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Dando la lata

Arriba y abajo

La francesa es una sociedad viva que periódicamente recuerda a los de arriba que el poder reside en el pueblo. Porque la clase política tiene tendencia a olvidarlo. En consecuencia, tras unos cuantos avisos ignorados -la necedad humana es infinita-, no queda más remedio que echarse a la calle y montar el follón allá donde el poder no puede obviar que existe un problema: en el mismísimo centro de París, para que la burguesía acomodada que reside en los hermosos apartamentos de los primeros distritos, compra en los almacenes del bulevar Haussmann y luce palmito en los Campos Elíseos vea interrumpida su confortable cotidianidad. Porque hay que recordar de vez en cuando que Francia es Francia gracias al esfuerzo de los de abajo, de las clases baja y media. Y entonando La Marsellesa se visten el chaleco amarillo y salen a hacerse oír.

Si por las buenas no es posible, pues no queda otra. Eso, o rendirse. Y se ve que razón no les falta cuando el Presidente de la República se ve obligado a comparecer públicamente con cara de Calimero para reconocer que, efectivamente, a los de arriba se les volvió a ir la mano y los de abajo tienen el cabreo que tienen con motivos. Hora de devolver al primer plano del pensamiento que para que unos lo pasen mejor, otros, muchos, lo están pasando peor. Eso es sociedad civil: agricultores, obreros, estudiantes, desempleados, autónomos, en definitiva, los que hacen que un país se mueva, unidos por una causa justa. Sí, por supuesto, siempre habrá infiltración de los profesionales de la bronca y la destrucción, pero ello no debería desenfocar el fundamento de la protesta. Cuando oigo hablar de un movimiento ciudadano independiente pienso en la dificultad de que esto pueda suceder en España, con todo politizado, desde la escuela al geriátrico. Aquí tenemos más motivos que los franceses para, con cierta frecuencia, darle la patada a la mesa y levantar la voz. Pero aún no sabemos hacerlo sin que alguien, interesadamente, nos impulse.

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