En una de las escenas de «Albert Nobbs», la mujer que se esconde bajo un traje de mayordomo victoriano, por fin camina por la playa con falda y otea (perdónenme el verbo) el mar, liberada de corsés y convenciones masculinas. Nos bastaría esta referencia visual (mar y liberación; espacios cerrados y espacios abiertos) para entender los esquemas dramáticos de rebajas que Rodrigo García («Nueve vidas», «Cosas que dirías con sólo mirarla») utiliza al contarnos la vida de esta señora (Glenn Close) que se hace pasar por un señor.

Obsesión personal de su actriz principal (incluso firma el guión), el proyecto de «Albert Nobbs» llevaba muchos años circulando por ahí (se propuso a Ivan Stzabó como director en 2000) y, vista, uno entiende el porqué de ambas cosas. Planteada entre mimbres de telefilme británico (con esas rutinas conocidísimas de enamoramientos imposibles y reparto multitudinario), el empeño de Close parecía plenamente justificado. La ocasión, perfecta: encontrar a un personaje atractivo y forzar su interpretación hasta convertirse en una mujer «privada» de su identidad (nota: habría bastante que hablar aquí sobre las implicaciones de una película de consumo del XXI haciendo sociologías del XIX). Aunque el trabajo estelar sea el de Glenn Close (recordemos su nominación al «Oscar»), interesa mucho más la contenida aproximación a su rol de Mia Wasikowska (inolvidable en la serie «En terapia»). A pesar de los dejes del guión, consigue la joven actriz proporcionar relieves a su personaje a los que Close, preocupada por modular voz de hombre, ni siquiera se acerca.

Por último, y después de producciones sobresalientes como «En terapia» o «Nueve vidas» (y eso que sospechábamos que en algo así pudiese derivar su cine), chirría que García se atranque tanto en la monotonía y en las peligrosas facilidades del guión de «Albert Nobbs». La resolución final, tan convencional y poco inspirada como sus previos, es síntoma de una forma de pensar cine que, si no se agita pronto con el énfasis de un mono onanista, corre el peligro de quedarse encallada para siempre.