Isa Campo | Cineasta ovetense, opta al «Goya» a mejor guion adaptado

"Es muy bonito que este año haya tantas directoras jóvenes"

"Mi espacio mítico de la infancia es la casa familiar en la calle Jesús de Oviedo, rodeada de imágenes femeninas muy potentes"

Isa Campo.

Isa Campo. / Tino Pertierra

Tino Pertierra

Tino Pertierra

La asturiana Isa Campo repite candidatura a los «Goya» tras estar nominada por «Maixabel», coescrita con Icíar Bollaín. Este sábado competirá junto con su pareja Isaki_Lacuesta y Fran Araújo en la categoría de mejor guion adaptado por «Un año, una noche». Campo, ovetense de 47 años, también ha debutado como directora en la serie «Apagón». E ilumina su vida y obra para LA_NUEVA_ESPAÑA.

–Nació el año que murió Franco. Dato para la Historia...

­–(Ríe) Sí, en julio. En Oviedo. Toda mi familia materna es asturiana. Mi abuela, de Avilés. Yo he vivido en Gerona desde pequeña pero mis recuerdos de infancia, con lo que yo sueño, es la casa de Oviedo. Es curioso. Era muy particular, muy grande. No eran habitaciones estándar, es como un mundo mítico al que me lleva la memoria. Estaba en la calle Jesús. Jugaba mucho donde está la Catedral, por el Fontán... Hacía una vida muy familiar. Con un añito me fui a Cataluña pero pasaba todas las vacaciones posibles y más en Asturias. Un espacio mítico, ya te digo, era un mundo muy femenino con mi abuela, todas mis tías, que eran bastante mayores que mi madre... Unas imágenes femeninas muy potentes.

–¿Aún sigue viniendo?

­–Ahora como viajo mucho arriba y abajo y mi hija Luna tiene que ir al cole me cuesta más ir, pero ya estamos viendo cuándo lo hacemos, en junio o así. Luna, que tiene nueve años, ya estuvo dos veces. No es mucho de fabada, mejor el cachopo.

–¿Enriquece tener esa doble «emocionalidad» asturcatalana?

–La mezcla siempre es positiva. Tienes mundos distintos a los que acudir, gentes con experiencias diferentes... Mi padre es aragonés, además. Todo suma.

–Ese mestizaje de raíces también se extiende a su cine.

–Cuando empezamos a descubrir otros mundos tenemos la mente más abierta. Vas adquiriendo una línea y puedes contar historias en Mali, donde estuve, o en Gerona o en un pueblecito de vete tú a saber dónde. Las historias pueden ser universales aunque emanen de lo local. Y es muy estimulante en el trabajo, ser guionista y rodar te permite vivir vidas muy diferentes a la tuya, y eso me gusta mucho, salirme de mí y convertirme en amiga de un habitante de Mali que no ha salido nunca de su pueblo. Llegas a vidas diversas que no estabas destinada a conocer. Eso es riquísimo. Pocos trabajos te ofrecen algo así, quizás el periodismo.

–«Maixabel» habla de las víctimas de ETA, y «Un año...», del duelo de dos supervivientes de los atentados de París en 2015.

–En el segundo caso, en realidad, se trata de una historia de amor. Cómo una pareja vive algo que no deberían haber vivido. Y cómo repercute en sus vidas. Cómo afecta a las relaciones aunque no te haya pasado nada físicamente. Hay muchos tipos de trauma y vamos descubriendo algunos. Antes tenías que ser víctima directísima y no, las cosas son mucho más complejas.

–«Apagón» cuenta las consecuencias de un desabastecimiento eléctrico. El futuro está ahí.

–A final la ciencia-ficción nunca se va tan lejos como la realidad... La propuesta fue anterior a la pandemia, y cuando estábamos escribiendo nos pilló de golpe y, claro, la historia está llena de ecos de lo que nos pasó, que ya estaban en las ideas originales. Se refuerza todo. Es como dar un saltito desde la realidad a algo futuro que ya está ahí. Hemos pasado por los encierros y también por los apagones. Como si estuviéramos al límite de muchas cosas. Una sensación de fragilidad constante.

–Estudió ingeniería industrial y Filosofía. Y termina en el cine.

