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Hablemos en serie

El arte y ensayo se proyecta en televisión

"Westworld", "Heridas abiertas", "El cuento de la criada" y "Maniac" aplican con irregulares resultados fórmulas propias del cine de autor

Una de las pruebas inapelables de que las series están desalojando al cine del juego de tronos audiovisual es la irrupción del arte y ensayo en las plataformas de las que despega la mayor parte de la cada vez más abundante producción televisiva. Una tendencia que no solo afecta a propuestas de presupuesto modesto sino también a proyectos de grandes dimensiones. Por desgracia, los resultados son casi siempre fallidos porque se confunde ambición con pretenciosidad y se piensa que lo complejo es sinónimo de confuso, cuando no de ininteligible. Sin ir más lejos: Westworld (HBO). La primera temporada ya mostraba claros indicios de usar la divertida novela de Michael Crichton en un fatigoso y pedantuelo muestrario de filosofías baratas pero era soportable. La segunda temporada ya no hay quien la aguante, con esos quiebros y requiebros argumentales que no conducen a nada y que solo sirven para rellenar los capítulos de ideas falsamente audaces hasta desembocar en uno de los capítulos finales más irritantes de la historia de la televisión. No deja de ser irónico que lo único que ayuda a mantener la mirada en la pantalla sean las escenas de tiroteos a la vieja usanza.

No es autor quien quiere sino quien puede. David Lynch ofreció un regreso a Twin Peaks que jugaba sin recato a meterse en líos revueltos donde era imposible, e innecesario, seguir el hilo de la historia. Porque no la había. Y si bien es cierto que algunos episodios era una tomadura de pelo marca de la casa, cuando el juguetón Lynch se lo proponía era capaz de vomitar un capítulo 8 que pasó directamente a las vitrinas de la mejor ficción surrealista de todos los tiempos.

Vallée se pierde

También Heridas abiertas (HBO) se empeña en convertir una novela de la escritora Gillian Flynn en un desafío a las convenciones del género, y lo hace con la ayuda inestimable de una actriz inmensa como Amy Adams. Lo malo es que Jean-Marc Vallée, muy crecido después de la menguante Big Little Lies, no le llega a la suela de los tacones a David Fincher (que hizo a partir de otro título de la autora la magistral Perdida) y cree está descubriendo la pólvora liándolo todo porque sí y jugando con la cámara y estirando los capítulos con vueltas y vueltas que no llevan a ningún sitio con subtramas pegadas con cola reseca y personajes de relleno. Al final reconduce un poco el rumbo pero no compensa tanto follón mental, tantos minutos de la usura dramática.

Maniac (Netflix) juega a otras cosas. También se sostiene sobre todo gracias a una actriz en estado de gracia ( Emma Stone) pero la suya es sobre todo una propuesta de audaz guionista ( Patrick Somerville) que otro director con ínfulas repentinas ( Cary Joji Fukunaga) no sabe aprovechar y se escuda en un estilo de hueco virtuosismo y banal efectismo. Hay partes en las que se pasa de rosca pero también otras valiosas, y el final es memorable.

¿Se podría incluir El cuento de la criada (HBO) en esta colección televisiva de arte y ensayo? Muchos directores, muchos guionistas y una gran actriz. No es televisión de autor pero su mensaje es radical y punzante, y maniobra con venenosa habilidad por territorios de odio, violencia, maternidad y religión. Asume riesgos, y, de hecho, ha levantado no pocas ampollas. No siempre acierta pero deja huella en la memoria a fuerza de pisar muchos callos bien pensantes. Un incómoda valentía.

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