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Memorias astureuropeas / 2

Cuando el Sporting y el Oviedo jugaban la UEFA: El gol de Jaime, para la historia

El conjunto rojiblanco acumuló sus mayores méritos europeos en su estreno ante el Torino y, sobre todo, al ganar a un excepcional Milán que haría historia

El Sporting participó hasta en seis ocasiones en la Copa de la UEFA. Su actuación fue más que digna, pero no puede decirse que llegara a brillante, pues no logró pasar nunca de la segunda eliminatoria, que alcanzó solo en dos ocasiones. Quizá habría podido llegar más lejos de haber tenido más suerte en los sorteos, pues siempre hubo de medirse, ya fuera en la primera eliminatoria o la segunda, a rivales especialmente fuertes. Ninguno más que el Milán de Silvio Berlusconi, que en la temporada 1986-87 había puesto al frente del equipo a Arrigo Sacchi, un técnico que revolucionaría el juego de su equipo y llevaría al Milán a ganar por dos veces consecutivas la Copa de Europa con una forma de jugar, que, por espectacular y efectiva, se convirtió en una moda benéfica que hizo furor en todo el mundo. La victoria sobre este equipo en El Molinón, con ocho asturianos en la alineación inicial, más dos en las sustituciones, se haría acreedora al calificativo de memorable, más aún que la goleada al Torino, con la que el Sporting estrenó su periplo europeo.

El comienzo del Sporting en la Copa de la UEFA, en la temporada 1978-79, no pudo ser mejor, ya que eliminó a un rival tan supuestamente difícil como el Torino. Todos los equipos italianos lo eran por definición, por su fútbol ultradefensivo, que se había extendido como modelo a imitar. Alumnos aventajados, los clubs ingleses eran en esos años los dominadores en el continente. Entre 1977 y 1982 los clubs británicos ganaron la Copa de Europa de clubs: tres veces el Liverpool, dos el Nottingham Forest y una el Aston Villa, y todas las finales, salvo una, terminaron con el resultado de 1-0, casi siempre después de partidos insoportables, de los que se llevaría la palma –mejor el cardo– el que disputaron el Nottingham y el Malmoe.

Con rosca al Torino.

El Sporting de Miera, que en aquella temporada, la 78-79, estaría a punto de ganar la Liga, no tenía, ni de lejos, esa mentalidad. Era, sobre todo, un equipo muy rápido. Castro sacaba siempre con la mano y el Sporting, en tres pases como máximo, se plantaba en campo contrario, donde tenía repertorio y calidad para llegar al área contraria; allí Quini exhibía la magia que había llevado a sus propios compañeros a ponerle el apodo de El Brujo. Contra el Torino el Sporting tuvo además la suerte de marcar muy pronto un gol que obligaría a los italianos a jugar a contraestilo. Suerte que fue, en realidad, un acierto excepcional de uno de sus mejores jugadores, Enzo Ferrero, un extremo que conducía el balón en medio de los dos pies, con lo que podía salir por dentro o por fuera, pues era ambidextro. Con la pierna derecha desde el córner izquierdo Ferrero buscó con toda intención conseguir un gol de los que en Argentina y Uruguay llaman olímpicos y que en Asturias eran conocidos como “de rosca”, tal como –así se puntualizaba siempre– los lanzaba Emilín, el extremo izquierda de la legendaria “Delantera Eléctrica” del Oviedo. Luego el lenense Morán, rápido y driblador, que esa temporada había entrado incontenible en la alineación titular del Sporting, marcaría dos goles más, que parecían dejar en franquía la eliminatoria, como así fue. En el partido de vuelta el Torino, pese al imponente apoyo de su hinchada local, hubo de conformarse con una victoria mínima (1-0).

La siguiente eliminatoria ante el Estrella Roja empezó mal para el Sporting, derrotado en El Molinón con un autogol de Mesa, que ya fue raro. El equipo gijonés estuvo a punto, sin embargo, de conseguir el empate, que hubiera supuesto el pase. Pero el larguero devolvió el tiro de Doria y el Estrella Roja siguió adelante. No pararía hasta llegar a la final.

Un sporting lleno de asturianos. El once que se enfrentó al Milán en El Molinón. De pie, por la izquierda, Pedro, Jaime, Ablanedo, Joaquín, Espinosa y Jiménez; agachados, Tati, Eloy, Emilio, Wilmar Cabrera y Zurdi.

Panenka, como Ferrero.

En la temporada 79-80, con Novoa en el banquillo, el Sporting caería en la primera eliminatoria de la Copa de la UEFA ante los holandeses del Eindhoven, que lograron un empate a cero en El Molinón que haría bueno en la vuelta un triunfo por 1-0.

