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Profesor del Departamento de Geología de la Universidad

Esperando a nuestro Pedro Pidal en el Occidente

En el centenario de la creación del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, un vistazo a la resignación de la comarca

Sólo aquellos que desde el Collado Jermoso han contemplado ocultarse el sol tras la Peña Santa, o únicamente los que han dormido bajo un techo estrellado en Vega de Ario una noche cualquiera de verano son capaces de comprender y sentir las palabras talladas en el balcón que se alza sobre el impresionante valle de Angón. Cuando uno se asoma por vez primera desde Ordiales al cañón del cristalino Dobra se traslada un siglo atrás y se siente como aquel político, escalador, escritor, jurista, periodista y otras muchas cosas más cuando vio cumplido su sueño de proteger ese territorio indómito, ajeno a las fronteras administrativas, que hoy compartimos asturianos, cántabros y leoneses.

Con el paso del tiempo, pocas cosas han aunado y suscitan tanto consenso como el reconocimiento hacia esas montañas deslumbrantes, protagonistas principales de nuestra historia y claves en el desarrollo de la comarca oriental de esta Asturias. Ese "reino encantado de los rebecos y de las águilas, allí donde conocimos la felicidad de los Cielos y de la Tierra...", según sus propias palabras -que ahora hacemos nuestras-, se lo debemos a él y a esos pastores que lo han conservado hasta nuestros días, manteniendo intacta su esencia.

Cuesta comprender, por el contrario, la falta de reconocimiento a ese político adelantado a su tiempo y terriblemente valiente, tanto como su compañero Gregorio Pérez, "El Cainejo", junto al que logró ser el primero en contemplar su tierra desde la cumbre del Urriellu. Cuánto le debemos a ese gran conocedor de sus montañas, que supo valorarlas y quiso protegerlas, logrando para ellas la máxima y primeriza protección en nuestro país bajo la sugerente denominación de Parque Nacional de la Montaña de Covadonga.

El occidente de Asturias, el "far west" como lo alude un viejo y conocido político asturiano, está lejos de esas montañas. La enorme distancia que nos separa de Covadonga no es geográfica, reside en la forma de sentir y de comprender el mundo exclusiva de ese político enamorado de sus montañas, donde "pasó horas de admiración, emoción, ensueño y transporte inolvidables? allí donde la Naturaleza se le apareció verdaderamente como un templo". Vivimos alejados de su adelantada mentalidad, de su saber ver donde otros nos ven, muy distantes de su valentía para subir a ver su tierra desde lo más alto.

En el "far west" permanecemos instalados en el siglo XIX, sin haber encontrado aún nuestro propio Ordiales. Apáticos, seguimos sin luchar por ser los primeros en coronar nuestro particular Picu, en el que contemplar desde más arriba nuestra tierra olvidada. En el occidente lejano vivimos presos de la resignación, acomodados en la inercia, sin percibir nuestra propia Montaña de Covadonga. Simplemente somos espectadores de cómo nuestra tierra "húmeda y enmohecida por los vientos fríos se va deshaciendo a través de los siglos", como hacen allí en Ordiales los huesos del irrepetible Marqués de Villaviciosa. Aunque, quizá, simplemente estemos esperando a nuestro propio Pedro José Pidal y Bernaldo de Quirós, Marqués de Villaviciosa.

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