El robo del millón de euros que toca «el alma de Plasencia»

Los ladrones asaltan el museo catedralicio de la ciudad extremeña y se llevan dos coronas de oro, platino y piedras preciosas de la Virgen del Puerto y el Niño, fruto de las donaciones de cientos de placentinos en 1951

La Virgen del Puerto y el Niño, coronados, en una de sus procesiones festivas. | El Periódico de Extremadura

La Virgen del Puerto y el Niño, coronados, en una de sus procesiones festivas. | El Periódico de Extremadura / Alicia Vallina

Alicia Vallina Vallina

Alicia Vallina Vallina

Igual que en 1977 Asturias sufrió un robo que tocó directamente el corazón de los asturianos, el saqueo de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo (el ladrón se llevó la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Ágatas), algo semejante vive estos días la hidalga localidad extremeña de Plasencia. En este caso, el robo de la corona de su patrona la Virgen del Puerto (una Virgen tallada en madera policromada y datada en el siglo XV), y del niño Jesús al que amamanta sosteniéndole en su regazo, además de dos cruces pectorales y dos anillos episcopales –todo ello, según los expertos, valorado en más de un millón de euros–.

«Los objetos robados son el alma de Plasencia», afirma con tristeza y rotundidad Jacinto Núñez, deán de la catedral de la localidad. Las coronas de la Virgen y del niño se encontraban expuestas en una hornacina protegida con cristal blindado en el museo catedralicio y, el día 6 de abril debían trasladarse ambas, custodiadas por la Guardia Civil, desde el mismo museo hasta la ermita de la Virgen del Puerto, situada a unos cinco kilómetros de la ciudad para celebrar, al día siguiente, la procesión de la patrona coronados ambos protagonistas.

«Es el único día del año en que las coronas salen de su habitual lugar de descanso para ser contempladas por los fieles», continúa el religioso.

Para el deán no hay duda de que el robo se produjo la madrugada del sábado al domingo de Ramos. Tal y como nos cuenta «los trabajadores, la mañana del domingo, muy temprano, entraron al templo para realizar los preparativos correspondientes a una jornada tan especial. Cuando iban a abrir la llamada «puerta de la sala de platería», el sacristán se dio cuenta de que la hornacina en la que se custodiaba la corona de la Virgen estaba rota. Se alarmó muchísimo y corrió en busca de un compañero. Ambos se armaron con palos para protegerse, pues pensaron que quizá los ladrones pudieran seguir en el interior del templo», relata el deán.

El miedo y la prudencia se apoderaron de ambos y, tras comprobar que todo parecía despejado de intrusos, se dirigieron a la casa del deán que vive muy cerca de la catedral. «Suelo apagar el teléfono móvil por la noche y aún estaba dormido cuando llegaron. Me sobresalté y me asusté mucho. El sacristán tiene llave de mi casa y me contó lo sucedido también muy asustado, como es normal. Apenas tuve tiempo de reaccionar cuando le pedí de inmediato que llamara a la policía. Actuaron de modo muy diligente y eficaz, acompañándose pronto de la policía científica», explica Jacinto Núñez visiblemente emocionado.

Como muchas veces ocurre en estos casos, parece que los ladrones conocían bien la zona y tenían información de una serie de circunstancias que pueden resultar cruciales para la investigación. Se cree que ascendieron por la muralla gracias a una escalera hasta una estructura llamada «barbacana» que sirve como soporte al muro. «Una vez allí, parece que sabían por donde iban, porque forzaron una ventana con una reja de hierro y emplearon una especie de gato para separar los barrotes. Por ahí debió entrar una persona menuda, delgada y de ahí ya a la sala de platería con absoluta libertad» prosigue el deán.

Además, y casualmente, la empresa que había instalado años antes las cámaras de seguridad del recinto se había desmantelado y la catedral se hallaba inmersa en el proceso de búsqueda de opciones para colocar un nuevo sistema, pues el que tenían había dado problemas en varias ocasiones y debía ser sustituido. «Da la impresión de que alguien sabía todo esto», lamenta el religioso.

La corona de la virgen del Puerto es el bien más apreciado por todos los placentinos y fue realizada en los tallares Granda de Madrid, al igual que la corona del Niño, con la intención de ser empleadas en la coronación canónica de la Virgen, acontecida el 27 de abril de 1952 en Plasencia. Declarada patrona de la ciudad por el papa Pío X y también alcaldesa honoraria, más de 50.000 personas presenciaron su coronación, que fue presidida por el nuncio de Roma, monseñor Amleto Giovanni Cicognani (posteriormente secretario de Estado de la Santa Sede), siendo obispo de la diócesis, nombrado por Pío XII, el recientemente fallecido don Juan Pedro Zarránz Pueyo.

También estuvieron presentes en la celebración los obispos de Badajoz, Coria, Salamanca, Cuidad Rodrigo y Ávila. Incluso una escuadrilla de aviones sobrevoló la ciudad para arrojar flores a la Virgen y a su Hijo desde lo alto, mientras todo el pueblo de Plasencia sacudía con gracia y emoción sus pañuelos al aire en señal de júbilo y agradecimiento a la Madre del Salvador.

Todos los placentinos y los feligreses de las zonas colindantes donaron gargantillas, pendientes, crucifijos, anillos, cubiertos, medallas, e incluso se publicaron uno a uno, en varios anexos del Boletín del Obispado de finales de 1951, los nombres de quienes contribuyeron con sus donaciones a conformar tan ilustre presente. Muchos placentinos aún conservan estas hojas como recuerdo a la contribución de sus ancestros y como prueba de una devoción que aún sigue intacta.

De este modo, se conformó una pieza de más de 2.261 gramos, buena parte de ella de oro y con 85 gramos de platino, además de infinidad de piedras preciosas. «Todo el mundo aportó algo», recuerda con nostalgia Jacinto Núñez. «Desde los ricos hasta los más pobres que solo podían dar unas monedillas de plata como mucho. Nos han robado lo más preciado porque es el legado de nuestros antepasados y representa el amor que todos nosotros profesamos a la santísima Virgen».

La corona estuvo depositada por varios años en una caja fuerte de la Caja de Ahorros Monte de Piedad de Plasencia, que más tarde se convirtió en Caja Extremadura y actualmente en Unicaja, en un momento en que Jacinto Nuñez ejercía como canónigo y como catedrático en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde residía. «Pusieron un precio desorbitado a la corona y a una biblia en vitela datada en el silgo XV que allí se custodiaban para seguir manteniéndolas y fue por eso que se llegó a un acuerdo para traerla al museo catedralicio», recuerda el deán.

Este triste episodio ha venido a desvirtuar las celebraciones de la Semana Santa en la ciudad de Plasencia, pero la fe y la devoción de los fieles permanece intacta. Todo son oraciones y no hay nadie en la localidad que no sienta como suya una pérdida con tanto valor devocional y emotivo. El económico poco significa para quien tiene fe. El deán de la catedral aprecia y valora el esfuerzo de la policía en la que muestra una total confianza y solo desea que puedan hacer su trabajo con dedicación, con acierto «y con el mazo dando». Al resto les implora un «a Dios rogando»

Suscríbete para seguir leyendo