Que el fútbol es un estado de ánimo es una conocida hipérbole de producción valdanista que sirve lo mismo para tapar las malas rachas que para explicar sin argumentos técnicos las buenas. Pero eso no quiere decir que esta celebrada cita, cuyo éxito paradójicamente radica en su simplicidad pese al profuso lenguaje habitual del autor, sea del todo mentira. Ni mucho menos. Hay sesudas tesis doctorales en Psicología que consideran que el triunfo en el deporte está ligado en un 75 por ciento a la mentalidad. Que es más importante creerse bueno que serlo.

Eso es lo que ha conseguido David Gallego con el Sporting en los dos meses largos que lleva en Gijón. El ejemplo más claro desde que empezó la competición ocurrió ayer en Almería, el clásico partido que el equipo rojiblanco, el mismo del año pasado reforzado con canteranos y alguno más, habría perdido en febrero. A principios de año, los locales habrían reflejado su teórica superioridad, que corroboraron en el campo durante bastante minutos, en el marcador, como poco, con un gol. Djurdjevic habría fallado cualquier remate a puerta (seguramente ninguno habría acabado entre los tres palos) y, para sumar desgracias, hasta habría sido altamente probable que el VAR diera la razón al árbitro con el inexistente a todas luces penalti en contra.

Este embriagador optimismo parece además haber alcanzado a las dos únicas incorporaciones de la factoría Javi Rico, que ayer solventaron con buenas sensaciones sus respectivas interpretaciones. La duda que asedia desde ya a las pacientes y consideradas gentes rojiblancas es si este estado de gracia es sólo flor de otoño u hoja perenne que llegue a junio. Confiemos en que tanta ilusión no se marchite en el derbi. Toca.