Para todos los que tenemos algo que ver con Ribadesella y crecimos en los 80 y los 90, El Litri es un ancla emocional con nuestra infancia. Aquellos niños que pasábamos las tardes de verano en la Plaza Nueva tenemos marcado el sonido de los cascabeles, de la música que salía del radiocasete y de las herraduras del caballo al contactar con el asfalto. Nada más intuir que la diligencia comenzaba a recorrer la calle Comercio, la chavalería salía corriendo hacia la esquina de la plaza en la que El Litri tenía su parada.

El Litri era lo más cerca que muchos íbamos a estar en la vida de un vaquero como los de las películas. Siempre sonriente, vestido con un sombrero, una camisa de cuadros y su mítico pañuelo al cuello, cuidó de varias generaciones a las que subió a bordo de su peculiar guardería. El espacio era básico: un banco corrido ocupaba todo el perímetro interior de la diligencia. Eran los mejores sitios, ya que podías ir viendo el paisaje y saludando a los viandantes. En el centro del carro había un banco rectangular. Si te subías tarde, te tocaba estar ahí hasta que en alguna de las paradas aquello se aligerara un poco y, entonces sí, podías optar a una de las posiciones exteriores. Si tenías mucha -pero mucha- suerte y te sumabas a la expedición en el momento justo, podía darse la situación de que El Litri te dejara ir a su lado en el pescante, dirigiendo al caballo con la vista y, sobre todo, observando aquel hipnótico movimiento de dar la vuelta al casete.

El carro iba haciendo varias paradas por el pueblo, pero no era una línea regular. Paraba en Tito Bustillo, donde el Tinín, al final de la playa? Tampoco se sabía muy bien la duración del viaje. En cada parada el jinete se bajaba, ponía el freno de mano -aún hoy parece que resuena en la memoria- tomaba algo y nos subía alguna gominola -aún hoy parece que vuelve de vez en cuando el sabor de aquellos barriles de colores-. Si tus padres te esperaban delante de una sidrería, El Litri no tenía problema en dejarte allí. Era una especie de Amazon de los niños en versión ecuestre y asturiana.

El Litri salía todos los días de verano, hiciera frío o calor, y los padres le confiaban a sus hijos sin mediar contrato alguno, ni permisos ni prevención de riesgos. Si había alguna bronca en el interior del vehículo, lo solucionaba con una voz templada. Era una oda a la normalidad.

En Ribadesella, como en todo el mundo, la vida fue cambiando. Y con ella el paisaje humano. El Litri dejó la diligencia y siguió con los caballos. Hoy sería impensable que un carruaje ocupara dos plazas de aparcamiento o que retardara el tráfico en un puente en el que la gente se pone nerviosa por llegar dos minutos más tarde a su destino.

El pasado jueves fallecía José Manuel Cerra, un hombre pausado que calmó las prisas de cientos de niños. Tenía 82 años. Conocer la noticia fue como si la vida acelerara de pronto. Con lo bonito que era verla pasar lentamente a bordo de aquella diligencia? Descansa en paz, Litri. El único vaquero real de nuestra infancia.