Lo primero que le llamó la atención a aquella jovencita estudiante llamada Lynn Barber era que el desconocido que se había ofrecido a llevarla a su casa en coche fuese judío y no tuviese nariz aguileña, pelos grasientos y la barba del mercader de Venecia.

Barber tenía 16 años cuando conoció a Simon Goldman. Era 1960, vivía en Twickenham, un histórico y coqueto barrio del oeste de Londres, sede del famoso estadio de rugby y de uno de los principales estudios de cine de Inglaterra. Aguardaba el autobús a la salida de un ensayo de teatro cuando un deslumbrante Bristol de color granate se detuvo junto a ella y allí empezó una relación con un hombre casado que la doblaba en años y con el que estuvo a punto de arrojar su vida por la borda. Sus padres, engatusados por la personalidad del conquistador, un delincuente profesional de impecables maneras, la animaron para que se olvidase de ingresar en la Universidad, abandonase los estudios y se casase con Goldman. Éste, volcado en atenciones, cines, restaurantes italianos, conciertos en el West End, excursiones a Oxford y escapadas a París, capeó la situación hasta que la joven descubrió en la guantera del coche cartas remitidas a la dirección compartida con su esposa y se atrevió personalmente a confirmar que estaba siendo víctima de un terrible engaño. Goldman estaba casado, vivía con su mujer y era padre de dos criaturas.

El «asaltacunas» vestía suéteres de cachemir, chaquetas del mejor tweed, zapatos de gamuza y conducía un coche exclusivo con asientos de cuero. Bien parecido, utilizó su encanto como una ganzúa para alimentar los sueños de fantasía culturales y existencialistas de la jovencita y penetrar en el hogar de sus padres, una convencional familia de los suburbios londinenses que sucumbió a los encantos del pretendiente.

Goldman era socio en oscuros negocios de Peter Rachman, un propietario especulador que adquirió notoriedad en los años cincuenta en Londres. Juntos se dedicaban a extorsionar a ancianos para que desocupasen las viviendas que habitaban y poder edificar en los solares. Valiéndose de los prejuicios raciales, utilizaban para ello a familias afrocaribeñas de inmigrantes, a las que instalaban provisionalmente en pisos del oeste de la ciudad. Simon Goldman se aprovechaba, además, para sustraer desde obras de arte a botellas de escocés.

Casi cincuenta años después de aquello, Barber, veterana periodista que escribe para «The Sunday Times», se decidió a publicar Una educación, sus memorias sobre el doloroso desengaño, a fin de desquitarse de la dura lección aprendida de la vida. En el libro, que ha inspirado una película, no escatimó detalles sobre la conducta obnubilada de sus padres, que hasta el momento en que conocieron al pretendiente habían insistido, día tras día, a la joven para que no perdiese la oportunidad que se le presentaba de ir a Oxford y que, sin embargo, más tarde empezaron a hablarle de otra manera. La trataban de convencer de que la universidad no lo era todo para una mujer y que los buenos maridos no crecían en los árboles. En 1962 faltaban todavía unos cuantos años para el advenimiento del feminismo, pero eso no le impedía a Lynn Barber sentirse una mujer traicionada. «Tuve una sensación de traición absoluta, como si hubiera pasado dieciocho años en un convento y, después de todo ese tiempo, la madre superiora me dijese que Dios no existía. Así me sentía yo», escribió la periodista del «Sunday Times».

Dick y Beryl Barber querían lo mejor para su única hija, una buena educación, buenos resultados en los exámenes y Oxford como premio final. Pero por el camino se cruzó un pícaro a bordo de un espléndido Bristol dispuesto a alimentar los sueños de la colegiala y los delirios de grandeza de sus padres, que, aunque nonagenarios, viven y habrán tenido la oportunidad de leer el duro alegato de Lynn. La madura periodista que, como confesó, fuma y bebe más que un pez, dijo que el momento del libro había llegado, teniendo en cuenta que no está segura de sobrevivir la salud de hierro de sus progenitores. «Sé que he hecho algo malo, pero también que durante 65 años fui una buena hija para con ellos; es hora de ser un poco ingrata», dijo el verano pasado en una entrevista, queriendo justificarse por haber mostrado al mundo la desvergüenza de sus padres.

La película «An education», con guión de Nick Hornby y dirigida por Lone Scherfig, está nominada y es favorita para los premios «Bafta» del cine británico. Cuenta con Carey Mulligan, Peter Sarsgaard y Alfred Molina en su reparto.