Oviedo / Madrid, P. Á. / Agencias

El cineasta Luis García Berlanga, director y guionista de algunas de las mejores películas españolas del siglo XX, como «¡Bienvenido, míster Marshall!» (1953), «Plácido» (1961) o «El verdugo» (1963), falleció en la madrugada de ayer, sábado, en su domicilio de Madrid a los 89 años. Berlanga sufría la enfermedad de Alzheimer. Su última aparición pública se había producido esta misma semana, con motivo de la presentación de la campaña solidaria de Médicos Sin Fronteras «Pastillas contra el dolor ajeno», en la que participaba.

El currículum del cineasta incluye el Premio Nacional de Cinematografía (1980), la medalla de oro de las Bellas Artes (1981) y el «Príncipe de Asturias» de las Artes (1986). Asimismo, estuvo nominado al «Oscar» a la mejor película de habla no inglesa con «Plácido» en 1963.

Luis García Berlanga Martí nació en Valencia, en junio de 1921, en el seno de una familia acomodada. Ocho años más tarde fue enviado a Suiza junto a su hermano Fernando para continuar su formación primaria, que había iniciado en su ciudad natal. Regresó a España un año después y, desde 1936 a 1939, vivió la Guerra Civil en plena adolescencia.

Cuando estalló la contienda, el padre del director, José García Berlanga, era diputado del partido Unión Republicana, integrado en la coalición de izquierda Frente Popular que ganó las elecciones generales de 1936. Debido a su militancia, fue perseguido y detenido en Tánger (Marruecos) por el ejército franquista, que le condenó a la pena de muerte. Por ello, Luis García Berlanga se alistó en la División Azul, el cuerpo de voluntarios creado por Francisco Franco para apoyar al ejército nazi en la Unión Soviética, y en 1941 fue enviado a luchar al frente de Novgorod (en la antigua URSS). «Fui porque me lo pidió la familia, porque mi padre estaba con petición de pena de muerte. Pero en realidad lo que me motivó a ir fue una chica. Yo estaba enamorado de ella, creí que estando en la División Azul se quedaría prendada de mi valor y no me mandó ni una carta, y además se hizo novia de mi amigo más íntimo», declaró el cineasta en noviembre de 2007. Por entonces agregó: «Nunca disparé un tiro, jamás maté a nadie: hacíamos campeonatos de tiro disparando a los postes de la luz, pero jamás le disparé a un hombre».

De nada le sirvió ir a la División Azul. «Mi padre tenía una fábrica de electricidad, y una finca con muchísimas hectáreas, con muchos pinos, que servían para hacer cajas de naranjas... Y tuvimos que venderlo todo para alcanzar aquella cifra del estraperlo de la muerte... Al final la pena se conmutó por veinte años de cárcel...».

En 1942 comenzó a interesarse por la poesía y el cine y, cinco años más tarde, ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC). En esta escuela madrileña coincidió con su colega Juan Antonio Bardem, con quien formó un tándem estilístico y creativo.

Durante su carrera, García Berlanga tuvo que lidiar de forma continua con la censura franquista. Junto a Bardem escribió el guión de su primer largometraje, «La huida», que nunca llegó a rodarse debido a la oposición de los censores. Contaba la historia de un minero sin trabajo que cometía un robo y resultaba herido tras un encuentro con la Guardia Civil. En opinión de la censura, «la Guardia Civil» no fallaba «nunca», por lo que instó a los directores a suspender el rodaje, recordaba varias décadas más tarde. Berlanga y Bardem se vieron obligados a abandonar el trabajo y a rodar otra película, «Esa pareja feliz», estrenada en 1953 y protagonizada por Fernando Fernán-Gómez y Elvira Quintillá.

Después del rodaje, marcado por las discrepancias entre ambos, García-Berlanga y Bardem comenzaron a escribir el guión de «¡Bienvenido, míster Marshall!» (1953) junto al autor Miguel Mihura. Con el objetivo de agilizar el trabajo, García Berlanga se convirtió en el único realizador de la producción, cuya gestación, según dijo, fue «lenta» y «agónica». La película superó la censura y obtuvo el Premio Internacional del Festival de Cannes de 1953 con Mención Especial al Guión.

