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Dando la lata

Las nuevas dificultades

La vida se ha complicado, todo parece inquietante

Diario del coronavirus.

No toques. No te acerques. No te apoyes. No te rasques. No abraces ni beses. No compartas. No entres si hay gente. No salgas cuando las calles se llenan. No pulses. No dejes de lavarte las manos. No olvides la mascarilla. No manosees. No te desplaces sin protección. No permitas que se aproximen y aléjate de los grupos. No te saltes el horario. No cruces la frontera provincial. No pises la playa.

Desde hace dos meses, al abrir los ojos cada mañana, durante unos instantes siento que todo ha sido un sueño. Pero de inmediato se impone la realidad, esta pesadilla cierta que parece no tener fin.

Y, acto seguido, se pone uno a repasar la lista mental de prohibiciones, recomendaciones, reglas y consejos que hemos de seguir. No es sólo la considerable restricción de libertades, que está yendo más allá de lo imprescindible para convertirse en un estado habitual, sino la complicada regulación del protocolo diario, que entraña no pocas dificultades, desde el empañado de los cristales de las gafas al usar mascarillas de códigos incomprensible hasta la irritante resistencia al despegado de los guantes de los supermercados. Porque algo tan habitual como ir a la compra se ha trasformado en un acto incómodo y desagradable. Porque sentarte en una terraza a tomar un vino con unos amigos ya no es la actividad relajante que fue. Porque salir al banco, hacer gestiones o ir a trabajar ahora son tareas inquietantes. Porque a las preocupaciones cotidianas hoy se ha añadido el riesgo de contagio, que todo lo enrarece.

La vida se ha complicado. Las rutinas son más confusas y pasamos los días entre amenazas y limitaciones. Tiempos extraños.

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