Los festivales de verano españoles, incluso los más dotados presupuestariamente, no dejan de ser de una modestia absoluta al lado de sus hermanos europeos. Aunque en los últimos años en nuestro país se ha normalizado un tanto la situación con la aparición de nuevos ciclos, todavía estamos lejos de alcanzar la normalidad europea en este ámbito. El peso económico y social de los festivales en sus respectivos ámbitos de influencia ha sido exhaustivamente estudiado en numerosos trabajos e incluso se valora muy especialmente su capacidad de ser excepcionales ámbitos de prestigio cultural para los territorios que los acogen. La cornisa cantábrica mantiene dos citas veteranas, la Quincena Musical de San Sebastián y el Festival Internacional de Santander (FIS), ambos emblemáticos por su estabilidad aunque ahora atraviesen por alguna dificultad ajustando programación debido a la crisis económica. Santander ha bajado un tanto la ambición de sus propuestas en esta edición, especialmente en el ámbito sinfónico, donde la oferta es menos espectacular que años atrás. Sin embargo, la ópera y el ballet mantienen el vigor de ediciones anteriores con una oferta significativa.

Para la inauguración del ciclo se importó en bloque a la Royal Opera de Wallonie en una producción firmada por Petrika Ionesco de «Boris Godounov» de Mussorgsky, uno de los títulos más significativos de la escuela rusa. Paolo Arrivabeni, bien conocido por el público del Campoamor y responsable musical del teatro belga, apostó por una versión musicalmente impecable que tuvo uno de sus atractivos en la presencia como Godounov de Ruggero Raimondi. El bajo demostró su gran presencia escénica y la maestría que da el haber interpretado el complejo rol desde hace muchos años. Suplió carencias en el registro grave con aplomo dramático y lideró un buen reparto en el que también destacaron Sergey Polyakov como Grigori, Maxim Sazhin en el papel de inocente o Alexey Tikhomirov como el monje Pimen. Ionesco tiró de tradición en un acercamiento escénico convencional y efectivo al que le faltó una plasticidad más jugosa.

El festival, además, inició una nueva senda con el público infantil como protagonista. Al día siguiente del estreno del ciclo, «Boris Godounov» se transformó en un juego ideado por Gustavo Moral que llevó a los niños al apasionante mundo de la ópera derrochando capacidad de inventiva a través de recursos muy variados como los títeres, las videoproyecciones y la propia música en un cuentacuentos en el que participaron algunos de los cantantes del estreno y en el que los niños disfrutaron en condiciones.

La segunda apuesta operística de este año en el FIS es una versión semiescenificada del «Orfeo» de Monteverdi con Claudio Cavina al frente de La Venexiana. El ballet tendrá tres propuestas de interés: la del Béjart Ballet de Lausana, el Ballet Nacional de España y el Nacional de Lituania, con Igor Yebra como artista invitado y la popular coreografía de «Zorba el griego».

En el apartado sinfónico y en el sinfónico coral la cita cántabra ya presentó conciertos como el «Réquiem» de Verdi con la orquesta y el coro de la Ópera Royal de Wallonie y a ella se suman la Sinfónica de Bilbao, con un programa español y Ainhoa Arteta y Horacio Lavandera como solistas; la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra dirigida por Vasily Petrenko; I Virtuosi Italiani con Penderecky al frente en el estreno en España de su nueva versión de su «Sinfonietta número 2 para flauta y orquesta de Cuerda»; una doble sesión de la Philadelphia Pop Symphony Orchestra y la clausura el 29 de agosto con la Sinfónica Nacional de Dinamarca a las órdenes de Fabio Luisi. La música de cámara se amplifica a lo largo de toda la región a través del ciclo de marcos históricos en el que conviven desde recitales de pequeño formato hasta agrupaciones corales. Este ciclo dentro del festival tiene gran interés porque dentro del mismo tienen lugar numerosos estrenos de obras encargadas por el FIS.

La música llega a todos los rincones de Cantabria, en los más variopintos recintos pero utilizando, de manera preferente, los marcos históricos, con lo cual las iglesias y capillas se llenan de música a lo largo del mes de agosto en una iniciativa que tiene enorme respaldo popular.

El modelo de gestión del festival cántabro se articula a través de una fundación pública en la que están presentes el Gobierno de Cantabria, el Ayuntamiento de Santander y el Ministerio de Cultura. Esto permite al ciclo, que cuenta también con un nutrido grupo de mecenas, mantener un buen presupuesto que posibilita una actividad muy intensa a lo largo del mes de agosto.