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Una pérdida de “Tiempo”

Gael García Bernal, en “Tiempo”.

Shyamalan es un cineasta post-it. Apunta una idea que se le ocurre o le cuentan, piensa que es muy ingeniosa y se lanza a convertirla en película. En Tiempo la coge prestada de una estupenda novela gráfica de Pierre-Oscar Lévy y Frederick Peeters a la que no hace justicia. Una película necesita algo más que una ocurrencia más o menos curiosa como punto de partida para llegar a ser algo por lo que merezca pagar una entrada.

Todo surge a partir de una premisa de vacaciones junto al mar: un grupo de personas con diversos problemas de salud (física o mental) y diferentes orígenes sociales llega a una playa misteriosa donde irán descubriendo que el tiempo pasa volando. Y tanto: en una hora se amontonan años. Vale, aceptamos lo imposible como animal de compañía. Y ahora qué. Shyamalan sabe encuadrar muy bien y domina los movimientos circulares de cámara, juega con las acciones al fondo, maneja sin titubeos los cambios de ritmo interno de las escenas. Pero, ay, pronto queda claro que no tiene ídem cómo convertir su planteamiento en un desarrollo que esté a la altura de las extrañas circunstancias. Lejos de abonarse al lirismo o la reflexión sesuda sobre cuestiones tan profundas como el paso del tiempo, y cómo pesa el condenado, el cineasta de la perfecta “El sexto sentido” se vuelca en soluciones previsibles que buscan el desasosiego, invoca un suspense atropellado y manda a su desconcertado reparto a intentar poner convicción para que sus esquemáticos personajes parezcan seres de carne y hueso y no marionetas que pasan de un estado a otro en cuestión de minutos con cara de no creerse nada. Y no hablamos de malos profesionales, ojo, pero ante algunas escenas que buscan provocar repulsión o terror resulta imposible no arquear una ceja o esbozar una sonrisa incrédula. Los trucos del cineasta para intentar mantener en pie su juego de platillos son tan evidentes y forzados que casi se da por buena esa manía fastidiosa que tiene a veces de buscar una respuesta realista y lógica al misterio.

Si en “El sexto sentido” el final sorpresa daba un vuelco total y genial a todo lo que habíamos visto, aquí las respuestas que nos dan para resolver el enigma de ese paso del tiempo vertiginoso hacen que te vayas de la sala frunciendo el ceño y con la sensación de haber perdido el tiempo con Tiempo. Mejor lean la lacerante novela gráfica.

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