Gracias a él las casas de España se llenaron de enciclopedias Larousse, o de los tomos de la Historia Universal de la Unesco. Cientos de miles de españoles compraron a plazos todos aquellos volúmenes. Manuel Lombardero (Teverga, 1924) falleció ayer en Barcelona a la edad de 96 años y en su esquela figura el oficio de su vida, “librero”. Lo fue y a lo grande. En 1956, el ya legendario editor del sello Planeta, José Manuel Lara, lo puso al frente de Crédito Internacional del Libro, una división de la editorial dedicada a la venta a domicilio, cuyos comerciales colmaron los hogares españoles con su productos. Tal y como recordaba en las memorias que el propio Lombardero dictó a LA NUEVA ESPAÑA en 2012, aquella labor editorial tenía dos factores a favor: muchas bibliotecas familiares habían quedado destruidas durante la Guerra Civil y, además, se estaba imponiendo una nueva moda en el mobiliario, con la aparición de la estantería en el salón. La empresa libresca comandada por Lombardero fue un éxito total: “Tan importante llegó a ser (Crédito Internacional del Libro) que pasó de la nada a los 30.000 millones de pesetas al año; Planeta es lo que es gracias a esa división editorial”, declaraba el librero fallecido ayer.

Lombardero fue durante décadas el hombre de confianza de Lara, a tal punto que el editor ordenó una asignación de por vida para Lombardero en las cuentas de la editorial. Lara también le situó como secretario del premio “Planeta”, uno de los estandartes de su editorial. Toda esta carrera de éxito comenzó en la librería Cervantes de Oviedo, su primer trabajo. Allí entró a formar parte de un grupo de chavales que por aquella época frecuentaban el negocio de Alfredo Quirós. En Cervantes conoció a otro chiquillo que llegó por allí a ganarse un dinero, era Paco Ignacio Taibo Lavilla (1924-2008), un chaval “alegre, cariñoso, dinámico, que me sorprendió, porque hasta entonces yo había sido un chico solitario”. Con los años Taibo, con el que nunca perdería el contacto, se convertiría en “una celebridad del periodismo” en México, tal y como su amigo Lombardero lo describía.

En aquellos primeros años en Cervantes, Lombardero entró a formar parte de una sociedad que ellos mismos se inventaron y que se llamaba “PIABA”. Eran las siglas de Paco Ignacio y Amaro (Taibo), Benigno (Canal) y Ángel (González). Este último, el gran poeta asturiano de la Generación española de los 50, fue su otro gran amigo, con el que también nunca perdería la relación. De hecho, Ángel González tenía la costumbre de pasar las Navidades en Barcelona en compañía de Lombardero y su familia.

Tras los años de trabajo en la librería Cervantes, bajo las órdenes de Alfredo Quirós, Manuel Lombardero, al contar los 21 años, fundó su propia librería, llamada Colón, en la calle Uría. No le fue demasiado bien por lo que en 1951 se marchó a Barcelona.

La causa directa de aquella nueva aventura vital fue que su grupo de amigos conoció a un vendedor de libros a plazos, escritor y poeta, llamado Luis Landínez, así que Lombardero, tras el fiasco de su librería, se puso en contacto con la casa de Barcelona a la que representaba Landínez. Allí trabajó durante cinco años, hasta que en 1956 el editor de Planeta, José Manuel Lara (1914-2003), le propuso montar su organización de venta de libros a plazos. Aquella nueva división de Planeta se denominó Crédito Internacional del Libro y tuvo productos estrella como la Enciclopedia Larousse, “para la que Lara, como era un hombre concienzudo, contrató a la mejor gente de Barcelona con objeto de realizar la edición española, que resultó mejor que la francesa”, aseguraba Lombardero en sus memorias para LA NUEVA ESPAÑA. Tanto la Larousse como la Historia Universal de la Unesco o la Historia de la Literatura de Blecua, Valverde y Riquer se vendieron por cientos de miles.

A partir de ese momento el chaval de Teverga se convirtió en mano derecha de uno de los popes de la literatura y la comunicación en España, José Manuel Lara. Encabezaba una división de venta a domicilio “con el mejor plantel de vendedores que hubo nunca, la mayoría de ellos se hicieron ricos porque iban a comisión”, recordaba. Tal era el éxito de aquella organización que las convenciones de vendedores se celebraban en Miami, en Hawái, en Bali...

