Algunas mañanas de sol tibio no era infrecuente ver a Alejandro Mieres sentado bajo uno de los magnolios de El Humedal. Contemplaba o leía, a su aire, fiel a sus interminables cigarrillos y a esa plaza gijonesa en la que se sentía, y no es extraño que así fuera, como en casa. Es el paisaje de una de sus más queridas obras urbanas: el "Cubo" luminiscente que dejó allí plantado en 1995, como un árbol más que fosforece por las noches. Y al pie de ese graderío democrático que hace de este escenario sin engolamientos una especie de ágora de los pobres, de los sin techo. Y, también, punto de partida de muchas de las protestas y manifestaciones que recorren Gijón.

No es difícil conjeturar, por tanto, que a Alejandro Mieres le habría agradado el acto de recuerdo y homenaje que se celebró ahí mismo: en El Humedal, al pie de su "Cubo" sin otoños y de sus gradas greco-gijonesas.Una placa, burilada con palabras que el pintor dedicó al tiempo y el arte, recuerda desde ayer a quien fue uno de los grandes renovadores del arte contemporáneo en Asturias. Y su patriarca. Un galón que él llevaba con ironía, lucidez y longevidad creadora.

"Un maestro con mayúsculas". Así describió ayer la alcaldesa de Gijón a Alejandro Mieres. Carmen Moriyón se refirió a la doble condición que hizo del homenajeado una persona respetada y querida. Está su potente obra artística, por supuesto, pero también su labor pedagógica como catedrático de Dibujo en el Instituto Jovellanos. Y aún queda una faceta más: la de su compromiso social y político, la de su lucha por las libertades democráticos y en favor de los desfavorecidos.

Y a ese costado miró uno de sus hijos, Juan Mieres, en la alocución que siguió al descubrimiento de la placa en El Humedal: "Fue un artista involucrado con el mundo y su tiempo. Siempre tuvo clara su orientación política: del lado de los trabajadores, los pobres, los marginados y los excluidos". Y más: "Nunca del lado de los poderosos, pues entendía que era de justicia que la riqueza estuviera repartida."

Fallecido el pasado 20 de febrero, a los noventa años, Alejandro Mieres había nacido en tierras palentinas de Astudillo. Llegó a Gijón en 1960, después de estudiar en la Escuela de San Fernando y pasar por París, como era casi preceptivo en los pintores de la época. Abstracción, geometría, color... Hizo una obra de gran rigor y belleza plástica.

El homenaje reunió a los hijos del artista, nietos, y a dos de sus bisnietos, Enol Gutiérrez y Yoel Sánchez. Juan Mieres recordó a su padre. Y también a su madre, Rosa Velilla. "Con ella tuvo siete hijos, y gracias a su sacrificio pudo desarrollar él una labor artística tan importante y que implicó que ella tuviera que renunciar a la suya para criar a tantos hijos, pues ella tenía todos los ingredientes para haber desarrollado una interesante obra artística". Y más: "Sólo deseamos que en esta su ciudad, Gijón, sea recordado con el mismo cariño que él le tenía".

Entre quienes se sumaron al homenaje, el Rector de la Universidad de Oviedo, Santiago García Granda; el viceconsejero de Cultura, Vicente Domínguez, y varios concejales gijoneses. También artistas como Sanjurjo, Fernando Alba, Paredes o Mabel Lavandera; políticos como Antonio Masip o sindicalistas como Justo Braga.