El tercer puesto en la Liga 80-81 brindaría otra oportunidad en Europa, ahora otra vez con Miera como entrenador y, por primera vez en doce años, sin Quini, traspasado al Barcelona. El sorteo emparejó al Sporting con el Bohemians de Praga, que ganó por 3-1 en el partido de ida y cedió solo un 2-1 en El Molinón, donde los más enterados prestaron especial atención al interior derecho checo, un futbolista alto y con muy buena pegada que había adquirido notoriedad cuatro años antes en Yugoslavia cuando había dado el título de campeón de Europa a Checoslovaquia al transformar el último y decisivo penalti de la tanda de diez con que se rompió el empate con Alemania, prórroga incluida. Lo notorio en el lanzamiento del penalti no había sido el qué sino el cómo, pues Panenka había lanzado flojito y al centro de la portería, pero no sin antes conseguir que el portero alemán –nada menos que Sepp Maier– se quitara de en medio.

Sin restarle mérito, a la fama de Panenka, que pervive en su patente, contribuyeron el momento y la ocasión, pero no era el único que lanzaba los penaltis así. Que se lo preguntasen, si no, a Enzo Ferrero. En la final de Copa de la misma temporada en que se habían enfrentado Sporting y Bohemians el argentino había marcado el gol del Sporting ante el Real Madrid al ejecutar un máximo castigo en el que, mientras el portero madridista rodaba hacia un lado, el balón casi necesitó para llegar a la portería la ayuda del vendaval helado que barría el Nuevo Zorrilla, por mal nombre, el Campo de las Pulmonías. Ese acierto no serviría, sin embargo, para conseguir el título, que se decantaría del lado del Madrid gracias a un gol de Ángel en la misma portería del penalti.

El milán, con sus estrellas salvo baresi y maldini. De pie, por la izquierda, Giovanni Galli, Bianchi, Ancelotti, Tassotti, Van Basten y Gullit; agachados, en el mismo orden, Massaro, Donadoni, Bortolazzi, Musi y Filipo Galli.

La venganza de Schumacher.

Pasarían cinco años antes de que el Sporting volviera a las competiciones europeas. Lo haría en la temporada 85-86, con Novoa en banquillo y Quini de regreso en una plantilla en la que destacaba Ablanedo II, al que Boskov se había negado a darle oportunidades por considerar que no tenía suficiente estatura para jugar de portero. Pero en su primera temporada titular conquistó el Trofeo Zamora al portero menos goleado de la Liga, título que revalidaría dos veces más.

El Sporting quedó cuarto esa temporada, con lo que volvió a Europa en la 85-86, para enfrentarse al Colonia. Empezó muy bien la eliminatoria, con un empate a cero en la ciudad alemana después de que Ablanedo lo parara todo. Pero en la vuelta, pese a un temprano gol de Mino, no logró imponerse y acabó perdiendo por 1-2. Los saques con la mano del portero Schumacher, tremendos a fuer de largos y precisos, que convertían cada llegada sportinguista a la portería rival en un contragolpe del Colonia, acabaron desguazando al Sporting, en el que ya no estaba Maceda, traspasado ese verano al Madrid. Tal parecía, dirían algunos, que el meta quería vengarse del gol que Maceda, entonces todavía en la plantilla del Sporting, le había marcado en los minutos finales del partido entre España y Alemania de la fase previa de la Eurocopa de 1984; gol que había supuesto la eliminación de los teutones en una competición en la que España llegaría a disputar la final.

Jiménez corta un avance de Gullit, con Espinosa siguiendo la jugada.

El Milán, nada menos.

La temporada 86-87, antes de la cual Manuel Vega-Arango dejaba la presidencia del Sporting tras trece años en el cargo para ser sustituido por Ramón Muñoz, fue la del “play off”, un experimento que terminó en rotundo fracaso desde el punto de vista organizativo. Para el Sporting, entrenado por Novoa, fue, deportivamente, una buena temporada, pues se clasificó en el cuarto lugar tras dejar en su recorrido como un hito memorable el triunfo por 0-4 en el Camp Nou.

Como consecuencia de esa clasificación la Copa de la UEFA trajo a El Molinón nada menos que al Milán, que llegaba en pleno proceso de renovación, tras su regreso a la Serie A del Calcio después de su exclusión por amaño de partidos. El presidente milanista, Silvio Berlusconi, que por entonces era un poderoso empresario que aún no pensaba dar el salto a la política, había emprendido una auténtica revolución en el equipo, que no se limitaba al fichaje de dos fenómenos holandeses, Gullit y Van Basten, sino que incluía la llegada de un nuevo y joven entrenador, Arrigo Sacchi. De él se esperaba que cambiase el fútbol italiano, como así ocurriría, para suerte del fútbol en general, porque en su concepción del juego se pasaría de la racanería a la ambición, con lo que el juego ganaría en interés y belleza, tal como se reflejaría en los marcadores.

