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Velando el fuego

No importa el estado

La exposición fotográfica de Carlos Martagón que pudo verse en abril en la Casa de Cultura de Sama

Hace años Carlos Martagón escuchó una frase pronunciada a su alrededor: "la fotografía no es arte sino reproducción de la realidad". Y cuando mostró su disconformidad con la misma, aduciendo que las imágenes forman parte de cualquier estética que se precie, no lo hizo solo por confirmar criterios cronológicos (en el siglo XIX ya esta reconocida como tal), sino que su respuesta se adentraba en la naturaleza misma del hecho creativo: pulsar nuestro interno sensorial, plantearnos interrogantes? en definitiva, aprender a conocer, a través de la emoción que suscitan las imágenes, otras formas de belleza distintas de las que trafican en el mercado convencional. Más adelante Van Gogh nos mostraría que las etiquetas artísticas no son más que estratos reduccionistas: "el arte es el hombre agregado a la naturaleza".

Y precisamente esta ambición noble, trasladarnos a un territorio en el que no importe el registro ni la urdimbre de que esté hecha la obra, sino sobre todo la valoración que hagan los demás de ella, a través de las sensaciones que les suscite, es la que guía la exposición de Carlos Martagón en la Casa de Cultura de Sama. Convencido como estoy de que es posible el diálogo entre artes (una cuestión ciertamente controvertida, que ha generado multitud de debates entre quienes las consideran hermanas y paralelas hasta los que niegan la posibilidad de cualquier diálogo), me di cuenta pronto de que el universo onírico que había creado Carlos permitía establecer puentes con otras disciplinas, lo que se me antojó como el primero de los abundantes méritos que adornan la muestra, de modo que no me resultó difícil pasear entre fotografías que guardaban similitud con pinceladas puntillistas, formas geométricas, diluidas transparencias o el acercamiento a la vanguardia futurista de Marinetti en los reflejos de una guitarra en movimiento (Carlos sabe bien que la destreza en el uso de los reflejos puede llegar a alterar por completo una imagen sencilla, convirtiéndola en una representación más rica, abstracta o más artística en todo caso).

La ausencia intencionada de una narrativa al uso, que sustentara la ficción fotográfica, lo que sin duda constituye otro gran acierto, permite al espectador una visión más libre, despojándolo así de certezas apriorísticas, de verdades inmutables, sea cual sea la colocación de las imágenes (el título de la exposición se corresponde exactamente con estas intenciones). No falta en otros momentos el empaste de una música urbana en la que presente y futuro se entrelazan en una expectativa incierta que se corresponde con la tonalidad de nuestra cuenca. Una de las fotografías funciona a modo de arquetipo futurista y, por tanto, difícil de predecir, sobre todo en estos tiempos convulsos: dos hojas de puerta de una instalación industrial, oxidadas y abrazadas con un candado. No obstante, esta clausura no es total, pues a través de un pequeño hueco que se abre entre las mismas, se puede observar un fondo verde que se me antoja que pugna por crecer y convertirse en un reflejo esperanzador. Lo que dependerá de la visión de cada cual, de la gama de colores que nos acompañe en este viaje.

No hay, pues, y por fortuna, certezas objetivas en la obra de Carlos Martagón, pionero y músico reconocido en nuestra cuenca, a la que hay que acercarse desde una formulación metafórica: la fotografía como emoción y también como parte del conocimiento. Enhorabuena.

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