–De repente, me encontré escribiendo «La próxima piel», la única película que he codirigido con Isaki. La habíamos escrito muchísimo antes, como diez años antes. _Llegué un poco por azar, no tenía esa carga mítica de hacer cine. Mi atracción por la escritura viene más por la literatura. Y me encontré fascinada por procesos que no conocía. Trabajar con actores, por ejemplo, porque reescribía constantemente. Y me encantaba dirigirlos. Cuando llegó el momento de dirigir sola ya había estado mucho en rodajes, no lo noté como un gran cambio, en cada uno iba descubriendo una faceta. Lo viví como una evolución. Es muy emocionante ver cómo preparan y afrontan los actores sus papeles.

–«La próxima piel» mostraba a una madre coraje y una adolescencia complicada...

–Sí, me interesan esos momentos en la vida que son límite entre dos instantes vitales. La adolescencia es el más evidente, te estás transformando de niño a adulto, hormonal y vitalmente hay un cambio muy bestia. Trabajamos mucho el miedo que te da la maternidad que antes no tenías, y te invade el afán de protección. Las épocas de estabilidad me interesan, pero menos que aquellas en las que te estás convirtiendo en algo que aún no sabes lo que es, con experiencias que te van a cambiar por completo.

–¿Como profesora de dirección que inculcó al alumnado?

–Pensar desde sitios distintos a los que ocupas tú en la vida. Era una asignatura muy práctica, los alumnos rodaban un corto y al final todos los trabajos se parecían mucho porque los conflictos eran muy similares. Era interesante proponer adaptaciones de cuentos distintos a sus mundos. La riqueza del cine es la empatía que proporciona, ponerte en vidas de otros.

–Puede hablar con conocimiento de causa de invisibilidad de la mujer en el cine español...

–Este año es muy bonito porque hay una gran presencia de directoras jóvenes. Y hay algo clave:_que puedan hacer una segunda película, porque es un momento muy delicado. Cuesta mucho hacerla. Y hay muchas compañeras que se quedaron por el camino. Que haya tantas directoras haciendo la segunda o la tercera, que ya forman parte de la industria, es muy rico. Y como espejo es maravilloso, porque en las escuelas de cine la proporción de chicas era enorme. Y_no se reflejaba en el cine. No hay que tener la certeza de que esto se ha quedado para siempre, todo es muy frágil._Cualquier inestabilidad económica, que afecte a las subvenciones, o social, puede hacer que todo lo que has conquistado cambie. Hay que estar alerta para que no sea un espejismo, es un trabajo a largo plazo.

–¿Odia el odio de ciertos sectores hacia el cine español?

–Entiendo que no estamos hablando de cine y que igual a esas personas lo que les llega es algo muy sesgado. No culparía personalmente a ellas por sus opiniones porque, como nos pasa a todos, solo leemos los medios que refuerzan nuestras opiniones y algunos te están vendiendo esas acusaciones de que somos unos subvencionados, lo que no tiene ningún sentido. Y luego están los premios y el glamour, solo mostramos esa parte y muy poco lo que implica hacer una película. La gente a la que no le interesa el cine español se queda con esa imagen de que somos unos privilegiados que aparecemos quejándonos en algunos momentos. Y eso es muy poco realista. Hay poca didáctica de lo que es el cine, de lo que implica la creación, y se ve como algo lejano y elitista.

–Cambiar la «ñ» de Iñaki por la «s» de Isaki no fue por el cine...

­–Es una cuestión amorosa. Ya cuando él era periodista y no estaba pensando en dirigir firmaba así. Yo lo llamo Iñaki, claro, porque lo conozco de antes.

–¿Y en el trabajo quién tiene la decisión final?

–En guion somos ahora tres, con Fran Araújo. Y debe estar todo consensuado. Si hay desencuentros, cada uno intenta convencer al resto, pero la última palabra la tiene quien dirige.

–¿Puede aflorar aquí un #meToo como en Hollywood?

–El espejo con los Estados Unidos no es realista porque en el cine de aquí hay poquito poder, no tenemos esas figuras intocables. No somos tan grandes. No creo que en el mundo del cine pase más que en otros ámbitos. Claro que igual me equivoco.

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