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Entreacto segundo: alitas de pollo

La nueva vida del teatro Arango, definitivamente alejado de su destino cultural

Cuando Molière asumió que le rondaba la muerte, empleó su proverbial sarcasmo en reírse de sí mismo escribiendo su propio epitafio: "aquí yace Molière, rey de los actores; en este momento hace de muerto y de verdad que lo hace bien". Soy de las que creo que ciertos inmuebles tienen alma y trato de preguntarme qué palabras postreras habría tenido para sí el teatro Arango en cada muerte y cuáles en cada resurrección. Me temo que hemos de imaginarlas y seguro que cada cual hace su propia interpretación.

Las leyes del mercado, el respeto a la propiedad privada y la normativa municipal han propiciado un legítimo acuerdo entre la sociedad dueña del coliseo y una famosa cadena de hamburgueserías. Nada que objetar, cómo no comprender el deseo de la primera de rentabilizar su inmueble y el de la segunda de ubicar un restaurante en el corazón de la Villa de Jovellanos. Sin embargo, imposible sustraerse a la impresión de que nos han vuelto a hurtar algo muy nuestro, y al sentimiento de culpa como ciudad por haber perdido una segunda oportunidad. Porque van dos.

Antiguas fábricas, cárceles, estaciones, cuarteles, iglesias, palacetes, hospicios, minas, almacenes, mataderos, depósitos de agua, molinos, embarcaderos, puentes, zoológicos y hasta cabinas de teléfono han sido reconvertidas en espacios para la cultura en todo el mundo -particularmente en la vieja y languideciente Europa- pero nosotros no hemos sido capaces de rescatar al Arango y hacerle regresar a su propio destino, el que lleva escrito en su fachada. Y ahí seguirá, visible e invisible al mismo tiempo por esa ingrata mirada transversal que tenemos cotidianamente sobre nuestro entorno.

Después del episodio protagonizado en el mismo edificio por otra franquicia, en aquel caso, de clínicas de estética -una aventura que duró nueve años- vimos un destello de luz cuando, en 2016, con motivo del premio "Princesa de Asturias" de las Artes a la actriz Nuria Espert, el Arango acogió "Espectros", una versión reducida de Hamlet, como homenaje a la intérprete catalana. Aquello fue la paradoja de hacer teatro dentro de un teatro pero en tienda de indios porque el Arango había sido desposeído de su caja escénica, platea y demás signos identitarios, así que si te salías del espacio acotado a la perfomance ibas a parar a una sala de espera para sesiones de ácido hialurónico. Shakespeare, Berlanga y Almodóvar juntos o por separado harían maravillas con aquella experiencia irreal.

Es lo que tiene la Fundación Princesa, esa capacidad de hacer posible a ratos lo que parece imposible y crear espacios donde se para el tiempo, como ocurrió en la última edición de los premios con la denominada "Factoría Scorsese" en la antigua Fábrica de Armas de Oviedo. Recuerdo la proyección de "Silencio" y el posterior concierto de "Forma Antiqva" y el Coro de la Fundación como una experiencia absolutamente conmovedora. El Ayuntamiento de Oviedo quiere reconvertir esa ruina industrial en equipamiento cultural, otra cosa es que su agujero negro contable, fruto de lustros de dispendios y pésimas gestiones, se lo permita.

En Gijón no hemos sido capaces de hacer el milagrito con el Arango. Después de la primera oportunidad hemos perdido la segunda, del bótox al glutamato, de la dieta de adelgazamiento a las alas de ave criada masivamente en factoría. El acuerdo es en principio por veinte años así que, si no hay percance en el negocio, habremos de esperar al 2039 para hacernos de nuevo ciertas preguntas.

Conforme pase el tiempo la memoria se hará más débil y habrá quien piense que el Arango lleva toda la vida siendo una hamburguesería, otros les dirán que antes fue clínica de estética y a saber dónde estaremos quienes fuimos espectadores en sesiones de teatro, cine y festivales e incluso nos tocó desarrollar tareas en aquellas instalaciones. Recurro a Frank Sinatra para formular una esperanza frágil: como reza su epitafio, "lo mejor está por llegar".

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