Iba todo bien en el avión Airbus de Alitalia. Por primera vez en mucho tiempo, Benedicto XVI no tenía que afrontar preguntas sobre la pederastia durante las ruedas de prensa que atiende en cada viaje de ida a sus visitas apostólicas. Sucedió en el periplo al Reino Unido, hace dos meses; en el de Chipre (de junio de 2010); en el de Portugal (mayo de 2010); en el de Malta (abril de 2010), etcétera. De hecho, las respuestas durante ese encuentro con los periodistas que cubren sus viajes ponen el foco sobre algún asunto que se vuelve dominante durante toda la visita. Sucedió con los preservativos y el Sida en el viaje a Camerún y Angola (marzo de 2009), de modo que puede afirmarse que, más que sus homilías, alocuciones y mensajes, lo que más huella deja de cada visita del Pontífice son las palabras que pronuncia más cerca del cielo, a 10.000 metros de altitud en el avión de Alitalia.

En el viaje de ayer a España, con destino al Año Santo de Santiago de Compostela, a Benedicto XVI le sucedió lo mismo. Cinco preguntas y cinco respuestas en un interrogatorio que, vigilado por el jefe del prensa del Vaticano, el jesuita Lombardi, suele ser de carácter amable (el Papa nunca ha rechazado una pregunta sobre la pedofilia del clero; al contrario, las ha agradecido).

Pues bien, iba todo correctamente en el Airbus A-320 cuando la conocida y amable periodista Paloma Gómez Borrero, de la cadena COPE y de Intereconomía, preguntó a Benedicto XVI por la «secularización y disminución de la práctica religiosa» en España. La pregunta tenía todo el candor y corrección habitual de la corresponsal en el Vaticano, pero el Pontífice habló entonces de «laicidad, anticlericalismo, secularismo fuerte y agresivo» y de la década de los años treinta en España.

Con cierto remordimiento y expresión algo apesadumbrada -como quien dijera: «¡Vaya!, he sido yo la de la preguntita!»-, Gómez Borrero comentó el suceso después, durante la transmisión radiofónica de la citada cadena, y aventuró que aquella respuesta de Benedicto XVI iba a ser la portada de numerosos medios de comunicación. Para calibrar el sentido de esas frases del Papa, merece espacio la transcripción de la pregunta y de buena parte de la respuesta, según traducción no oficial publicada ayer por el portal de internet Infocatólica.

Paloma Gómez Borrero: «En estos meses se está poniendo en marcha el nuevo dicasterio (un departamento del Vaticano) para la nueva evangelización. Y muchos se han preguntado si precisamente España, con los desarrollos de la secularización y de la disminución de la práctica religiosa, es uno de los países en los que usted pensó como objetivo para este nuevo dicasterio o si no es el objetivo principal?».

Benedicto XVI: «De por sí, con este dicasterio he pensando en el mundo entero porque la novedad del pensamiento, la dificultad de pensar en los conceptos de la Escritura, de la Teología, es universal, pero naturalmente hay un centro y es el mundo occidental con su secularismo, su laicidad, y la continuidad de la fe que debe buscar renovarse para ser la fe hoy y para responder al desafío de la laicidad. En Occidente, todos los grandes países tienen su propio modo de vivir este problema (...), y esto vale también de un modo fuerte para España. España era siempre, por una parte, un país originario de la fe; pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España: figuras como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa y San Juan de Ávila (...). Pero es igualmente cierto que en España ha nacido también una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como hemos visto precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este choque entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza también hoy nuevamente en España (...). En este sentido, he pensado en todos los grandes países de Occidente, pero sobre todo también en España».

Es absolutamente objetivo que la persecución religiosa en España, especialmente durante el verano de 1936, fue una de las más crueles de su tiempo, sólo comparable a las más o menos coetáneas de México o Rusia. Sin embargo, el perfil del laicismo español en el presente (acaso con sus toques anticlericales, que la nación practica desde el Renacimiento -precisamente por algo Ignacio de Loyola o Santa Teresa consideraron que era obligada una profunda reforma de la vida religiosa y espiritual-), ese laicismo, decimos, no nos tiene situados al borde de una guerra civil, ni nada parecido. Hay problemas serios y cierta frivolidad de Zapatero al abordar los asuntos religiosos, pero no estamos todavía al borde del despeñadero. Es más, el referido dicasterio para la Nueva Evangelización que ha creado el Papa trata más bien de decirle a la propia Iglesia lo que ha de hacer, y no tanto decirle al mundo lo que no debe hacer.

Por todo ello, han sido doblemente llamativas las frases del Papa: por su evidente impacto y por salir de la boca y la cabeza de un Pontífice nada temperamental, sino eminentemente racional y preciso.

Bien es cierto que sectores de la conservación católica española agitaron los prolegómenos del viaje con mensaje apocalípticos sobre el destino del país. Y también es cierto que el Gobierno, tan torpe en esto, quiso quedar bien con la Iglesia y sacó del cajón una noticia alcanforada: que no tramitará la Ley de Libertad Religiosa, cosa que fue comunicada hace ya meses, cuando santa Teresa (Fernández de la Vega) trataba con el cardenal Bertone. Pese a todo, este arrebato de «Memoria Histórica» de Benedicto XVI nos ha desconcertado.