Ahora sí que me quedo huérfano absoluto: se va mi hermano mayor, mi padre espiritual, mi maestro, mi faro donde buscar la luz del saber... y sobre todo mi amigo del alma, amigo. No sabía muy bien cómo titular esta sentida ausencia, y un amigo me acaba de dar la clave: caballero. Era el último caballero que todos conocimos, en el sentido más extenso de ese ser en peligro de extinción. Y era elegante, personal y espiritualmente, o sea, podría aspirar con toda dignidad a ser también un gentleman. Y culto y ameno y divertido y perspicaz y generoso. O sea, casi perfecto. Ah, y otra gran cualidad casi perdida: gran amigo de sus amigos, siempre fiel a esa amistad fuese nueva o vieja, siempre un detalle y un compromiso. Siempre mantenida, como si fuera amor, que es lo que es.

Sin embargo, yo destacaría sobre sus múltiples cualidades humanas y profesionales un olor innato para descubrir a un periodista. Y para enseñarle. Llegó al periodismo por vocación y enseñaba a sus delfines a amar el oficio desde abajo y que no perdiéramos nunca la humildad. Nos corregía los textos, los cortaba, nos daba él la noticia, nos tiraba la parida al cesto de los papeles. Y titulaba como nadie, una de las claves de hacer buen periodismo.

Por eso fue tan famosa su escuela, nacida en estas mismas páginas. Ser en los años cincuenta de un periódico de provincias era la gran paletada y nadie nos hacía caso, pero empezó a prender esa pequeña llama y luego con los años cuando vas conociendo a periodistas que resulta que sí que nos seguían. Había una marca en todos nosotros: el estilo Clotas. Ahora no podría hacerlo, los chavales saben más con su superioridad moral de que dominan las redes, cosa que los mayores no teníamos. Y apenas si hacemos. Y ellos ya lo saben todo: nadie les corrige. Ni ellos mismos.

Podría hacer la crónica más triste y larga esta noche. Pero no tengo un Martini a mano, tú que me lo descubriste en el añorado Kopa ovetense, amigo y maestro. He puesto de fondo a Mahler, que tú también me descubriste en un concierto. El Martini era, fue, tu bebida favorita... hasta que te prohibieron tomarla. Nos lo prohíben todo, salvo respirar. Así que mejor irse justo a tiempo, cuando aún podíamos charlar contigo con esa envidiable lucidez para tu edad.

Siempre recordaré esa carcajada especial: ¡la repanocha! Siempre habrá un hueco, donde sea, para pensar en una de tus cosas aprendidas, para que no se me olvide, para decir como lo diría Clotas. Casi nunca te llamé Juanra, como tus mejores amigos. Siempre serás Clotas, mi maestro.

Luego me iré al De Diego, el rey de los martinis, y tomaremos el último. Y jamás habitarás en el olvido.