El rione Sanità existe desde el siglo XVI y es uno de los más populares de Nápoles. Quienes hayan estado alguna vez en la capital del sur de Italia identificarán el céntrico barrio por el famoso puente del mismo nombre, la basílica de Santa María, las catacumbas de San Genaro y, casi huelga decirlo, el despliegue de ropa tendida al sol en su laberinto de calles estrechas, a veces con un simple cordel desde una ventana a la de enfrente.

En Sanità nació uno de los napolitanos más notables del siglo XX junto con Enrico Caruso y Sophia Loren: el cómico y poeta Antonio Griffo Focas Flavio Dico Commeno De Curtis di Bizancio Gagliardi. Nombres todos ellos que no le aclararán gran cosa al lector, salvo si a continuación añadimos que corresponden al incomparable Totò, protagonista de 97 películas entre 1937 y 1967, algunos telefilmes, múltiples revistas y obras de teatro, además de intérprete de canciones, autor de guiones y de poesías, y al que se debe uno de los fenómenos más extendidos en la Italia de mitad del siglo pasado: la Totò-manía.

Totò, único e inconfundible, con esa expresión tan suya que le valió para que lo compararan más de una vez con Buster Keaton, tenía un talento imbatible para la improvisación. En muchas de las películas que interpretó lo hizo sin atender el guión, en otras el guión simplemente no existía. Probablemente por ello supo conectar tan bien con ese espíritu genuinamente italiano capaz de hacer de la nada una obra de arte. Cuarenta y tres años después de su muerte los italianos se siguen viendo reflejados en Totò y en las historias que encarnó en el cine.

En pleno terremoto político y social, el gran cómico napolitano ha sumado un nuevo título a su dilatada carrera: el de profeta, gracias al diputado Domenico Scilipoti, uno de los tres tránsfugas que han permitido a Berlusconi seguir con vida tras la moción de censura del martes en el Palazzo Montecitorio. Scilipoti, un oscuro y gesticulante dipietrista siciliano perteneciente a Italia de los Valores, tuvo la ocurrencia de curarse en salud y colgar en su web la secuencia de una película de Sergio Corbuci, Gli onorevoli (1963), donde se trata la compraventa de votos y en la que Totò interpreta a un diputado monárquico, Antonio La Trippa, que utiliza un embudo como megáfono para airear su repetitivo eslogan, «¡vota Antonio!».

A los hijos de Italia no les importa reconocerse en lo que verdaderamente son, aun asumiendo que no siempre está bien, como ocurre con la política. Saben que tienen tantas cosas de las que presumir que se sienten compensados y no les cuesta recrearse en sus pecados, los capitales y los veniales.

Scilipoti, sin ir más lejos, se peleaba ayer con medio país, políticos y periodistas, para defender su honorabilidad, vociferando en las emisoras de radio y en la televisión frente a quienes lo acusan de vender su voto y ofenden a la mamma poniendo en entredicho la honradez del hijo. En la misma web donde figura colgado el vídeo de Gli onorevoli para mofa e indignación, ambas pueden modularse a un tiempo en Italia, también hay estampada toda una declaración de principios en la que el tránsfuga sostiene que su principal objetivo es la reforma electoral con el fin de preservar la unidad política y moral de la nación. Y justifica por qué dio su voto salvador a Il Cavaliere: «En este momento el Gobierno no puede caer, pagarían los más débiles. Muchos lo comprenderán».

Ni a Totò, dirigiéndose a los espectadores con esa mirada de besugo lánguido que lo hizo parecerse a Keaton, le hubiesen creído de ser Scilipoti.