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La celebración del Día de Europa

Unas reflexiones tras el 9 de mayo en torno al proyecto comunitario

En los momentos actuales sentarse a escribir sobre Europa no es nada fácil, requiere un ejercicio de disciplina, convicción y compromiso con el proyecto fuera de toda duda. En las últimas semanas, las noticias que nos llegan de Bruselas distan mucho de reflejar una imagen del proyecto europeo al que muchos aspiramos y por el que trabajamos en la medida de nuestras posibilidades. Decepción tras decepción con ligeros atisbos de luz. Así celebramos este año el 9 de mayo, Día de Europa.

Si bien es cierto que la Unión Europea carece de competencias en materia de sanidad y por ello se ha de ser muy cuidadoso en la crítica en este ámbito, no es menos cierto que la Unión Europea dispone de los instrumentos necesarios para que el impacto de esta crisis, en principio sanitaria, pero con unas consecuencias económicas y sociales que nadie duda, se amortigüe de forma que la cohesión económica y social en el territorio europeo quede lo más asegurada posible, tal como, por otro lado, prevén los Tratados. Quien haya seguido las negociaciones y sus resultados habrá podido comprobar que esa idea de cohesión y por ende de solidaridad que inspira la Unión Europea no se corresponde para nada con los resultados de los largos consejos y que las mejoras que se han conseguido han sido muy costosas, a falta aún de la aprobación definitiva. Y aquí, en el papel de las instituciones, es donde me gustaría hacer una primera parada en esta breve columna.

Cuando actúan las instituciones netamente europeas, los resultados son más o menos óptimos. Y, en este sentido, hay que valorar los esfuerzos del Parlamento Europeo y también de la Comisión Europea. Ambas instituciones han actuado claramente con una dimensión europea. Y en esta ocasión hemos de afirmar que el Banco Central Europeo ha actuado rápidamente y con una visión positiva de ayuda a los estados en la gestión de esta crisis, a diferencia de episodios pasados. Otra cosa son los déficits de comunicación a los que ya estamos acostumbrados y que son incapaces de resolver en Bruselas y que, en ningún caso, benefician a la Unión. Ahora bien, cuando nos trasladamos al Consejo Europeo o al conocido "Eurogrupo", la situación es radicalmente diferente, las posiciones de los gobiernos de los estados afloran y la necesidad de unanimidad para determinadas decisiones bloquea todo avance y a la larga incide en el desarrollo del proyecto europeo. Todo ello acompañado de declaraciones desafortunadas de algunos representantes de los gobiernos que no coadyuvan a al buen fin de las negociaciones. Las divisiones entre los estados son cada vez más evidentes y públicas generando una exposición de las distintas visiones del proyecto europeo. En suma, el balance es claramente desfavorable para la Unión, sus decisiones la alejan de la ciudadanía, dando muestras de una miopía mayúscula.

Es cierto que, finalmente, el Eurogrupo ha llegado a un acuerdo que, sin satisfacer plenamente, parece haber apaciguado las aguas hasta ahora. No obstante, la capacidad de reacción y la asunción del proyecto europeo como un proyecto común ha quedado seriamente dañada. La ciudadanía europea ha visto cómo en la crisis financiera de 2008 y en ésta sanitaria de 2020 sus intereses han estado subyugados a los intereses de los gobiernos de algunos estados. La idea de comunidad y de solidaridad ha quedado diluida. No nos extrañemos pues del avance del euroescepticismo al que parecía haberse puesto freno tras las últimas elecciones al Parlamento Europeo. Confiemos que en las decisivas sesiones del Consejo los gobiernos estén a la altura de las circunstancias, pues además el marco financiero plurianual 2021-2027 está sobre la mesa. Pensemos que esta negociación presupuestaria ha quedado trastocada con la aparición del covid-19, pues los objetivos ya no serán los mismos a los previstos hace unos meses, una crisis de dimensiones desconocidas asola Europa.

Como es habitual, las ciudades serán claves en el futuro europeo y en la superación de esta crisis. A lo largo de las semanas de confinamiento hemos tenido la oportunidad de participar en distintos foros y seminarios online y en todos se manifestó la necesidad de transformar nuestras ciudades en espacios resilientes por el impacto que en ellas está teniendo la crisis del coronavirus. Para ello las ciudades tendrán que concentrar sus esfuerzos principalmente en la atención social a la ciudadanía, en particular en nuestros mayores y vulnerables, lo que va a obligar a reforzar los derechos sociales como derechos de la ciudadanía y a crear redes de cooperación. Por otra parte, será clave en este proceso la gestión del espacio público con un énfasis en la movilidad y la micro-movilidad, sin olvidar todas las cuestiones de cambio climático; y en esta línea se deberán implementar medidas coherentes con el mantenimiento de las distancias de seguridad, lo que dará lugar a una reconfiguración de ese espacio compartido por la ciudadanía. La promoción del uso de la bicicleta; el fomento de los desplazamientos a pie, la llamada ciudad 15' o ciudad 20' se desarrollará en algunos entornos urbanos. Finalmente, la reconfiguración de la economía local, fuertemente dañada por la pandemia, será un ámbito en el que las ciudades concentraran sus mayores esfuerzos. Se impone la transformación real hacia una economía circular y sostenible; la asunción de medidas para un consumo responsable; el desarrollo de la cultura como una herramienta de desarrollo económico y social... Europa ya había avanzado las líneas de trabajo en esta dirección con su Agenda Urbana y ahora con la crisis deberán acelerarse. El trabajo que afrontarán las ciudades en un futuro cercano es ímprobo.

Para que nuestras ciudades puedan encarar estos retos se requiere una financiación adecuada y de hecho la Comisión Europea ha adoptado medidas para que los gobiernos de los estados liberen fondos de los cuales ya disponen en sus arcas, además de otras medidas más sectoriales como las enmarcadas en el programa Horizon 2020 o aquéllas con intervención del BEI. Pese a ese dato, la lentitud burocrática no ayuda a que estas acciones adoptadas en Bruselas sean apreciadas ya nuestra ciudadanía. La celeridad y la flexibilidad deberían ser prácticas también a tener en cuenta en estos momentos.

Pese a todo lo anterior no hay que caer en el desánimo y como decía al principio la convicción y el compromiso europeo ha de mantenerse férreo, aunque los tiempos no acompañen. Europa es más necesaria que nunca. Ahora bien hay que tomar decisiones para evitar situaciones como las vividas las últimas semanas. Es preciso un liderazgo europeo fuerte con una proyección hacia los ciudadanos y ciudadanas europeas. Y en ese liderazgo la solidaridad ha de ser un pilar fundamental.

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