«Hombres lobo de Londres», la canción de Warren Zevon, reúne a licántropos de pelo perfecto con la Reina, bajo la lluvia, cerca de un restaurante chino del Soho llamado «Lee Ho Fook». Y entre los iconos «pop» de Zevon, la encarnación del monstruo: Lon Chaney, Jr. Este actor estadounidense interpretó en «El hombre lobo» (1941) a Larry Talbot, un joven condenado por la mordedura de un licántropo. Más tarde, las apariciones del Chaney Jr. velludo junto a otras criaturas de terror de la Universal («Frankenstein contra el hombre lobo», «La mansión de Drácula») propagaron, con esa artesanía en blanco y negro que refería al teatro de sombras, el imaginario rabioso incubado en la escritura primigenia de Curt Siodmark. Arranca entonces una tradición de hombres lobo que heredaría la Hammer inglesa («La maldición del hombre lobo» de Terence Fisher) o el Waldemar Daninsky de Paul Naschy, para incrustarse en el inconsciente colectivo de las sucesivas generaciones «teen» («Un hombre lobo americano en Londres» de John Landis o los «werewolves» metrosexuales de «Luna nueva», dos muestra, dos décadas).

Joe Johnston no piensa en el pasado de la bestia, sino en la taquilla del próximo fin de semana. Después de una producción accidentada (hasta llegar a su versión actual, Universal paseó a «El hombre lobo» por varios realizadores, montadores y compositores), lo encomiable del director es que arma, superando daños colaterales, un correcto entretenimiento digital. No les engañen sus sustos conductistas, su BSO clásica de Danny Elfman o su «gore» setentero. El largometraje de Johnston se dedica al divertimento del XXI, el videojuego. Lógicamente, en los momentos que rozan algún tipo de trascendencia (bien en los gestos de un Benicio del Toro imposible como aristócrata inglés; bien en el diálogo epistolar en «off»), «El hombre lobo» se hunde.

Esta película no inspirará canciones de Warren Zevon, ni imaginarios «pop», ni bizarradas de los Killer Barbies. Tampoco lo pretende. Sí funcionan en taquilla sus sobresaltos manidos, sus dos o tres ideas cachondas (esa trastienda psicológica, esa Geraldine Chaplin de gitana), o su Anthony Hopkins (al estilo de «La marca del Zorro»), seguro que Hugo Weaving firmará un contrato suculento en la secuela.