón, es la única excavada en todo el noroeste peninsular. Fue localizada en 1991 durante la realización de obras de canalización y reúne una serie de características singulares, entre ellas la ausencia total de ánforas para los productos. Frente al resto de las industrias conserveras distribuidas por las comunidades costeras, en Gijón no se encontró ni uno solo de estos recipientes.

La profesora Carmen Fernández Ochoa, que dirigió entonces las excavaciones en Gijón, ofreció ayer una conferencia en el RIDEA dentro del ciclo «Arqueología del agua» centrada en la «Explotación del agua: pesquerías e industrias conserveras en Hispania». En ese contexto, la factoría de Gijón tiene especial significado por su aportación al conocimiento de la organización y evolución de las industrias conserveras en la Antigüedad.

Las estructuras localizadas bajo la plaza del Marqués se extendían hacia donde hoy se levanta el palacio Revillagigedo, lo que contribuyó a que hayan llegado hasta nosotros bastante arrasadas. Aún así se pudo comprobar que contaba con una pileta central con suelo de «opus signinum» y una serie de cubetas más pequeñas con varias salas adjuntas. Durante las excavaciones se pudo establecer la relación de la factoría con un aljibe hallado en la plaza de Jovellanos.

La ausencia de ánforas en este conjunto industrial sorprendió a los expertos. En su lugar, Fernández Ochoa cree que fueron las barricas de madera las que desempeñaron la función de contenedor. También hubo una especie de ollas con marcas características que se dispersaron por todo el Cantábrico. La factoría de Gijón evidencia la revalorización de la industria conservera como motor económico de las comunidades costeras.

Durante su exposición, Fernández Ochoa realizó un recorrido por los yacimientos que permiten hablar de la explotación del mar en la antigüedad. La amplia historiografía existente tiene un referente fundamental en el estudio de Tarradell «Aceite de oliva y salazones de pescado». En los últimos años se ha consolidado un avance importante como resultado de diferentes excavaciones urbanas que han arrojado luz sobre los precedentes del origen de esta industria.

Los estudios y las excavaciones recientes han investigado estructuras, sobre todo en la costa Bética y Tarraconense, con un proceso de uso que ha llegado hasta la tardía antigüedad. Esos testimonios arqueológicos se pueden ordenar en diferentes capítulos: actividad pesquera, fábricas, alfares, lugares y contenidos.

En lo que se refiere a las actividades pesqueras, los diferentes yacimientos han ofrecido elementos que hablan de sistemas bastante comunes, en los que se utilizaban redes, arpones, tridentes, nasas, cañas, agujas, lanzaderas, anzuelos...

La sal era otro elemento imprescindible en las conserveras, aunque existe escasa información arqueológica. También se ha podido comprobar que todas las factorías tenían pozo de lo que se deduce que el agua dulce era imprescindible en el tratamiento de los productos.

Las instalaciones no cuentan con fuentes escritas que las describan, es la arqueología la que tiene toda la información. Lo habitual es encontrarse con una o dos piletas significativas de estas cetáreas pero no hay criterios de uniformidad, aunque cuentan con un principio constructivo sencillo. Se construyen a ras de suelo y poseen un cordón hidráulico que permite el estancamiento. En el apartado de producción figura la salazón de túnidos y salsas de pescado, y en el de contenedores se incluyen los hornos de ánforas y alfares.

Para buscar los orígenes de esta industria hay que trasladarse a las tradiciones semitas surgidas al amparo de la colonización fenicia en el occidente mediterráneo. El sistema productivo pudo iniciarse a mediados del siglo VI a Cristo.