Entrevista | Soraya Calvo Investigadora de la Universidad de Oviedo, experta en sexología e identidades digitales

"La violencia online es sutil y difícil de identificar"

"No podemos usar la expresión ‘red flag’ tanto a que a tu novio no le guste el café como a que te controle el móvil; se debe tener cuidado con el neolenguaje y llamar a las situaciones de maltrato por su nombre"

Soraya Calvo, en un aula de la Facultad de Formación del Profesorado y Educación de Oviedo.

Soraya Calvo, en un aula de la Facultad de Formación del Profesorado y Educación de Oviedo. / David Cabo

El Centro Asesor de la Mujer de Gijón alertó hace unas semanas del repunte de víctimas de violencia atendidas en el último año que no convivían con su maltratador y que eran agredidas a través de dispositivos digitales, ya sea ejerciendo control sobre su uso o recibiendo agresiones verbales por internet. Soraya Calvo, investigadora de la Universidad de Oviedo y experta en sexualidad y en las nuevas formas de comunicación online, explica este auge por el "efecto máscara" que un perfil anónimo en redes sociales puede ofrecer a un agresor en potencia. Los ataques en grupos a mujeres conocidas a través de redes sociales y los desnudos realizados por inteligencia artificial son dos de las conductas problemáticas al auge.

–¿El mundo online potencia situaciones de violencia?

–Todos los espacios que existen para la interacción de personas, si no se trabaja críticamente con ellas, pueden convertirse en espacios para favorecer ciertos discursos negativos. Y no hablamos solo de redes sociales, también de aplicaciones de mensajería instantánea: son espacios en los que se pueden generar mecánicas de comunicación muy fastidiadas porque desde ellos aplicamos mecanismos de control que tenemos aprendidos. Las redes sociales, diseñadas para enganchar a la gente, ahora permiten cosas como saber la última hora de conexión de una persona o si ha leído o no tu mensaje. Ahora suena evidente, pero eso hace años eran datos que no se podían saber y desde entonces las empresas que poseen estas redes han aprendido que facilitarlos son una forma más de fidelización de usuarios, aunque no lo hagan con el objetivo de que la gente controle a otra gente. Y, si además de todo esto nosotros como usuarios no somos capaces de controlar nuestras inseguridades, esos espacios digitales sirven para reproducir muchas violencias. Con esto quiero decir que no es tanto una cuestión del espacio, que puede servir para muchas cosas nuevas, sino de las lógicas de comunicación que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida y que replicamos también en el mundo digital. Cosas como la no gestión de conflictos, controlar quién responde y quién no.

–También es más fácil cortar la comunicación con una persona en el móvil o ejercer algún tipo de violencia verbal hacia ella que hacerlo presencialmente.

–Claro. Si hablamos de adolescentes, que por su edad son personas en proceso de desarrollo social y con menos herramientas comunicativas que las personas adultas –aunque luego las personas adultas tampoco siempre las usemos–, actualmente su principal herramienta de gestión comunicativa y de conflictos es el bloqueo. Y eso es un problema. Porque cuando bloqueas a una persona no estás parando un conflicto, pero no solucionándolo, y eso a la larga suma aún más dificultades a las ya de por sí complejas relaciones humanas. Esto ocurre en situaciones, digamos, normales, pero si aplicas eso mismo a una relación en la que encima existe violencia o algún tipo de desigualdad entre las partes, el riesgo de estos comportamientos online es mucho mayor. Todos tenemos conductas negativas a veces en redes sociales y enviando mensajes, pero en una situación de maltrato el peligro va más allá.

–¿Cree que existe algún tipo de disonancia en eso? ¿Que las nuevas generaciones identifican de manera más sencilla la violencia de género tradicional pero no tanto la que se ejerce online?

–La palabra disonancia me parece acertada para este tema. Creo que las personas adolescentes tienen más conciencia del feminismo y se reconocen más como feministas, y que eso les hace ser más fácilmente conscientes de situaciones de violencia evidentes. El problema está en las sutilezas, y esas violencias sutiles en redes sociales cuesta mucho identificarlas. Todo se ha refinado mucho. Muy en relación con esto está aquello a lo que se llama "tóxico" y las llamadas "red flags". En redes, las personas jóvenes ahora hablan mucho más de cómo se relacionan, y esto está genial. Pero sí es cierto que también se está normalizando, a la vez, situaciones de maltrato. Porque ya no se las llama maltrato, se las llama "red flag".

–Y se usa de la misma manera para situaciones leves y más graves.