Lombardero nunca perdió el contacto con Asturias, donde mantenía muchos amigos y acudía siempre a veranear a su casa de San Claudio, en el concejo de Oviedo. No solo pudo contar entre sus cercanos a un grande de la literatura española como Ángel González. En Barcelona comía con frecuencia con el escritor Juan Marsé, el uno en la casa del otro, y luego jugaban al dominó.

Tras su retiro, publicó varios libros. “Asturias y los poetas” (1996), “Campoamor y su mundo” (2000) y “Otro don Juan. Vida y pensamiento de Juan Valera” (2004). De toda su obra, no obstante, lo que más orgullo le causaba eran sus más de setenta años de matrimonio con su esposa y ahora viuda, Charo González.

Un amante de la poesía que formó un trío fraternal con Taibo y Ángel González

“Tevergano de nacimiento y de ejercicio pero ovetense de primera”, así define el exalcalde de Oviedo Antonio Masip a quien fuera su amigo durante años, el fallecido Manuel Lombardero. “Era un tipo fabuloso”, dice Masip, que reconoce en Lombardero la audacia para poner en marcha en España la venta de libros a plazos. “Ahí fue cuando le llamó José Manuel Lara para trabajar en la editorial Planeta, que gracias a Manolo tuvo un enorme boom de ventas”, explica el exalcalde.

Lombardero, Masip y el poeta Luis García Montero trabajaron juntos para poner en marcha la fallida Fundación Ángel González, en la que, según apunta el exalcalde, “se iba a incluir la biblioteca de poesía hispana de Manolo, que tiene 8.000 volúmenes y en la que hay libros firmados por todos los autores de la Generación del 27”.

La relación de Lombardero y el poeta Ángel González venía desde niños en el Oviedo de después de la Guerra Civil. “Es muy notable cómo de aquel grupo, en el que estaban Manolo, Ángel (González) y Paco Ignacio Taibo I, los tres lograron vivir una vida plena que cada uno escogió a su manera”, subraya Alfonso Toribio, expresidente de Tribuna Ciudadana, asociación a la que Lombardero estuvo vinculado desde su origen pese a vivir en Barcelona. “Siempre que en Tribuna necesitábamos su ayuda, allí estaba pare echar una mano”, aseguró Toribio.

Josefina Martínez, viuda de Emilio Alarcos, también recuerda aquel glorioso trío de Lombardero, Taibo y González. “En el grupo había una lealtad inquebrantable, eran como hermanos”, recuerda Martínez, que añade además que “no sé, si por ósmosis o por algo, a Lombardero también se le pegó la literatura y escribía muy bien, tenía mucha pulsión literaria”. La catedrática emérita de la Universidad de Oviedo y Alfonso Toribio coinciden en que “Lombardero se ganó el poder ser llamado escritor”.

Aun así, los caminos de la vida le llevaron por otros modos de ganarse la vida con la literatura. En la editorial Planeta se convirtió, en palabras de Martínez, “en un gran hacedor de libros”. “Su gran pasión era la literatura”, insiste la profesora.

Esa pasión por la literatura comenzó en la librería Cervantes de Oviedo. Allí Alfredo Quirós tenía como empleado a Taibo. “Ángel era un crío que iba con su padre y por allí apareció Lombardero”, recuerda Conchita Quirós, hija del fundador. Los tres se hicieron grandes amigos en aquella librería del centro de Oviedo, una amistad que nunca se perdió.

Conchita Quirós tenía pendiente una conversación con Lombardero para invitarle el año que viene a participar en los actos de celebración del primer centenario de la librería. “Quería que viniese porque era el único de los tres que seguía con vida, era el último enlace que quedaba con la vieja librería”, explicaba ayer la librera ovetense.

Conchita Quirós, una década menor que aquel trío de ases que ha pasado a la historia de la literatura, describe a Lombardero como una persona muy cariñosa. Como anécdota, recuerda Quirós, un año en que por Navidad ella había comprado las figuritas del Misterio para el escaparate de la librería de su padre. En el traslado se estropearon “y Lombardero cogió unos colorines y más cosas y lo arregló todo para poder colocar las figuras”. Recuerdos de juventud ante una despedida.