El desplome del Sporting no tiene fin. Los rojiblancos alimentaron en su visita al Barcelona B una crisis que se resume en que sólo han sido capaces de ganar uno de los últimos nueve partidos y que ofrece pocos argumentos para que Herrera deje de tener la sensación de que su puesto corre peligro. El equipo regaló la primera parte, que los azulgranas despacharon con dos goles de ventaja en el marcador, y tiró de coraje en la reanudación para acortar distancias. La dinámica deja más solo al técnico rojiblanco. Su futuro pende de un hilo, pendiente de la decisión de Torrecilla, su gran valedor.

Hace tiempo que el Sporting dejó de imponer a sus rivales como lo hizo en el inicio de la temporada. También que no ofrece un argumento claro, una identidad que haga reconocibles sus intenciones para lograr los tres puntos, más allá de que las lesiones o las circunstancias dificulten el camino. En el Miniestadi volvió a dejar la sensación de que Herrera no parece encontrar el remedio, repitiéndose errores y encomendándose, como casi siempre, al balón largo y a la inspiración de sus hombres de ataque. Hasta ellos parecen haber perdido esa pegada que empezó a desinflarse con suplencias y titularidades incomprensibles. Y de aquella falta de fútbol salvada con la pólvora de arriba se ha derivado al colapso total.

Los cuatro novedades que introdujo Herrera en el once no trajeron nada nuevo. Quintero fue alta el día del regreso a la defensa de cuatro; Nacho Méndez y Moi Gómez reforzaron el centro del campo y Viguera reapareció tras quedarse fuera de la convocatoria la pasada jornada. El riojano simboliza esa confusa manera de interpretar la gestión del Sporting que lastra, semana tras semana, al equipo y a Herrera. Ni su proclamada fe en Viguera es suficiente para que le utilice todos los partidos. Si toca en casa, Viguera se queda fuera para proteger de los silbidos del público a un futbolista profesional, de 30 años, y con callo en territorios como San Mamés. Si toca fuera, entonces es fijo de inicio. El criterio resulta tan pobre como los resultados que ha traído esta política.

El Barcelona B saltó al campo para mandar y el Sporting acató las órdenes. El balón fue azulgrana desde el inicio y los de Herrera no supieron responder. Santos, hombre más adelantado, se quedó sin socios para montar contragolpes. Cada recuperación iba a parar a pies de Quintero o Álex Pérez, con la complicidad de un rival que conocía los puntos débiles de los rojiblancos. La consecuencia fue una continua lluvia de balones largos hacia la nada.

No iba un cuarto de hora de juego y el Sporting ya se estaba por debajo en el marcador. Y lo peor es que los platos rotos los pagó Nacho Méndez, de los pocos en atreverse a hacer algo diferente. Galarreta la puso desde el costado izquierdo, Quintero despejó al centro del área y el luanquín descuidó la marca de Aleñá, que no perdonó. Un disparo blando de Viguera y otro, cruzado, de Santos, fue la única reacción visitante.

Y en medio del miedo a tomar las riendas, el Barcelona B hizo pagar caro el atrevimiento. Una pérdida del Nacho Méndez en tres cuartos de campo inició un contragolpe vertiginoso que culminó Arnaiz, demostrado que conjunto azulgrana tiene repertorio más allá de la posesión, para alegría de Ernesto Valverde, entrenador del primer equipo, que seguía el partido desde el palco. Sin llegar al tiempo del descanso Herrera ya asumía un nuevo error mandando a calentar a Scepovic.

El partido se pudo acabar nada más abrirse la segunda parte. Aleñá, corazón y cabeza del filial, se plantó solo ante Mariño. El gallego, como tantas otras veces, mantuvo vivo al equipo estirando la pierna y salvando lo que pudo ser el tercer gol local y la sentencia final de los rojiblancos. La bocanada de aire la amplió Álex Pérez a renglón seguido. El Sporting encontró una rendija en uno de los males del Barça B, el balón parado, el mismo que provocó una sangría de goles en los gijoneses en las anteriores cinco jornadas. Juan Rodríguez añadió a su convincente actuación en el lateral derecho un balón peinado a saque de esquina de Carmona que Álex Pérez aprovechó para recortar diferencias.

Paco Herrera llamó entonces a Scepovic y Rubén García para sustituir a Carmona y Moi Gómez y, a partir de ahí, el Sporting fue otro. Los rojiblancos comenzaron a intimidar al rival y el encuentro comenzó a romperse. El técnico aumentó su apuesta dando entrada a Carlos Castro en lugar de un Borja Viguera intrascendente. El paso de los minutos desesperaba el juego visitante, pero la sensación de peligro en el área rival aumentó hasta el punto de creer en la remontada.

Santos pudo poner la igualada a falta de nueve minutos para la conclusión. El uruguayo tuvo en sus botas la ocasión de alcanzar, al menos, un punto que frenara el desastre. Se encontró con un balón despejado por la zaga local en el pico del área, armó la pierna derecha y buscó el palo largo para conseguir el gol de la reacción. La pelota se marchó lamiendo el palo y con ella, las esperanzas del Sporting para encontrar algo a lo que sujetarse en medio de la deriva.

La visita al Miniestadi terminó como casi siempre en los últimos dos meses, en los que el Sporting sólo ha sido capaz de ganar un partido de los nueve en disputa. Herrera, por su parte, sigue sin mostrar argumentos que puedan rebatir sus sensaciones, las que le llevaban a pensar de que su puesto estaba en juego ante el Barcelona B. La falta de reacción agota su crédito.