El Rey en la ceremonia los premios "Princesa de Asturias": "La solución para España llegará de la unidad, nunca de la división"

Felipe de Borbón hace un llamamiento a "sustentar" la paz ante "el regreso terrible de la guerra en su versión más descarnada y brutal"

Meryl Streep apela a la "empatía como una forma radical de diplomacia en un mundo cada vez más hostil"

Kipchoge: "Correr es testimonio de que todos somos uno"

El Rey expresa su orgullo por Leonor por "su sentido del deber"

Amor Domínguez

Chus Neira

Chus Neira

La empatía, dice cierta literatura antropológica, es el gran hecho diferencial que guio al ser humano en su evolución y propició el desarrollo de su intelecto. Para los galardonados en los premios "Princesa de Asturias" de este violento 2023 es, también, la solución a nuestros problemas. Esa palabra –"empatía"–, y sus equivalentes "unión", "juntos", "entre todos", fueron las más repetidas ayer por la noche en el teatro Campoamor de Oviedo, durante la gala de entrega de los Premios. "Correr", dijo el keniata Kipchoge, Premio de los Deportes, "es testimonio de que todos somos uno". "Todos juntos", contó Luis Pizarro, director de la organización DNDi, Premio de Cooperación Internacional, "hemos salvado millones de vidas". "La empatía", recitó la actriz Meryl Streep, Premio de las Artes, "puede ser una forma radical de diplomacia en este mundo cada vez más hostil". Y, en fin, proclamó el Rey Felipe, provocando el único aplauso espontáneo de la velada, "la solución a los muchos problemas de España llegará de la unidad, nunca de la división".

En una ceremonia más ágil que otros años y marcada por las ausencias (los premiados en Comunicación y Humanidades, Nuccio Ordine, y en Ciencias Sociales, Hélène Carrère, fallecieron antes de recibir su premio y otros dos invitados no pudieron realizar el viaje por problemas personales o de salud), los focos se posaron en la gran dama de Hollywood, Meryl Streep, una de las más aplaudidas, y en la Princesa Leonor, cuya inminente mayoría de edad y jura de la Constitución, dentro de diez días, le otorgó más presencia, a pesar de que la de ayer era ya su quinta intervención en una entrega de los premios "Princesa".

El Campoamor tuvo todos los ingredientes habituales: los ejércitos de gaitas y la sumisión acústica de cualquier tipo de protesta –cada vez más mermada en La Escandalera–, las inmensas alfombras azules, la devoción en las calles, agolpados vecinos y turistas detrás de los cordones policiales con carteles a mano en los que se proclamaba el mismo amor a una actriz –"Meryl I Love You"– que a una infanta –"Sofi te queremos"– y el desfile de autoridades con la presidenta del Congreso, Francina Armengol, el Senado, Pedro Rollán, el Constitucional, Conde-Pumpido, del CGPJ, Vicente Guilarte, y tres ministros, Iceta, Calviño y Planas, al frente. Dentro, el teatro volvió a ofrecer las mejoras incorporadas ya en 2021, unas escaleras más grandes con un acceso más cómodo al escenario por donde Kipchoge avanzó con zancada ágil, Murakami con paso desencuadernado y Meryl Streep con la elegancia que sigue al aplauso más fuerte, después de que su aterrizaje en la plaza frente al teatro ya hubiera provocado una ovación correspondida con un delicioso gesto de asombro por parte de la actriz.

Además de las reformas escénicas, el otro estreno de la noche fue el de la nueva presidenta de la Fundación Princesa de Asturias, Ana Isabel Fernández, que intervenía por primera vez en la ceremonia de entrega de los galardones. Fernández echó de menos a los ausentes y agradeció a los que apoyan a la Fundación, "quienes creen en nuestra tarea y la impulsan". Invocó la ligazón entre Asturias y España y reafirmó la voluntad de la Fundación de "ayudar a construir una sociedad mejor".

Kipchoge tomó el relevo en el atril y explicó con eficacia, sencillez y en un inglés maleado, la importancia de correr, "algo mucho más grande que un movimiento físico". Para el atleta correr tiene "el poder de unirnos". En una maratón no esta solo; es él, los 40.000 que corren con él y los otros miles en las calle animando. "Correr es testimonio de que todos somos uno". Y siguió con otros lemas tan alentadores como el de que "quien acaba una maratón es capaz de lograr cualquier cosa en la vida", "no hay ser humano limitado" y el definitivo: "Un mundo que corre es un mundo feliz, y un mundo feliz es un mundo en paz".

El chileno Luis Pizarro, director ejecutivo de la organización Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Desatendidas se salió por unos momentos del carril de las buenas intenciones y las frases para tazas del desayuno cuando trató de hacer ver al público el gran problema al que hace frente su organización.

Pizarro relató con crudeza y sin paños calientes la historia de Amasi, joven sudanesa de 18 años infectada con un micetoma, que no respondió a ningún tratamiento. O la de Bimal, un trabajador indio al que el VIH y la leishmaniasis, la enfermedad de los perros, ha dejado sin trabajo y arrastrado a su familia a la miseria. "Perdón si soy un poco brutal", se excusó, "pero no estoy aquí para darles una lección de moralidad, vengo, por el contrario, con un mensaje de esperanza". Así que aclaró que sus pacientes se ven privados de los avances de la investigación médica "porque nacieron en el lugar equivocado", "porque son demasiado pobres", pero que sus socios en todo el mundo está logrando desarrollar tratamientos para estos pacientes olvidados: "Todos juntos hemos salvado millones de vidas".

