Que en los tiempos actuales vivimos en un mundo con grandes avances tecnológicos, es algo en lo que todos estamos de acuerdo. Que nos creemos sabedores de un sinfín de cosas, pues también. Sin embargo, fallamos mucho y mucho en la forma de comunicarnos y, sobre todo, en los asuntos referentes a ese sentimiento humano tan primitivo y esencial, como es el amor de pareja.

Ah, el amor, el amor..., qué tendrá el bueno del amor para que nos trastorne tanto. Y es que, durante la etapa del enamoramiento, el amor no repara en gastos y todo el mundo se siente más locuaz, animoso y brillante; es más, algunas personas dicen que son tan felices que no experimentan aburrimiento, ni indiferencia, sino la extraña sensación de que todo importa y de que lo mínimo por existir ya es interesante.

¡Fantástico! ¡Genial! Pero, lo cierto es que en los asuntos del amor, no todo es color rosa; dicen los expertos que el deseo amoroso desaparece a los 2 años por los cambios biológicos experimentados en el cuerpo de los amantes, dejando luego, con suerte, una profunda amistad y, sin ella, un montón de rencores. Y es que el deseo amoroso, con su gran poder fabulador, va acompañado de un nutrido cortejo de sentimientos: inquietud, miedo, alegría, entusiasmo, celos, tristeza, furia.... ¡Buaf, un verdadero cóctel!

Pero bueno, ahora estamos en San Valentín y vamos a centrarnos solo en lo que tiene de placentero y, aunque solo sea por un día, no estaría de más sublimar lo cotidiano, cuidar el detalle, buscar lo hermoso, y dar rienda suelta a la imaginación ¿Preparando una cena? ¡Guau! ¡Maravilloso! Porque a los enamorados suele gustarles adivinar el amor que se profesan en la tenue claridad de la luna. Ahora bien, no solo los sabores son importantes en los preámbulos amorosos. Las formas, las texturas, los olores.... cuentan. Y mucho. Por eso, no estaría de más rodearse de cojines..., velas..., flores?, música?, iluminación suave... y... que venga lo que tiene que venir. ¿No les parece muy romántico? Además, es el escenario más adecuado para disfrutar de largos silencios, sólo interrumpidos por murmullos de promesas de amor eterno, de una pasión que te quema el alma y te lanza al infinito, saboreando la quietud que deja el placer satisfecho, respirando y palpitando al unísono, soñando despiertos, deseándose dormidos, juntos hasta el final de los días. Y que así sea.