El director valenciano filmó algunas de las mejores películas españolas del siglo XX, entre las que destacan «Calabuch» (1956), «Los jueves, milagro» (1957), «Plácido» (1961), «El verdugo» (1963) y la trilogía sobre los usos y costumbres del país «La escopeta nacional» (1978), «Patrimonio nacional» (1981) y «Nacional III» (1982).

Durante su carrera trabajó con los principales actores españoles, entre ellos Fernando Fernán-Gómez, Alfredo Landa, Agustín González, Manuel Alexandre y José Luis López Vázquez. Y con guionistas de la talla de Rafael Azcona y José Luis Colina. Asimismo, se llevó diversos galardones a nivel nacional e internacional como el «Goya» al mejor director por «Todos a la cárcel» (1993) y el premio «Fipresci» en el Festival de Venecia 1963 por «El Verdugo», además de varias nominaciones en Cannes. En la década de los ochenta cosechó el Premio Nacional de Cinematografía, la medalla de oro de las Bellas Artes y el «Príncipe de Asturias» de las Artes como reconocimiento a su carrera y su «análisis crítico y sonriente de la sociedad española».

En 2008 Luis García Berlanga, en silla de ruedas debido a una rotura de cadera de la que nunca llegó a recuperarse, depositó su legado personal en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. En su última aparición pública no reveló el contenido del depósito, que se conocerá en junio de 2021 coincidiendo con el centenario de su nacimiento.

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El hombre que dirigió la mejor película española de todos los tiempos podía permitirse el lujo de rodar lo que le venía en gana sin preocuparse ya de pasar a la posteridad. Luis García Berlanga creó «El verdugo» y eso ya le garantiza un capítulo de oro en la historia del cine mundial. Nunca volvió a escalar cotas tan elevadas: ni siquiera lo intentó. Se diría que tomó carrerilla con «Bienvenido, míster Marshall», «Calabuch» y «Plácido» (entrañables, magníficas películas) para sentar cátedra con «El verdugo» y luego conformarse con obras menos ambiciosas, que no conformistas.

La coherente incoherencia que acompaña la estela de Berlanga a partir de su obra maestra genera al mismo tiempo admiración y frustración.

Admiración porque siempre ha hecho lo que ha querido, aunque se haya equivocado. Frustración porque su carrera no siguiera el mismo camino de perfección iniciado con «El verdugo», ejemplo perfecto de sabiduría en todos los órdenes: escritura, realización e interpretación. Nunca el cine español mostró con tanta fuerza y talento los secretos que encierra la tragicomedia de la vida. Nunca una pantalla reflejó con tanto vigor y lucidez la realidad de un país gangrenado. Tras ese fogonazo, Berlanga se chamuscó con «La boutique», brilló a duras penas en «Vivan los novios» y se extravió en los brazos muertos de «Tamaño natural», cuyo final desesperado sacaba a la luz esos rincones oscuros y nihilistas del director, no por casualidad aliado de nuevo con Michel Picoli en «París-Tombuctú» para dejar clara su conclusión de la existencia: «Tengo miedo».

Con «La escopeta nacional», Berlanga dio en el blanco y rodó, con algún que otro altibajo, una radiografía precisa de las áreas más pringosas de la sociedad. Por desgracia, los hallazgos se desvirtuaron en las secuelas y los tropiezos demasiado evidentes de «Patrimonio nacional» degeneraron en la ininteligible «Nacional III», con mucho el peor trabajo de Berlanga si no existiera «Moros y cristianos», en la que el cineasta parecía homenajear, pásmense, a Ozores. La decepción de «La vaquilla» (proyecto muy querido que se quedó en los huesos), los aciertos aislados de «Todos a la cárcel» o sus acartonados escarceos televisivos presagiaban un final decepcionante, que llegó con «París-Tombuctú».

«Sin sus películas no se entendería la España de la segunda mitad del siglo XX»

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Directora del Instituto Cervantes