A falta de discurso del Premio de las Letras, y con un Murakami muy ensimismado en la traducción simultánea durante la ceremonia, la intervención de Meryl Streep fue un delicado monólogo, una especie de tutorial en directo de cómo representar un discurso con gesto, cadencia y pausas que lo salpiquen de verdad e improvisación. Todo lo contrario, en realidad, del profesional del atril con el que compartió tablas ayer, el Rey Felipe, capaz de decir su texto con naturalidad y sin fallos. Streep optó por la dramatización para explicar de qué hablamos cuando hablamos de actuar y concluir que se trata de empatizar y de escuchar al otro. "It’s all about listening" –"se trata de escuchar"–, resumió con paráfrasis cinematográfica al final de su intervención. Antes dijo que el trabajo suyo va de ponerse en otras pieles: "La empatía es el don palpitante del corazón del actor". Incluso si son pieles extrañas el actor posee "la capacidad imaginativa de seguir las historias de personas ajenas a nuestra tribu". Esa impostura, enumeró, llevó a la buena chica de clase media de New Jersey a meterse en los zapatos de la dama de hierro, de un hombre, de una superviviente del Holocausto o del mundo de la moda. Imitar a los otros, siguió citando a Picasso y caricaturizando (mal, admitió) a Penélope Cruz, es su trabajo. Esa identificación con los demás está, lamentó, en los inicios de nuestras vidas, en el bebé que llora al ver otras lágrimas: "A medida que crecemos reprimimos esos sentimientos para el resto de nuestra vida y así llegamos a este triste momento de la historia". Ahí tragó saliva Streep y no nombró ninguna causa, aunque luego citó a Lorca, aludió a la Guerra Civil y volvió a reclamar en la empatía "una forma radical de acercamiento y diplomacia en un mundo cada vez más hostil y volátil".

La simpatía de Meryl Streep, la timidez de Murakami y los homenajes póstumos: así fue la entrega de los Premios Princesa de Asturias

Amor Domínguez

Siguió a los discursos la entrega de los galardones, ese instante que alterna megafonía, apretón de manos a Rey y Princesa, paseíllo y saludo desde el proscenio. Es el hueco que la ceremonia deja para alguna informalidad chispeante que acaba en portada, sea la haka de los All Blacks, la microjuerga flamenca de Linares y Pagés del año pasado o un pequeño malabar con el pergamino que certifica el galardón, muy socorrido. Ayer no hubo tal. Cogidos de la mano como los representantes de Mary’s Meal, más sonrientes como los científicos del Premio de Investigación o ceremoniosos pero discretos como Streep, Murakami o Kipchoge, ninguno firmó el instante decisivo.

Así que todos los focos se volvieron a la Princesa Leonor, con la voz un poco quebrada pero capaz de afrontar un discurso que funcionó como la versión pequeña de su padre, también con una referencia a cada uno de los premiados, con una propia asunción de las responsabilidades institucionales que le esperan y con un mensaje generacional esperanzador.

El Rey aprobó con miradas cómplices y sonrisas de satisfacción paternal el trabajo de su hija mayor y afrontó su tarea, un discurso institucional que no evitó las referencias a la guerra. El Rey añoró a Hélène Carrère para haber tenido más conocimiento sobre "la terrible y oscura actualidad que define la agresión rusa contra Ucrania" y lamentó el fracaso del sueño de "un mundo más pacífico, más estable y más ordenado en estos comienzos del Siglo XXI". Denunció "el regreso terrible de la guerra, de los conflictos bélicos en su versión más descarnada y brutal, así como del vértigo ante el riesgo de su extensión" y su pena por el olvido de "las lecciones severas de un pasado no tan lejano" la ilustró con el recuerdo al Premio "Príncipe" de Cooperación Internacional de 1994 compartido entre el primer ministro de Israel, Isaac Rabin, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yaser Arafat. "La paz", concluyó citando a Hussein de Jordania, "debe nutrirse, sustentarse y defenderse".

Así fue la emocionante interpretación del himno de Asturias que puso en pie al teatro Campoamor

Amor Domínguez

Y de las guerras, los efectos en las economías, el daño a los colectivos más vulnerables y la amenaza a las democracias, Don Felipe acabó con el llamamiento al "mayor sentido de la responsabilidad". También en España: "Tenemos que ser muy conscientes de lo que hemos alcanzado como nación, de lo necesario que es conservarlo y preservarlo de aquello que lo pueda erosionar". "Debemos cuidar lo mejor de nuestra historia", concluyó, "son muchos nuestros problemas y las soluciones llegarán, como siempre ha sucedido y demuestra la historia de_España, de la unidad, nunca de la división". La proclama fue recibida con un aplauso espontáneo, el único que interrumpió la ceremonia en toda la tarde, y la esperanza de que esa unión traiga un futuro mejor, en palabras del Rey, las gaitas y el paseo de despedida dejaron pasar otra edición de los Premios y dieron paso a la siguiente. Todos de la mano.

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