A Gijón el Milán vino con lo mejor de la plantilla, salvo Baresi y Maldini, lesionados. Pese a ello, las expectativas del partido fueron más extrañas que estimulantes. El Milán había elegido como lugar de alojamiento Candás, que estaba en fiestas, lo que favoreció la presencia durante la noche de alborotadores en torno al hotel. Las quejas de la expedición italiana derivaron en incidentes. Al día siguiente se producirían cerca de El Molinón altercados entre ultras rojiblancos y seguidores milanistas, tras los cuales Berlusconi renunció a ir al palco y buscó acomodo entre los “tifossi” de su equipo en una esquina de la tribuna. Pero lo más sorprendente fue la floja entrada que registró El Molinón, que mostraba vacíos la mitad de sus asientos. Se había anunciado que el partido iba a ser televisado para la RAI y que el Sporting recibiría por ello doce millones de pesetas.

También se anunció que TVE generaría zonas de sombra para que no se pudiera ver en Asturias, pero trascendió que las imágenes se podrían captar por antena parabólica. Muchos aficionados locales prefirieron buscar lugares que la tuvieran a sacar una entrada.

El partido no decepcionó a quienes acudieron a verlo. El Sporting, que registraba las importantes bajas de Ablanedo II, con una importante lesión de rodilla; Esteban y Cundi, hizo frente con decisión y un adecuado planteamiento de su entrenador a su poderoso rival, al que apenas concedió una ocasión de gol, de Massaro, neutralizada por Pedro con la parada del partido. Y su coraje y disciplina encontraron el premio de un gol soberbio, conseguido por Jaime al empalmar desde el borde del área una tremenda volea, que llevó el balón al centro de la portería, pero sin opciones para el portero por la violencia del disparo y la trayectoria del balón, que describió una vertiginosa parábola vertical antes de estrellarse en la parte inferior del larguero y desde allí bajar al interior de la portería.

El mismo Milán que salió derrotado de El Molinón se proclamaría esa temporada campeón de la Liga italiana y ganaría la Copa de Europa en sus dos ediciones siguientes. Merece la pena recordar la alineación del Sporting en ese partido: Pedro; Espinosa, Jiménez, Ablanedo I, Tati; Jaime, Joaquín, Emilio; Zurdi, Cabrera y Eloy. De los once, ocho eran asturianos, como Marcelino y Juanma, que entraron en los minutos finales. Como también las tres importantes bajas, ya mencionadas. Y al gallego Jiménez podría considerársele también canterano, pues había subido desde el filial. Por si todo eso fuera poco, era también de casa el entrenador, Juan Manuel Díaz Novoa, que llegaría a dirigir en siete ocasiones al Sporting; más que nadie. La frialdad con que la menguada afición local que asistió al partido acogió el triunfo de su equipo fue inexplicable. Antonio M. Otero, que escribió la crónica para LA NUEVA ESPAÑA, lo resumió perfectamente: “Antes y después del partido el Sporting mereció más”.

El partido de vuelta no se jugaría en Milán, pues el estadio de San Siro estaba clausurado por sanción, sino en Lecce, en el sur de Italia. El Sporting compareció con la baja importantísima de su líder, Joaquín, lesionado. Aun así, al Milán le vino de perlas la colaboración del árbitro, que señaló dos penaltis contra el Sporting que, como poco, fueron discutibles. La derrota por 3-0 dejó eliminado al club gijonés.

El gol de Jaime, para la historia

También se anunció que TVE generaría zonas de sombra para que no se pudiera ver en Asturias, pero trascendió que las imágenes se podrían captar por antena parabólica. Muchos aficionados locales prefirieron buscar lugares que la tuvieran a sacar una entrada. El partido no decepcionó a quienes acudieron a verlo. El Sporting, que registraba las importantes bajas de Ablanedo II, con una importante lesión de rodilla; Esteban y Cundi, hizo frente con decisión y un adecuado planteamiento de su entrenador a su poderoso rival, al que apenas concedió una ocasión de gol, de Massaro, neutralizada por Pedro con la parada del partido.

Y su coraje y disciplina encontraron el premio de un gol soberbio, conseguido por Jaime al empalmar desde el borde del área una tremenda volea, que llevó el balón al centro de la portería, pero sin opciones para el portero por la violencia del disparo y la trayectoria del balón, que describió una vertiginosa parábola vertical antes de estrellarse en la parte inferior del larguero y desde allí bajar al interior de la portería. El mismo Milán que salió derrotado de El Molinón se proclamaría esa temporada campeón de la Liga italiana y ganaría la Copa de Europa en sus dos ediciones siguientes.

