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Cuando el amarillo da suerte

Arturo, que jugó 110 partidos con el Sporting, guarda un cariño especial de dos frente al Cádiz, el del debut y otro en el que se apuntó tres asistencias

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Arturo jugó 110 partidos con el Sporting en Primera División y dos de ellos no se le van de la memoria. El destino quiso que en ambos estuviese por el medio el Cádiz y que se jugasen en El Molinón con victoria gijonesa. Así que, en su caso, el amarillo equivale a suerte. Los focos alumbraron como nunca a un lateral derecho que solía pasar desapercibido al lado de otros nombres ilustres del sportinguismo y jóvenes que apuntaban alto. En 1994, 14 años después de ponerse por primera vez una camiseta del Sporting, Arturo se marchó al Logroñés para cerrar su carrera profesional. Aún jugó al fútbol por un tiempo, pero nunca con la pasión y el sentimiento con que defendió la camiseta rojiblanca.

Entre los 11 y los 25 años, el fútbol para Arturo Martínez Noval (Gijón, 8 de junio de 1969) era sinónimo de Sporting: "No había jugado en ningún equipo. Con once años subí a Mareo, hice una prueba, entré y pasé por todas las categorías". En febrero de 1988 estaba en disposición de subir el último peldaño: "El primer equipo tenía bastantes lesionados y me imagino que Novoa le preguntaría a García Cuervo por jugadores del filial". Arturo no había hecho ni la pretemporada con el primer equipo, pero estaba en el sitio justo en el momento oportuno.

"Siempre había jugado de centrocampista, pero cuando llegué al filial García Cuervo me puso de carrilero", recuerda Arturo como un detalle importante de su salto al primer equipo. No tuvo mucho tiempo para darle vueltas a la situación porque el Sporting recibió al Cádiz en El Molinón un miércoles de febrero. "Sabía que iba a ir convocado, por las bajas. Para mí aquello era algo tremendo porque siempre había soñado con jugar algún día en el equipo y el campo de mi ciudad. Y para mi familia también".

Arturo sabía que sus opciones de debutar dependían del resultado. Luis Sierra había adelantado al Sporting justo antes del descanso, pero las cosas no estaban claras. Un gol de penalti de Joaquín en el minuto 74 facilitó el momento soñado: "Novoa me mandó calentar faltando un cuarto de hora. Yo sólo pedía jugar un minuto". El entrenador le concedió nueve más el descuento. Cuando sustituyó a Eraña, los quince mil espectadores recibieron con una ovación a otro chaval criado en Mareo.

"No me conocía nadie", admite Arturo, que se benefició de esa falta de expectativas para jugar sin demasiadas preocupaciones: "Me encontré muy a gusto. Podía ponerme nervioso antes del partido, pero una vez sobre el campo estaba tranquilo. El césped estaba bien y tenía espacios para correr la banda". Agradeció que dos de sus ídolos, los hermanos Ablanedo, fueran los primeros en felicitarle. Y se sorprendió cuando, tras salir del vestuario y abrazar a su familia, firmó los primeros autógrafos de su vida.

"De aquella no fui muy consciente, pero ahora me siento superorgulloso de haber vestido la camiseta del Sporting", señala Arturo, al que no se le subió la fama a la cabeza: "Tenía claro que cuando se recuperasen los lesionados volvería al filial. Y bajé sin ningún problema". Lo que no esperaba, tras jugar dos partidos más esa temporada en Primera, era que tardaría dos años en formar parte del primer equipo.

Coincidiendo con una profunda renovación de la plantilla, García Cuervo le dio la oportunidad en la pretemporada de 1990. "Me salieron bien las cosas jugando de centrocampista y después, con la llegada de Ciriaco, empecé a jugar bastante. En mi puesto había veteranos y extranjeros que partían con ventaja, pero Ciri tenía muy en cuenta cómo nos entrenábamos durante la semana. Siempre me costó mucho anfianzarme como titular, pero acabé consiguiéndolo".

Arturo se adueñó de la banda derecha, desde la que contribuyó decisivamente a la buena trayectoria que desembocó en la última clasificación del Sporting para la Copa de la UEFA. Él estuvo detrás de muchos de los 31 goles que marcaron entre Luis Enrique (15) y Luhovy (16): "No sé cuantas fueron exactamente, pero aquella temporada quedé entre los tres primeros en asistencias. Di entre quince y veinte". Dos de ellas llegaron en el partido frente al Cádiz del 2 de febrero, una gloriosa coincidencia para él.

"Ganamos 3-1. El primer gol fue en propia puerta de Juan José a centro mío y los otros dos de Luhovy", recuerda Arturo, que repasa las condiciones que le dieron un nombre en Primera: "Subía mucho porque físicamente estaba bien y Ciriaco me daba libertad absoluta. Era un chaval sufrido, que entrenaba a tope. Nunca fui un jugador rápido, pero sí agresivo. También me gustaba defender y siempre fui muy responsable".

Arturo, que tenía nueve años y ya iba a El Molinón cuando el Sporting quedó subcampeón de Liga en la temporada 1978-79, se siente orgulloso de haber formado parte de la plantilla de la 1990-91: "Para mí aquel fue uno de los tres mejores equipos de la historia del Sporting. Teníamos calidad, una buena mezcla de juventud y veteranía. Y, además, había un ambiente fenomenal en el vestuario".

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