Oliver Stone tuvo dos aliados poderosísimos el año que se puso las botas de siete leguas como director con la hoy avejentada Platoon: no tenía rivales aplastantes (ni La misión ni Hannah y sus hermanas ni Una habitación con vistas ni, muchísimo menos, Hijos de un dios menor, habían conseguido meter miedo a pesar de ser productos de supuesta calidad) y Hollywood tenía ganas de saldar cuentas pendientes con la guerra de Vietnam (El cazador no era una mirada todo lo cítrica que se podía pensar). Ahora, el éxito de un título interesante y punto como En tierra hostil se puede explicar por motivos similares.

Ha sido un año muy bueno para la taquilla en Hollywood, pero muy discreto en cuanto a calidad. La cinta de Bigelow tenía como gran contrincante a la rompetaquillas Avatar, pero ésta partía (en contra de lo que vaticinaban algunos gurús) con puntos importantes en contra. No sólo ha habido unanimidad en destacar la nimiedad argumental propuesta por James Cameron (a diferencia de Titanic, donde nos aburría con dos horas iniciales con mucho «argumento»), sino que el triunfo del divertidísimo filme hace felices a los productores, pero enciende todas las alarmas en el sector de los actores, cuyo voto es muy probable que haya ido en masa a otras candidatas. Avatar anuncia un futuro de películas hechas por ordenador, los actores sólo sirven como «modelos» sobre los que moldear informáticamente lo que veremos en la pantalla. Y tampoco hay que descartar que más de uno, antes de mandar su voto, recordase el bochornoso espectáculo de Cameron en una apoteosis de egolatría al proclamarse «rey del mundo» cuando le dieron un «pack» completo de «Oscar» por Titanic. Finalmente, Bigelow ha tenido a su favor que En tierra hostil toque la tecla de la guerra de Irak, y no como un mero espectáculo de tiros. Como ocurría con Platoon, Hollywood también tenía ganas de poner su sello dorado a un conflicto al que hasta ahora le faltaba una obra de referencia. Desde luego, En tierra hostil está muy lejos de la mirada ácida de Oliver Stone sobre Vietnam y, de hecho, es más una película sobre la guerra como droga (a la cineasta siempre le han fascinado las adicciones, virtuales o empapadas en la adrenalina) que una denuncia contundente sobre lo que hacen los Estados Unidos. No es Bigelow, precisamente, una cineasta distinguida por su afán contestatario. Vamos, que podía haber dirigido Avatar ella misma.

Que Jeff Bridges recibiera premio y ovación era inevitable. Estaría bueno. Sandra Bullock se había ganado el respeto no sólo como actriz, sino como mujer de carácter al recoger horas antes el «Razzie» con mucha gracia. Cristoph Waltz también tenía seguro el discurso, al igual que Mo'Nique. La victoria de El secreto de sus ojos es menos sorprendente de lo que podría parecer, aunque Un profeta y La cinta blanca eran rivales temibles. Es una obra que, a diferencia de las otras dos, gusta a (casi) todo el que la ve, con una narración más clásica y un trama cosida con firmes puntadas de tres géneros: comedia, drama e intriga. Con sus dosis de denuncia política y momentos de realización asombrosos. Y Campanella no es un desconocido en Hollywood: como director de capítulos de House o Ley y orden, seguro que tenía muchos amigos allí deseándole lo mejor a su inolvidable peliculón.