Merece la pena recordar la alineación del Sporting en ese partido: Pedro; Espinosa, Jiménez, Ablanedo I, Tati; Jaime, Joaquín, Emilio; Zurdi, Cabrera y Eloy. De los once, ocho eran asturianos, como Marcelino y Juanma, que entraron en los minutos finales. Como también las tres importantes bajas, ya mencionadas. Y al gallego Jiménez podría considerársele también canterano, pues había subido desde el filial. Por si todo eso fuera poco, era también de casa el entrenador, Juan Manuel Díaz Novoa, que llegaría a dirigir en siete ocasiones al Sporting; más que nadie. La frialdad con que la menguada afición local que asistió al partido acogió el triunfo de su equipo fue inexplicable.

Antonio M. Otero, que escribió la crónica para LA NUEVA ESPAÑA, lo resumió perfectamente: “Antes y después del partido el Sporting mereció más”. El partido de vuelta no se jugaría en Milán, pues el estadio de San Siro estaba clausurado por sanción, sino en Lecce, en el sur de Italia. El Sporting compareció con la baja importantísima de su líder, Joaquín, lesionado. Aun así, al Milán le vino de perlas la colaboración del árbitro, que señaló dos penaltis contra el Sporting que, como poco, fueron discutibles. La derrota por 3-0 dejó eliminado al club gijonés.

La junta de culata, contra los pelos de Gullit

Las horas posteriores al Sporting-Milán se habrían de convertir para mí en inolvidables. De El Molinón fui con la mayor rapidez que pude a la delegación de LA NUEVA ESPAÑA en Gijón, que entonces estaba en la calle Ruiz Gómez. Allí escribí mi comentario mientras Ramón González revelaba sus fotos. Terminamos casi al mismo tiempo y con ellas y con mi artículo en la mano salí zumbando hacia mi coche, que tenía aparcado allí cerca. Y me puse en marcha hacia Oviedo, donde, de acuerdo con lo convenido previamente con el periódico, esperaban mi labor de mensajería. Pronto estaría en la autopista “Y”.

Me acercaba al viaducto de Somonte cuando, de pronto, se encendieron todas las luces del salpicadero de mi R-7 y a continuación se apagaron mientras dejaba de sonar el motor. Aprovechando la inercia de la marcha, pude llevar el coche hacia el arcén y frené. Mis conocimientos de mecánica del automóvil eran, y siguen siendo, prácticamente nulos, pero, por lo que había oído alguna vez, si pasaba algo como lo que acababa de ocurrirme, era que se había quemado la junta de culata del motor, una avería grave que requería inevitablemente el paso por el taller. La prisa que tenía antes del incidente se tornó en algo mucho peor. Había quedado parado en medio de la nada y no podía comunicarme con quienes esperaban mi llegada para cerrar la edición del periódico porque en el entorno era imposible encontrar un teléfono. Móviles todavía no había. Con más angustia que esperanza, me bajé del coche y desde la orilla de la calzada agité los brazos en petición de ayuda.

A esa hora había poco tráfico. Pero hay mucha más gente generosa de la que a veces creemos y pararon de inmediato tres coches. Me dirigí al que estaba más cerca y les pregunté si podrían llevarme hasta Oviedo, pues se trataba de un caso urgente. “Sube”, me respondieron. Recogí mis bártulos, puse la señal de aviso detrás de mi coche y subí al de mis rescatadores, a los a los que, mientras nos poníamos en marcha, expliqué lo que me había ocurrido y el motivo de mi prisa por llegar a Oviedo. Ellos eran tres hombres jóvenes de Ibias, que habían venido al partido y, tras cenar algo, regresaban a su pueblo.

Lo iban a hacer por el Huerna, con salida hacia Villablino, pues, aunque en kilómetros les suponía un rodeo, la mejor carretera les permitía ganar en tiempo. Me dejaron delante mismo del periódico, donde ya habían empezado a inquietarse por mi tardanza. El alivio fue mutuo cuando entregué mi bagaje. Luego llamé a casa para decir que llegaría más tarde de lo habitual y a ADA para que me mandaran la grúa. Y acompañé al gruista a rescatar mi coche y llevarlo al garaje en el que lo habían de arreglar. A la mañana siguiente pude enterarme de lo que había llevado conmigo la noche anterior, pues no había podido mirar las fotos. Entre las que seleccionaron mis compañeros había una que, por su calidad, y también su espectacularidad, habría llamado la atención a cualquiera.

Se veía en ella a Ruud Gullit en primer plano volando por los aires mientras, al fondo, le contemplaba Jiménez, que, tendido en el suelo, era quien le había hecho volar. Pero lo que le daba a la foto una fuerza especial era la aureola que, desplegadas al aire, formaban en torno a la cabeza del holandés las largas rastas que componían su peinado. Esa habría de ser, lo era ya, una de las mejores fotos deportivas que haría Ramón González antes de que, unos años después, un accidente de coche se lo llevara para siempre en plena juventud. Con estas líneas quisiera dejar un cariñoso recuerdo a su memoria.

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