–Claro, no hay nivelación. Esto tiene que ver también con que muchas veces se cuestionan discursos feministas porque se cree que a todo lo llamamos maltrato. Y es importante llamar a las cosas por su nombre y tener cuidado con el neolenguaje que, al final, neutraliza ciertas formas de violencia quitándoles importancia. No podemos llamar "red flag" a que a tu novio no le guste el café y, a la vez, a que te controle el móvil.

–¿En las redes se normalizan ciertas formas de violencia?

–Sobre todo las agresiones verbales. Lo vemos con personas que forman parte del universo mediático: políticas y actrices contra las que se ha normalizado unos niveles de agresión muy fuertes. Los discursos de odio online están tan extendidos que, si eres adolescente y siempre has estado en esos espacios, es normal que incorpores a tu manera de ser esas conductas. También es el ejemplo que les damos los adultos constantemente, y no ayuda que no haya un espacio en el sistema educativo para hablar de "fake news" y violencia en redes sociales.

–¿Nota cierta regresión en el avance feminista debido a eso?

–Existe una lucha política muy evidente, una polarización ideológica con una extrema derecha con cada vez más poder y espacio  mediático. Son discursos que, de tan populistas, calan. Por eso surgen discursos que creíamos trasnochados y que contravienen los derechos humanos. Lo vimos en pandemia con el negacionismo y lo vemos, en este caso, con las corrientes de misoginia digital. Tampoco es algo que venga de ahora, es una dinámica muy vieja: cuando el feminismo y otros colectivos ganan derechos lo hacen quitando privilegios a otros grupos que hasta ahora tenían más poder. Contra eso, ahora, surge la reivindicación de la masculinidad clásica, y yo creo que, más que una regresión "per se", sino que existen agentes políticos que favorecen estos discursos. Todas conocemos quiénes son, son hombres con gran presencia en Youtube y redes sociales que, con su discurso facilón, convence a muchos jóvenes y no tan jóvenes. En esos casos no ayudó que ciertos discursos feministas resultaron un poco elitistas, y la gente acababa por sentirse insultada porque no entendía qué les estábamos diciendo.

–Hace unos años, esas corrientes se identificaban con el movimiento "incel".

–Y ahora se reniega de esa expresión porque tenía mucha carga negativa, era como algo friki. Ahora no se identifican con eso, ahora dicen que son "hombres de valor". Contra eso es más difícil discutir. Y con ese discurso defienden una idea muy moralista de la sexualidad y un binarismos absoluto hombre-mujer en el que no hay espacio para otras identidades ni para entender otras formas de masculinidad y feminidad.

–¿Las redes han favorecido la sexualización de las mujeres jóvenes?

–Las personas que viven de las redes sociales vendiendo una vida que en realidad no viven saben que el sexo vende. Es una estrategia de márketing muy vieja. Y quizás lo hacen con contenidos no directamente eróticos, pero que sí juegan con la sensualidad. Esos modelos están ahí y, como referentes, lanzan una idea de éxito social. Entonces, claro, se vende una idea de la sexualidad muy "desproblematizada". No voy a entrar moralmente a cuestionar eso, pero, cuando esas referencias se exponen a menores que quieran imitar esos modelos de éxito, ellos van a querer imitarlo de alguna manera. Es importante empezar a hablar desde la infancia de los límites de la producción en redes, explicar que la erótica y la sexualidad forman parte de la esfera íntima, y que poner límites a eso no te hace ser menos guay.

–¿Y ahora que se pueden hacer hasta desnudos por inteligencia artificial?

–Ya... Eso ya se escapa de nuestra capacidad de gestión. Puedes no tener ninguna foto publicada y que alguien coja una de tu orla y te haga un desnudo con IA. Ahí el foco tiene que estar en la educación y en enseñar qué tipos de contenidos se consumen. Y es una educación que tiene que orientarse más hacia los chicos y no tanto a alimentar aún más el miedo de las chicas. Tenemos que enseñarles a ellos, que son quienes suelen generar esos contenidos, de que lo están haciendo puede ser delito.

–¿Las redes nos han vuelto más crueles?

–Existen del Centro Reina Sofía sobre discursos sexistas y ciberviolencia que se publicó en 2021 y sus conclusiones son interesantes. Los chicos decían que usaban mensajes sexistas porque les ayudaba a desahogarse y que no pensaban que fuese algo grave. No diferenciaban el acoso de la broma. Eso lo causa el efecto máscara de internet: si no ves a la otra persona y tú puedes interactuar como anónimo, la empatía con la otra persona desaparece y no sientes que estés haciendo algo tan malo. Y no sé qué cura tiene eso, pero sí que trabajar por una sociedad con más empatía y que recupere el enfoque humano que estamos perdiendo sería un buen primer paso.