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Naufragios de amor

Ethan Hawke, Rose Byrne y Chris O'Dowd.

A diferencia de la casi siempre insulsa comedia romántica fabricada en Hollywood, la fórmula británica suele apostar por una mayor dosis de madurez en sus planteamientos y personajes, a menudo desde un prisma nostálgico para observar las cadencias y decadencias sentimentales. Juliet, desnuda se presenta como una astuta jugada del neoyorquino Judd Apatow ("Virgen a los 40", "La boda de mi mejor amiga") importando el talento del escritor británico Nick Hornby y su universo de hombres tan apasionados por una devoción extrema (el fútbol o la música) que ponen en peligro sus relaciones personales. No digamos ya las amorosas. En planos de Stephen Frears con un John Cusack insuperable, el toque Hornby alcanzó en Alta fidelidad un sonido pertecto: graves y agudos en sintonía impecable. Juliet, desnuda (título que quizá despiste a quien no sepa que es el título de una canción, no una promesa de cine epidérmico) no alcanza la misma altura (Peretz no es Frears, o, como mucho, es un Frears en su versión más tenue ) pero no se le puede negar ni el plan (contar una historia de frustraciones, reencuentros, reincidencias y nostalgias con ídolos embarrados y amores calcinados) ni la sal con la que mantiene alejadas casi siempre las temibles tentaciones de empastelarlo todo. Juliet, desnuda no se deja contaminar por la variante americana de la comedia romántica -mucho menos por el toque más soez de Apatow- deja que sus tres protagonistas, sobre todo dos formidables Rose Byrne y Ethan Hawke, construyan un amable, melancólico y frágil castillo en la arena de los amores naufragados.

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